lunes, enero 22, 2007

PENSAMIENTO CRÍTICO VIRTUAL (PCV)
No
. 23
15-30 de Enero, 2007
Una Publicación quincenal de
ECOPAIS - ATISBOS ANALÍTICOS
Se actualiza el 1 y 15 de cada mes a las 6.30 p.m
CONTENIDO:

ATISBOS ANALÍTICOS NO 74, Cali,
Enero 2007
CULTURA, PARAPOLITICA Y SOCIEDAD
Por:Humberto Vélez Ramírez, hvr@coldecon.net.co
Tras dificultades técnico-políticas enormes sufridas en los últimos tres meses del 2006, montadas quizá por los discrepantes de los Atisbos Analíticos con el ánimo de desalentar, volvemos a aparecer en este primer mes del 2007.

Los Atisbos continuarán siendo el eje de un espacio virtual más amplio, que hemos denominado Pensamiento Crítico Virtual, PCV http://ecopais-atisbos.blogspot.com/ .

Si los dioses de la tierra nos lo permiten, pues los de los cielos nada nos han criticado al respecto, su director, coadyuvado siempre por Gabriel Ruiz de NTC ... , por el estudiante promisorio Nelson Andrés Hernández, por el teórica, intelectual, humana y políticamente coherente Oscar Delgado y por el Equipo de estudiantes “Univalle Polis”, seguiremos adelante buscándole a toda hora la comba de emancipación humana a este universo social humano llamado tierra.

Por algo PCV, EN SU PRIMER PERÍODO, TUVO COMO EJE CENTRAL LA CUESTIÓN DEL SOCIALISMO EN AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI.

En esta sociedad de clases y de ciudadanos somos anticapitalistas pero también demócratas en la tradición rusoniana y, por eso, no olvidamos nuestro sentimiento e imaginario de igualdad jurídico-política dada nuestra condición de sujetos iguales, que también reivindicamos.

Ora mediados; ora más abiertos; ora desesperados han sido los esfuerzos que, entre el final del 2006 y enero del 2007, ha venido desplegando la dirigencia hegemónica- uso este término en su acepción gramsciana- buscando trasladar a un segundo plano el fenómeno de la parapolítica y, sobre todo y ante todo, el de su tremendo impacto sobre la re-configuración estructural y funcional de la sociedad colombiana.

Ha sido así como, por ejemplo, periodísticamente se ha posicionado el más lúcido e importante intelectual de una de las versiones de le neo-derecha colombiana.

Me estoy refiriendo a un manizaleño casi paisano. Yo nací a solo veinte kilómetros en la cuna de sus abuelos, en la entonces conservadora-godorra Neira. Me estoy refiriendo al inteligente e “invercorsomal y moralmente” casi inconmovible Fernando Londoño Hoyos.

En estas primeras semanas de enero, apelando a su tenaz dialéctica- en la que, por lo general, muy hegelianamente privilegia las ideas abstractas en detrimento de la dialéctica teoría-hechos-teoría- cada mañana nos ha venido machacando una idea: Que el enredo penal de la dirección del Banco de Colombia, así como el evento de Jamundí, son cuestiones más importantes y preocupantes que el asunto de LA PARAPOLÍTICA.

En marzo del 2005, al finalizar el libro SECUESTRO, advertí: “Miles de colombianos no son paramilitares armados, aunque culturalmente son paras. Han asumido la cultura paramilitar como referente simbólico de una estrategia de reorganización institucional del país. Reorganización enhebrada desde la vida municipal, veredal y familiar. Es decir, desde los fundamentos institucionales mismos de la vida colectiva. Entonces, ¿hacia dónde va esta sociedad? “

Precisemos, entonces, qué es lo que en la actualidad los académicos podemos entender por Cultura. Con esta noción no nos estamos refiriendo a la histórica Urbanidad del Venezolano Carreño- las normas y rituales de la mesa, por ejemplo – ni a aquellas personas llamadas cultas por haber viajado mucho o hacer gala de muchas lecturas y, ni siquiera, por considerarlo poco operativo, al tradicional concepto eje de la antropología que la entiende como aquel conjunto de valores, símbolos, signos, rituales y creaciones, materiales y espirituales, de un colectivo humano en cada uno de los momentos de su historia.

