jueves, noviembre 09, 2006

PENSAMIENTO CRÍTICO VIRTUAL (PCV)
No. 21 15-30de noviembre, 2006
Una Publicación quincenal de
ECOPAIS - ATISBOS ANALÍTICOS
Se actualiza el 1 y 15 de cada mes a las 6.30 p.m
CONTENIDO:
I. EL DEBATE SOBRE LA NUEVA IZQUIERDA Y LA CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO EN COLOMBIA Y AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI
1.1. ¿EXISTE UNA IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA? DEBATE TOURAINE -. LACLAU SOBRE LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA
1.2. ¿Debe la izquierda ser socialista?
Philippe van Parijs, Miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, traducción de Pablo Bori, www.sinpermiso.info
1.3. IZQUIERDA Y DEMOCRACIA, Juan Diego García, sociólogo colombiano residenciado en

1.4. SOBRE LA OPOSICIÓN, Alcibíades Paredes, Profesor de USACA, en, ATALAYA, Cali, noviembre 4 2006.
1.5. Una perspectiva actual del socialismo, Roberto López Sanchez, en, REBELIÓN,O6-07-2006,
1.6. Nace una nueva vanguardia latinoamericana. Demanda el Bloque Regional de Poder Popular (BRPP) debate público con los Presidentes de la Cumbre Sudamericana de Naciones , Heins Dieterich, Rebelión, 02-11-2006,
1.8. Otra Vuelta a la Tuerca, ¿Debe el socialismo ser izquierdista?, Helios Ámela Miranda
Rebelión, 03-11-2006,
2. “ Los piratas de arriba”, Rafael Rincón(*) , Medellín, 31-10-2006, http://elyesquero.blogspot.com/
3. Enfoque “LOS RETOS DE LA ONU”, albertoramos2005@yahoo.com, Alberto Ramos G.
4. “URIBE PINTA MAL”, Hernando Llano Angel, hllano@puj.edu.co, octubre 29 2006
5. “MUROS DE INFAMIA Y VERGENZA Guillermo Pérez Flórez , CIDAN, 29-10_2006

6.Apropósito Carl Schmitt

6.1. La 'fiesta sagrada' de don Carlos El homenaje franquista en 1962 al principal jurista del nazismo, Carl Schmitt
6.2. ¿Estamos en guerra? ¿tenemos un enemigo? , Slavoj Zizek, 18 de julio de 2005
6.3. El criterio amigo-enemigo en Carl Schmitt El concepto de lo político como una noción ubicua y desterritorializada ,María Concepción Delgado Parra
I. EL DEBATE SOBRE LA NUEVA IZQUIERDA Y LA CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO EN COLOMBIA Y AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI
1.1. ¿EXISTE UNA IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA? DEBATE TOURAINE -. LACLAU SOBRE LA IZQUIERDA LATINOAMERICANA
ALAIN TOURAINE
Sociólogo francés, director de Estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París). Entre su vasta e influyente producción teórica se encuentra Sociología de la acción (Ariel, Madrid, 1969). Su último libro traducido al español es Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy (Paidós, Buenos Aires, 2006).

El resultado de muchas de las elecciones realizadas en América latina en los últimos meses ha llevado a numerosos observadores a describir la evolución hacia una izquierda alejada de las posturas estadounidenses, que se apoyaría en sectores sociales que podrían llamarse ?populares?. Pero resulta poco provechoso emplear expresiones que han sido inventadas para un contexto totalmente diferente.
El lenguaje correspondiente a un régimen parlamentario se aplica necesariamente mal a uno presidencial o semipresidencial. En el caso latinoamericano, se ajusta tan mal que creo tener buenas razones para defender una postura muy alejada de la que se expresa más frecuentemente. Que Alan García haya ganado las elecciones en Perú y que Felipe Calderón se haya impuesto en México no significa, evidentemente, que América latina avance hacia la derecha.
La hipótesis que creo debiera formularse es que el continente se aparta cada vez más de un modelo si no parlamentario, al menos apoyado en mecanismos de oposición entre grupos de intereses y de ideologías diferentes. Hoy América latina parece más lejos de encontrar una expresión política para sus problemas sociales que hace treinta años. En eso radica lo esencial: eso es lo que está en juego y ahí está el fracaso.