Se trata ahora de un concepto más trans-disciplinar, válido para todas las ciencias, incluidas las naturales, que han levantado la noción de cultura ecológica. Se trata, además, de un concepto más operacional y vital y experimental con el que podemos pensar el conjunto, casi infinito, de interacciones entre las gentes del común durante las 24 horas de cada día.

El concepto, que significa, “valores convertidos en valoraciones prácticas”, nos permite, entonces, valorar y evaluar subjetivamente al “otro” buscando desentrañar a toda hora la importancia o no importancia, la trascendencia o no trascendencia, la belleza o la fealdad, la licitud o la ilicitud, la utilidad o la inutilidad de todo lo humano. Al fin y al cabo es en eso en lo que nos pasamos los humanos las veinticuatro horas del día.

Como se podrá observar la categoría cultura continúa aferrada al universo de los valores sociales pero convertidos ahora en valoraciones o formas de examinar y valorar subjetivamente todo lo que se nos atreviese en el camino procurando siempre encontrarle el sentido a toda interacción humana.

Y cuando fijamos esos sentidos los objetivamos en representaciones o imaginarios sociales. Pero, si sólo fuese esto- la cultura como mera producción de sentidos- quizá la noción no tendría mayor importancia para las ciencias sociales. La importancia estratégica del concepto se revela cuando constatamos cómo esos discursos de representación y de imaginarios se encuentran dotados de la más enorme eficacia práctica.

Poseen una enorme capacidad para determinar, primero, corrientes de opinión, segundo, actitudes específicas, o sea, predisposiciones sicológicas a actuar en determinada dirección, y tercero, conductas concretas, sobre todo en lo relacionado con las decisiones de consumo material y con el comportamiento político-electoral.

En es esa línea, en las que, en polémica con el marxismo clásico, han venido argumentando algunas de las versiones del neomarxismo.

Nos hemos extendido en la fijación del concepto procurando precisar que la noción de cultura paramilitar es algo que va mucho más allá de una simple frase.

Con él se invita a pensar cómo en Colombia se ha venido configurando un poder mafioso con variadas fuentes de legitimidad.

Pero, adelantemos otra precisión. En Colombia el para-militarismo posee una larga historia. Veamos un solo e ilustrativo ejemplo.

En la guerra civil de 1885 la relación de fuerzas militares entre radicales y conservadores jugó a favor de estos últimos cuando un general bugueño intervino, a su favor, con un ejército para-militar extraoficial conformado por reclutas de clara tradición católica y conservadora. Por lo tanto, erróneo resulta pensar que el actual presidente Uribe se haya inventado en Colombia el para-militarismo. Este, en la actualidad, sólo está pasando por su fase más evolucionada y socialmente impactante de desenvolvimiento histórico.

Recordamos estas tesis ahora cuando, por fin, ha acaecido lo que algún día tenía que acontecer: el afloramiento a la superficie de la cotidianidad de una estructural fuerza subterránea que, desde los inicios de la década de los ochenta del anterior siglo, con el apoyo “de hecho”, aunque siempre velado, de una franja importante de la dirigencia y de la ciudadanía, empezó a socavar y carcomer a la sociedad colombiana.

Ese apoyo, más implícito que explícito, se lo proporcionaron los llamados “hombres de bien”, es decir, los que siempre se han presentado y representado como los primeros y más importantes defensores de la sociedad institucional. Han olvidado que ellos, “los hombre de bien”, han sido los que en Colombia, apunta de violencias, han sido los que han construido la institucionalidad de su adorada patria.

Recalcamos, por otra parte, estas olvidadas tesis a propósito del último e importante artículo del profesor Alejo Vargas, titulado “Aprender de la Historia” al referirse al libro de Giuseppe Carlo Marino, “Historia de la Mafia. Un poder en la Sombra”.

Destaca, entonces, el profesor Vargas la nota metodológica más importante del trabajo de Marino, vale decir, la manera como enfoca a la mafia siciliana no sólo como un fenómeno de delincuencia organizada, que también lo ha sido, si no, ante todo, como un fenómeno más complejo y de raigambre cultural.

Marino analiza la mafia siciliana como un actor integrante de un sistema de poder, que detenta y reproduce y socialmente amplía valores perversos como: primero, el culto casi obsesivo por los intereses de la causa defendida, segundo, la tendencia a resolver por la fuerza y la violencia todos los problemas de un establecimiento jerarquizado en el que no obstante, su permanente conducta criminal, todo se tapa para aparecer como “hombres de bien”, tercero, la absoluta identificación de las reglas sociales, el derecho incluido, con la costumbre, cuarto, la enfática subordinación a las reglas del sentido común , quinto, el más formal homenaje al poder y a los poderosos, y sexto, la imposición de una moral de la resignación, la obediencia, la complicidad y la “omentá”.

Como para afirmar ahora que, en las tres últimas décadas, este poder mafioso del PARA-MILITARISMO EN COLOMBIA ha logrado arraigarse, en muchas regiones y subregiones y localidades del país, como un componente estructural objetivo de un sistema de poder generador de un conjunto de valoraciones sociales- es eso lo que entendemos por cultura- socialmente asimiladas por muchas personas en el municipio, en la vereda y en la familia.

Es decir, que la cultura mafiosa del paramilitarismo llegó, casi como natural, a la cotidianidad de amplios sectores de la ciudadanía colombiana, sobre todo en esos espacios de la vida social. En el plano de las interacciones sociales, casi naturales, en las que operan las culturas, en muchas regiones del país un amplio sector de la ciudadanía- unos pocos por simpatía, otros muchos por necesidad política, unos terceros por considerarlo un mal menor- casi siempre en silencio desplegaron acciones discursivas y prácticas a favor del para-militarismo.

Pero, en las sociedades humanas, analíticamente una cosa son sus estructuras objetivas y otra cosa son los actores, individuales y colectivos, que las mantienen y reproducen o que, por el contrario, buscan reformarlas o transformarlas.

Al margen de toda valoración moral-penalista- como de querer buscar actores buenos o malos o criminales o no criminales- es en el nivel de las conductas concretas de los actores, desde donde debemos preguntarnos por los propiciadores objetivos del para-militarismo en Colombia. Es decir, para preguntarnos sobre quiénes han sido los que en Colombia, en la realidad real y simbólica, han propiciado y alimentado UNA SOCIEDAD DE CRIMEN culturalmente aceptable y hasta justificable.

Para el autor de estos atisbos, objetiva y simbólicamente los fenómenos sociológicos centrales de la vida social continúan siendo la producción, los de la distribución social de lo producido, así como los asociados al ejercicio del poder y la autoridad.

Esto no obstante, en el mundo contemporáneo un examen adecuado de estos fenómenos no puede desprenderse de la mirada desde la Cultura.

Por lo tanto, el examen histórico del paramilitarismo en Colombia no puede desprenderse del papel que ha cumplido en la reproducción de una sociedad asentada sobre bases específicas de producción, de distribución, así como de ejercicio del poder y la autoridad.

Piénsese lo que se piense del proyecto de las guerrillas, para muchos de nosotros un poco obsoleto; piénsese lo que se piense de la relación complicada de la izquierda insurgente con el Derecho Internacional Humanitario y con el asunto del narcotráfico; piénsese lo que se piense de la estrategia central de la política, para muchos de los izquierdistas actuales la opción no puede ser otra que la de la estrategia compleja y dificultosa de construcción de democracia radical dentro del régimen político institucional,
tenemos que aceptar que en las guerrillas, llámense farianos o elenos, continúa vigente un proyecto de oposición a las actuales formas de producción, de distribución y de ejercicio del poder vigentes en la Colombia actual.