En América latina, no se ha constituido un lazo entre los movimientos sociales, fundados en los trabajadores, en sectores urbanos o incluso en grupos étnicos, y los partidos políticos que acepten colocar claramente las luchas sociales dentro de un marco institucional que se podría llamar, al menos formalmente, democrático.
Incapaz de elaborar una política fundada en los derechos democráticos y de emprender reformas estructurales profundas, América latina nunca ha logrado salir de una mezcla confusa de nacionalismo y populismo ?cuyo ejemplo más conocido fue el peronismo?, lo cual condujo a un doble fracaso: el hundimiento o la desaparición del sistema político y la ausencia de transformación social. Esto se pudo observar en la crisis argentina de 2001, que no representó el levantamiento de la clase obrera sino, por el contrario, la caída masiva de la clase media.
Los acontecimientos políticos que han tenido lugar en varios países del continente no alientan de ningún modo la idea de un movimiento general hacia la izquierda. Nuevamente se impone la conclusión a la que he llegado, que es la opuesta: el fracaso perdurable y profundo de una democracia social vigorosa. En este sentido, el problema que hay que plantearse hoy claramente es el de las oportunidades de la nueva política de ruptura inspirada por Fidel Castro y representada hoy por Venezuela. Hugo Chávez tiene, frente a ese modelo, las chances de un voluntarismo político y social mucho más radical, en particular en contraste con los países del Cono Sur.
Pero el lugar donde se decide la vida política del continente no es Venezuela. Es que, a pesar de los progresos logrados desde su elección, el de Chávez sigue siendo un modelo débil de transformación social, si se consideran los inmensos recursos obtenidos por el aumento brutal del precio del petróleo.
La clave de la vida política del continente y de su capacidad de inventar un modelo político y social capaz de operar sobre una situación extraordinariamente difícil es, sin ninguna duda, Bolivia. Parece existir una conciencia general sobre la necesidad de aceptar el modelo boliviano tal como se está conformando, en su radicalidad, su nacionalismo y su heroísmo, en sus excesos de lenguaje y también de acciones. Estoy entre quienes piensan que el futuro político del continente depende hoy ante todo de las oportunidades de Bolivia de construir y hacer realidad un modelo de transformación social y, al mismo tiempo, ganar independencia respecto de la retórica de Chávez.
En cuanto a Argentina, me parece que lo más sencillo del análisis es dejar establecido, como para los demás países, el fracaso definitivo del modelo nacional-populista de las décadas pasadas. El país comienza a emerger de la catástrofe que ha destruido su economía y su sociedad sin que los resultados obtenidos pongan de manifiesto progresos importantes en la gobernabilidad, ya que la recuperación se sostiene en tres factores: el fuerte aumento de las exportaciones a China, la ayuda financiera otorgada por Chávez y la rápida concentración de poder en manos de Kirchner.
Si Argentina tuviera que inventar un nuevo modelo de desarrollo, éste debería ser más bien de tipo liberal, dada la importancia del comercio internacional en la economía y, sobre todo, dado que el futuro del país depende en gran medida de su capacidad de dotarse de elites políticas, administrativas y económicas. Tampoco es posible, en el caso de Argentina, hablar de izquierda y derecha; la lógica de la situación avanza más bien hacia soluciones voluntaristas pero liberales, que no pueden ser equilibradas por la resistencia y la capacidad ampliada de decisión del presidente Kirchner.
Nadie puede asegurar el triunfo o el fracaso de América latina. Por el momento, el retorno de la fe ha hecho que en muchos países se consolide, a pesar de las inmensas dificultades, un clima si no eufórico, al menos moderadamente optimista. En todo caso, en América latina se percibe una confianza en el futuro que no existe hoy en ninguna otra parte, salvo en España.
Y en ese sentido la conclusión con la que desearía comprometerme, al menos en la medida de mi capacidad de análisis, es que sólo una radicalidad política mucho mayor que la del período reciente permitirá a los países latinoamericanos escapar de dos aparentes soluciones que en realidad conllevan un gran peligro: por un lado, un gobierno de elites liberales apoyadas en una economía mundial globalizada y, por el otro, lo que se podría llamar una ?ilusión neocastrista?.
Esta conclusión más bien inquietante no se condice con la imagen que tiene de sí mismo un país importante del continente: Chile, país que se siente cada vez menos perteneciente a América latina y que espera, de acuerdo con la célebre frase del ex presidente Lagos, enriquecerse con el comercio entre el Este y el Oeste del mundo, como alguna vez lo hiciera la República de Venecia.
Esta es una alternativa extrema para una de las soluciones posibles, la de la globalización exitosa; la otra es la que, pese a su fragilidad, toma forma en Bolivia. Hoy en día me parece imposible definir otras soluciones posibles entre esas dos tendencias profundamente opuestas.
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ERNESTO LACLAU
Deriva populista y centroizquierda latinoamericana
Profesor de Teoría Política en la Universidad de Essex, Reino Unido. Autor, entre otros libros, de Hegemonía y estrategia socialista, coescrito con Chantal Mouffe (Fondo de Cultura Económica, 1985) y La razón populista (Fondo de Cultura Económica, 2005).
Desde mi punto de vista, la categoría de populismo no implica necesariamente una evaluación peyorativa. La ruptura populista no anticipa nada acerca de los contenidos ideológicos. Ocurre cuando se da una dicotomización del espacio social, cuando los actores se ven a sí mismos como partícipes de uno u otro de dos campos enfrentados. Ideologías de la más diversa índole ?desde el comunismo al fascismo? pueden adoptar un sesgo populista. En todos los casos estará presente, sin embargo, una dimensión de ruptura con el estado de cosas actual que puede ser más o menos profunda, según las coyunturas específicas.
Pero que la categoría de populismo no implique necesariamente una evaluación peyorativa, no significa, desde luego, que todo populismo sea, por definición, bueno. Si los contenidos políticos más diversos son susceptibles de una articulación populista, nuestro apoyo o no a un movimiento populista concreto dependerá de nuestra evaluación de esos contenidos y no tan solo de la forma populista de su discurso.
Es dentro de esta perspectiva que debe considerarse la situación latinoamericana actual. Nuestros países han heredado dos experiencias traumáticas e interrelacionadas: las dictaduras militares y la virtual destrucción de las economías del continente por el neoliberalismo, cuyo epítome han sido los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional. Digo que están interrelacionadas porque, sin dictaduras militares, habrían sido imposibles políticas tales como las reformas de los Chicago boys en Chile o la gestión suicida de José Alfredo Martínez de Hoz en Argentina.
Las consecuencias de esta doble crisis son claras: una crisis de las instituciones como canales de vehiculización de las demandas sociales, y una proliferación de estas últimas en movimientos horizontales de protesta que no se integraban verticalmente al sistema político. El movimiento piquetero en Argentina, el movimiento de los Sin Tierra en Brasil, el zapatismo en México (al menos en sus fases iniciales) son expresiones claras de esta tendencia, pero fenómenos comparables pueden encontrarse en prácticamente todos los países latinoamericanos.
La canalización puramente individual de las demandas sociales por parte de las instituciones está siendo reemplazada por un proceso de movilización y politización creciente de la sociedad civil. Este es el real desafío en lo que concierne al futuro democrático de las sociedades latinoamericanas.
Es conocido el proceso a través del cual, durante la década del ?90, la represión social y la desinstitucionalización fueron condiciones de la implementación de las políticas de ajuste. Piénsese en el abuso de los ?decretos de necesidad y urgencia? por parte de Carlos Menem; en el estado de sitio seguido por una violenta represión sindical en Bolivia en 1985; en el uso de la legislación antiterrorista para los mismos fines en Colombia; en la disolución del Congreso peruano por Alberto Fujimori; o en la violenta represión por parte de Carlos Andrés Pérez de las movilizaciones populares subsiguientes a la suba astronómica del precio de la gasolina en 1989.