Ha sido por eso por lo que, en su fase actual, el enemigo de los paramilitares no ha sido el Estado si no las guerrillas. Fue por eso, por lo que un Estado impotente militarmente se auto-privatizó para que los “privados ricos”, por su cuenta y riesgo, buscaran las formas más adecuadas para deshacerse de la cuestión guerrillera.

Llegó después Uribe a la presidencia a brindarles seguridad personal, familiar y patrimonial. Con los logros relativos obtenidos en esa línea, el para-militarismo se les hizo innecesario y, sobre todo, internacionalmente incómodo.

Entonces Uribe dijo que iba a negociar con ellos apelando a un recurso semánticamente tramposo, pues lo único que cabía eran unos arreglos en los que se les pagase, entre aliados, su gran logro estratégico: el haber reversado en la década de 1980 la guerra interna hacia el asunto de la soberanía interna del Estado, es decir, hacia un asunto donde éste era más precario, pues la gente común ya había empezado a darse cuenta que su estado no era estado donde decía ser estado.

Fue así como el asunto de la recuperación del control socio-territorial del país se convirtió en el objetivo central, y continúa siéndolo, de la política guerrerista del gobierno de Uribe. Pero, en el camino el arreglo le resultó al gobierno más dificultoso que un simple asunto de conversar entre aliados.

En un marco así, es fácticamente fantasioso y erróneo y tramposo afirmar que la actual situación incómoda y complicada y futuralmente incierta de los jefes paramilitares detenidos en Itaguí, constituye una gran victoria de la Estrategia de Seguridad democrática.

No poseemos bases empíricas sólidas para afirmar que Alvaro Uribe Vélez sea o haya sido paramilitar. Así como la ciencia no posee pruebas para probar la existencia o la inexistencia ontológicas de los dioses celestiales, tampoco las posee para probar o improbar que Uribe, para muchos un dios terrenal, sea paramilitar.

De todas maneras, sí existen muchos indicios para fundar la hipótesis de sus simpatías y tolerancias y enredos con el paramilitarismo. En general, casi con seguridad hizo parte del amplio sector de la sociedad colombiana que, por considerarlo un “mal necesario”, contribuyó a su legitimación social al asumirlo prácticamente con simpatía.

De todas maneras, aunque como político formalmente no haya hecho alianzas con uno u otro de sus líderes, sin embargo, su vida como gobernante sí ha estado atravesada por relaciones tan problemáticas con el fenómeno como para que en su conciencia no entre la duda sobre la legitimidad, no hablemos sobre la legalidad santanderista, de su condición de gobernante.

En lo empírico, destacamos situaciones como, primero, la puesta en acción de las CONVIVIR, organización tambaleante entre la legalidad y la ilegalidad finalmente declaradas inconstitucionales, segundo, el haber realizado con los paramilitares unos arreglos sin claros y explícitos referentes jurídicos, tercero, el promover y avalar una Ley de Justicia y Paz pro-paramilitarista, y cuarto, el permanecer inconmovible y sereno en su cargo de presidente cuando, en una elevada proporción, de por lo menos tres docenas de congresistas por la Fiscalia del 2007 abiertamente acusados de distintas formas de relación con los paras, su elección y reelección corrió a cargo de líderes paramilitares en la actualidad prisioneros.

Una sola advertencia final, LA TENDENCIA A UNIVERSALIZAR , POR LA VÍA DE SU LEGITIMACIÓN, LA RESPONSABILIDAD POR LOS APOYOS OBJETIVOS AL ACUNAMIENTO Y EVOLUCIÓN DE ESE MOSTRUO, NO PUEDE VELAR, AL MARGEN DE SUS RESPOSABILIDADES MORALES Y PENALES, A LOS ACTORES CONCRETOS QUE OBJETIVAMENTE, EN LO ECONÓMICO Y EN POLÍTICO, LOS HAN PATROCINADO.