El fracaso del proyecto neoliberal a fines de los ?90 y la necesidad de elaborar políticas más pragmáticas que combinaran los mecanismos de mercado con grados mayores de regulación estatal y de participación social condujeron a regímenes más representativos y a lo que se ha dado en llamar un giro general hacia la centroizquierda.
Es aquí donde encontramos una serie de variantes regionales cuya comparación pone más claramente a la luz la especificidad de la experiencia venezolana. En los casos de Chile y de Uruguay, la dimensión institucionalista ha predominado sobre el momento de ruptura en la transición de la dictadura a la democracia, por lo que pocos elementos populistas pueden encontrarse en estas experiencias; en tanto que en el caso venezolano el momento de ruptura es decisivo. Argentina y Brasil están en una posición intermedia.
En Chile, la transición a la democracia fue un proceso relativamente pacífico y paulatino, dominado por el lema de la reconciliación; en tanto que en Uruguay no hubo ninguna acción pública contra los represores, tal como la llevada a cabo por Néstor Kirchner en Argentina.
En el caso venezolano, la transición hacia una sociedad más justa y democrática requería el desplazamiento y la ruptura radical con una elite corrupta y desprestigiada, sin canales de comunicación política con la vasta mayoría de la población. Es decir que cualquier avance demandaba un cambio de régimen. Pero para lograrlo, era necesario construir un nuevo actor colectivo de carácter popular. No había posibilidad alguna de cambio sin una ruptura populista.
Todos sus rasgos están presentes en el caso chavista: una movilización equivalencial de masas; la constitución de un pueblo, símbolos ideológicos alrededor de los cuales se plasme esta identidad colectiva (el bolivarismo); y, finalmente, la centralidad del líder como factor aglutinante.
Este es el factor que más polémicas despierta en el sentido de las presuntas tendencias en Chávez a la manipulación de masas y a la demagogia. Y, sin embargo, los que razonan de este modo no cuestionan la centralidad del líder en todos los casos. ¿Habría sido concebible la transición a la Quinta República en Francia sin la centralidad del liderazgo de Charles de Gaulle? Es característico de todos nuestros reaccionarios, de izquierda o de derecha, que denuncien la dictadura en Mario pero la defiendan en Sila.
Lo que sí constituye una legítima cuestión es si no hay una tensión entre el momento de la participación popular y el momento del líder, si el predominio de este último no puede llevar a la limitación de aquélla. Es verdad que todo populismo está expuesto a este peligro, pero no hay ninguna ley de bronce que determine que sucumbir a él es el destino manifiesto del populismo.
Es por eso que es tan importante la consolidación del Mercosur y el rechazo definitivo al proyecto del ALCA, que habría significado la subordinación de nuestros países a los dictados de la política económica estadounidense (que no hesita en practicar, contra todas las recetas neoliberales, un proteccionismo abierto cuando se trata de defender sus intereses). Las perspectivas político-económicas de América latina son hoy más promisorias que en mucho tiempo, y Venezuela está jugando en relación con ellas ?junto con otros regímenes progresistas del continente? un papel fundamental.
1.2. ¿Debe la izquierda ser socialista?
Philippe van Parijs, Miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, traducción de Pablo Bori, www.sinpermiso.info
No existe una esencia profunda de la izquierda. No hay más que una metáfora espacial nacida por casualidad hace dos siglos, durante la celebración de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria, y que ha conocido, en multitud de países y lenguas diferentes, un éxito que no parece dar signos de agotamiento.
Desde Izquierda Unida hasta Groenlinks, pasando por la New Left y los Democratici di Sinistra, un número innombrable de partidos y movimientos políticos reivindican aún hoy la expresión para designar al menos una parte de su identidad.
A tenor de las fundaciones, escisiones, traducciones, fusiones y refundaciones, los límites de las doctrinas, posiciones, actitudes y agrupaciones calificadas ?de izquierdas?, no han dejado de fluctuar, a veces en la contradicción, a menudo en la confusión. De la nebulosa así formada emergen, mientras tanto, hechos diferenciales compartidos por un buen número de sus componentes.
Refundar la izquierda al alba de su tercer siglo de vida es, para los que la reclaman, seleccionar simplemente una de estas características para definir la izquierda, en aquello que les resulte más relevante, sobre la base de nuevos valores y análisis al respecto.
Ello significa, al mismo tiempo, relativizar, como accesorios puramente contingentes, esos hechos de los que la izquierda del futuro puede deshacerse sin complejos. Refundar la izquierda es, entonces, precisar sus límites, reformular el objetivo principal, y reordenar sus principios y preferencias. Con todo esto, entonces, ¿qué significa ser de izquierdas hoy en día?
Cinco interpretaciones
1. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, luchar contra el statu quo para promover el cambio? Absurdo. Desde el sufragio universal hasta el seguro obligatorio contra los accidentes de trabajo, desde el calor de las relaciones familiares a la tranquilidad de la vida en los pueblos, existen múltiples adquisiciones y múltiples vestigios que deben conservarse. Frente a las tentativas de desmantelamiento de las políticas sociales, como frente a la multiplicación de las autopistas urbanas, ser de izquierdas no es, para nada, ser progresista. Es ser conservador.
2. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, aceptar limitar la libertad para reducir las desigualdades? Aberrante. Es preciso que la izquierda no ceda a la derecha ni el monopolio ni la prioridad de la libertad.
La libertad es un asunto de gran importancia. Tendría sentido decir que se es globalmente más libre bajo un régimen que bajo otro, pero eso no es de menos importancia que preguntarse cómo está repartida esa libertad.
La izquierda no se distingue de la derecha por aceptar el sacrificio de la libertad en pro de la igualdad. Al contrario, es en razón de la extrema importancia que tiene la libertad ?la libertad real, que abarca también los medios, y no solamente la libertad formal o el simple derecho- que la izquierda exige que ésta esté repartida de manera igualitaria, o al menos de tal manera que aquellos y aquellas que tienen menos, tengan tanto como sea posible (de una forma duradera).
3. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, promover el estado en detrimento del mercado? Para nada. Efectivamente, no es imaginable que el mercado pueda asegurar sin regulación estatal alguna, una asignación eficaz de los recursos materiales y humanos. Y es aún menos concebible que la interacción del mercado y del altruismo privado puedan, espontáneamente, engendrar una distribución mínimamente igualitaria de los recursos.
Pero de ahí no se puede concluir que la izquierda deba identificarse con la idea de agigantar el estado en la vida económica y social, en detrimento del mercado.
Los progresos de la izquierda no se miden por el número de empresarios, asalariados y voluntarios que hayan sido capaces de transformarse en funcionarios. El óptimo para la izquierda, que viene definido por la máxima libertad real para aquellos que tienen menos, es una combinación de trabajo asalariado, trabajo independiente, función pública y voluntariado. Una combinación en la que no podemos decir, a priori, si el mercado deberá jugar un rol más o menos extendido. Si ser socialista implica querer, por principio, un estado más fuerte, ser de izquierdas no implica, entonces, que uno sea socialista.
4. ¿Ser de izquierdas significa, fundamentalmente, querer convertir siempre nuestras sociedades en más democráticas? Tampoco. Es efectivamente difícil que pueda conseguirse, de manera duradera, una sociedad mínimamente equitativa sin un método democrático de decisión colectiva, en un sentido definido por tres características: sufragio universal, votaciones libres y regla de la mayoría.
Por esta razón es legítimo esperar de la izquierda un apoyo resuelto a toda extensión del derecho de sufragio y del voto efectivo? a las mujeres, a los residentes extranjeros, a los menores de edad o a los excluidos- Pero de ahí no puede extraerse que la izquierda deba definirse por la tentativa de encaminar las decisiones públicas hacia la conformidad con la mayoría de los ciudadanos.
Nada debe, por ejemplo, hacernos presumir que la izquierda deba apoyar, en principio, la democracia directa contra la democracia representativa, que deba preferir las listas abiertas a las listas cerradas, o que dude de la autonomía de las autoridades judiciales, científicas e incluso monetarias, a favor del poder político democráticamente elegido.
Si se demostrase, tras un análisis, que un régimen más ?democrático? en sus diversas dimensiones, tuviese un impacto negativo permanente sobre la libertad real de aquellos que tienen menos, entonces, poco importaría la democracia. Y si ser socialista significa trabajar por el máximo de democracia, entonces, desde ahí, ser de izquierdas no implicaría, para nada ser socialista.
5. ¿Ser de izquierdas es, fundamentalmente, combatir los privilegios de los afortunados para mejorar la situación de los menos favorecidos? Esto ya está mucho mejor, sobre todo si se interpreta la ?situación? de los más desfavorecidos como su ?libertad real?, las posibilidades efectivas que tienen abiertas, y no solamente su poder de compra.
Ser de izquierdas, desde esta perspectiva, es tomar en consideración los intereses de todos los miembros de una sociedad y poner de manera sistemática, incansablemente, en tela de juicio toda forma de privilegio.
Quizás pueda esta ser también una interpretación de lo que es el socialismo. En la lucha contra el individualismo, considera como propiedad social todo aquello que puede ser fuente de ventajas o desventajas. No se deja limitar, en la caza de los privilegios, por los derechos de propiedad pretendidamente sagrados.
Un proyecto « ético»
La izquierda y el socialismo, entendidos como sinónimos, no se dejan sin embargo reducir a un igualitarismo ciego: la lucha contra los privilegios de los afortunados debería legítimamente pararse en el momento en el que, al reducirlos aún más, se deteriorase a largo plazo la situación de los más desfavorecidos.
Pero no tengamos miedo: ese punto a partir del cual la búsqueda de la igualdad deviene improductiva se sitúa mucho más allá del punto en el que los afortunados pretenden hacer creer que se encuentra, y aún mucho más allá del punto en el que nos encontramos hoy.
Vosotros, que me leéis, tenéis muchas posibilidades de formar parte, como yo mismo, de ese grupo de afortunados, si extendemos la ?sociedad? de referencia a toda la humanidad.
Hoy como siempre, el proyecto de la izquierda está en conflicto con el interés personal de algunos que se sienten apegados a la causa. Para ellos, este proyecto no puede tener otro sentido que el ?ético?.
Pero también para el resto, hoy más que nunca, dicho proyecto tendrá más fuerza y más sentido si éste no está motivado solamente por los intereses, sino también por un ideal que puedan explicitar y defender ante el mundo, mostrando así la indignación que alienta sus reivindicaciones y debilitando la resistencia que oponen aquellos cuyos privilegios se ven amenazados.
Que la izquierda refundada deba ser resueltamente ética no implica que se deba convertir en moralizante. Efectivamente, una izquierda específicamente religiosa, trabajadora, o elitista, a menudo ha acompañado la ambición de mejorar la condición de los más desfavorecidos con la preocupación de regir su conducta conforme al ideal de virtud, al de trabajo o al de la cultura que pretende promover.
Pero la izquierda realmente emancipadora que yo defiendo ? la que se define por la ambición de aumentar la libertad real de aquellas y aquellos que menos tienen ? no abarca nada de moralizante en ese sentido, sino que está definida y motivada por una concepción de lo que es una sociedad justa y, por lo mismo, fundamentalmente ética.
Que el proyecto de la izquierda sea un proyecto ético no implica para nada que deba reducirse a una cháchara angelical, animada por intenciones tan loables como inoperantes. Puede y debe ser al mismo tiempo marxista y maquiavélica.
Marxista en el sentido de reconocer que el espacio de ?lo posible? viene fuertemente obligado por la realidad económica - el ?nivel de desarrollo de las fuerzas productivas? y las ?relaciones de producción? ? y que una comprensión en profundidad (no exclusivamente marxista) de esa realidad se revela indispensable si quiere evitar darse de bruces con ella y fracasar.
Maquiavélica en el sentido de que las instituciones políticas deben contribuir significativamente a moldear el campo de lo posible, y que un análisis en profundidad de su impacto ? tomando a los ciudadanos como son y no como deberían ser ? es crucial para su éxito final.
Un proyecto ético no tiene ninguna necesidad de ser inocente. Puesto que la izquierda puede ser entendida como un proyecto ético, no es inocente creer que tiene por delante un bello futuro
1.3. IZQUIERDA Y DEMOCRACIA, Juan Diego García, sociólogo colombiano jgarciam@fundaciontripartita.org
En América Latina la presencia de la izquierda en el poder es sometida siempre por los medios de comunicación a un minucioso seguimiento, con la enorme lupa de una intolerancia interesada. No ocurre así con los gobiernos neoliberales que apenas son criticados y a los cuales todo se les perdona, ni con las dictaduras más atroces a las que apenas se condena de dientes para afuera mientras no afecten los negocios.

Si la izquierda en el gobierno intenta cumplir las promesas realizadas se la acusa de irresponsabilidad política, aventurerismo económico, división de la sociedad, creación de conflictos innecesarios con los poderes extranjeros y, naturalmente, de un peligroso populismo reñido con la modernidad de un mundo globalizado.

Si no cumple sus promesas y se limita a gobernar sin molestar a los grupos de intereses nacionales y extranjeros que sacan fruto de la situación, será calificada de ejemplo de sensatez y de paso se aprovecha la ocasión para destacar que el pensamiento único carece de alternativas reales y que llegada al poder la izquierda solo tiene dos opciones: o mantiene el rumbo neoliberal en vigencia o se lanza - en un acto de irresponsabilidad imperdonable- por caminos utópicos que solo conducen a más pobreza, caos político y postración social, además de aislar al país de la corriente universal del progreso que garantiza el librecambio moderno.

Algunos gobiernos de izquierda en Latinoamérica intentan nadar entre dos aguas manteniendo en lo fundamental la política neoliberal, acompañada de un lenguaje de progreso y algunas medidas llamadas “sociales” para edulcorar la dura realidad del impacto neoliberal en la vida cotidiana de la ciudadanía. Esta opción no está realmente tan mal vista, aunque no falta quien se lamenta por estos recursos que se pierden ayudando a los pobres cuando podrían utilizarse más racionalmente. Ya se sabe, en la filosofía del darwinismo social estas formas de redistribución encajan bastante mal.

La izquierda en el gobierno, si es consecuente, debe hacer frente a dinámicas de dura oposición (con la intromisión de poderes extranjeros) y aceptar necesariamente la herencia envenenada que recibe de los gobiernos neoliberales: un Estado debilitado al que le han quitado sus mejores empresas por medio de las privatizaciones; un sistema fiscal no solo enormemente injusto sino raquítico que impide cualquier inversión importante; un entramado de evasión de impuestos y capitales que desangra las arcas públicas y no admitiría ningún Estado serio; una deuda externa cuyo impacto real en el desarrollo del país es más que dudoso, suscrita por dictadores y neoliberales corruptos pero que paga toda la población, comprometiendo con ello su presente y su futuro. La izquierda también debe aceptar que los recursos naturales estén controlados por multinacionales rapaces y que la corrupción generalizada (que no inventó ni llega con la izquierda) sea una especie de castigo de los cielos que se debe asumir sin más. Debe aceptar como legado el desprestigio de la política y las instituciones, una ciudadanía no solo empobrecida económicamente sino desinformada, manipulada y desorganizada como fruto de tantos años de represión. Debe respetar escrupulosamente medios de comunicación hostiles y monopólicos que convierten el ejercicio de la libertad de opinión en una farsa grotesca e iglesias que -con contadas excepciones- predican en favor de conductas conservadoras y retrógradas y obnubilan a sus feligreses con mensajes alienantes e iluminados.

Y aunque los apologistas del neoliberalismo o los inocentes nostálgicos de unos Estados de Derecho que jamás existieron se empeñen en anunciar el advenimiento de una nueva era sin golpes militares y la entrada de estas sociedades latinoamericanas a las formas civilizadas de la modernidad política, la dura realidad se encarga de recordar que la vuelta de los militares al poder no debe descartarse en absoluto. En realidad, la izquierda que llega al gobierno tiene que empezar por negociar su comportamiento con unos generales que no intervienen sencillamente porque aún no es necesario; unos militares agazapados a la espera, como una fuerza que en manera alguna representa la colectividad nacional además de mantener estrechos vínculos de lealtad con una potencia extranjera, los Estados Unidos. Por añadidura, en algunos países la izquierda debe cuidarse también de fuerzas ilegales de tipo paramilitar pensadas para hacer los trabajos sucios a las fuerzas oficiales y que terminan por escapar al control de sus creadores engrosando la ya inmensa delincuencia común.

La izquierda recibe igualmente la deuda social, ese enorme déficit de todo lo más elemental que hace de éstas las sociedades más desiguales del planeta. Una deuda social que en algunos casos representa la ofensa y humillación de comunidades enteras de indígenas y negritudes a las cuales se arrebata todo: suelo, riquezas, lengua, religión, identidad cultural y hasta la vida misma.

Con Tratados de Libre Comercio o sin ellos la derecha (civil o militar) entrega unos países sometidos en condiciones de inferioridad al nuevo orden mundial bajo la hegemonía del gran capital. Estos países no solo dependen en una medida cada día mayor de los envíos de los millones de latinoamericanos que trabajan como mano de obra barata en las metrópolis sino que éstas, a través del mecanismo de la deuda externa, la inversión extranjera y el control del crédito, el comercio y la tecnología imponen la orientación de la política interna. ¿Qué queda entonces de autonomía y soberanía nacional?. Poco o nada, en realidad. No debe sorprender entonces que si la izquierda es consecuente con su electorado tenga que empezar enfrentándose con los intereses extranjeros y afirmando la soberanía nacional si es que de verdad se decide a poner fin al cuadro de pobreza, desigualdad y dependencia que caracteriza a estas sociedades.

Es toda una hazaña y una prueba de civismo extraordinario que la izquierda acepte competir por el gobierno en las condiciones actuales de la democracia en Latinoamérica, sometiéndose a unas reglas de juego tramposas; resulta una muestra de generosidad inmensa que la gente del común acepte volver a un juego político que ha sido diseñado para perpetuar privilegios y excluir a las mayorías. Y es apenas natural que si se asume la democracia como el poder del pueblo se considere profundamente democrático y necesario que esas mayorías cambien las reglas de juego y propugnen por la llamada “Refundación de la República”, con nueva constitución, nuevas leyes, nuevos fundamentos institucionales y con ejercicio pleno de la soberanía nacional. O sea, un juego con baraja nueva; una nueva partida sin cartas marcadas.

Por supuesto, siempre a condición de que los militares respalden el proceso y respeten las decisiones mayoritarias de la ciudadanía rompiendo –esta vez si de verdad- el círculo macabro de dictadura-democracia-dictadura que siempre ha presidido la historia de Latinoamérica y el Caribe.
1.4. SOBRE LA OPOSICIÓN, Alcibíades Paredes, Profesor de USACA, en, ATALAYA
Cali, noviembre 4 2006.
En los sistemas democráticos, existe siempre la oposición a la política del gobierno. El, o los partidos que la llevan a cabo, gozan de derechos que les permiten cumplir esta función. Naturalmente, estos derechos dependen del grado de desarrollo de la democracia dada. En unos países habrá más derechos para la oposición que en otros. Hemos insistido en que la democracia no es una sustancia que contenga determinadas propiedades. Es, por el contrario, un proceso con diversos grados de desarrollo. Por esto, hay democracias con más grados que otras.
Los derechos de la oposición son un termómetro que nos permite medir el desarrollo de la democracia en un país. Donde la oposición obra de modo clandestino porque legalmente no está permitida, tenemos un régimen político con una democracia muy precaria, casi cero. En otras partes, caso Colombia, la oposición no está prohibida por la ley, pero de facto está sometida a la persecución, y a la represión de las fuerzas del gobierno y paramilitares, lo mismo que al silencio mediático impuesto por los poderes económicos. Son democracias de muy bajo desarrollo. Por el contrario, donde la oposición goza de muchos derechos, podremos decir que estamos en un régimen político con elevados grados de democracia.
Desde luego, sería una grosera concepción de la democracia el pretender que los derechos de la oposición agotan su esencia. Lo fundamental, en un sistema democrático, es la real y efectiva participación del pueblo en la gestión pública. Sin duda, esto es más importante que el jus pataleus, Sin embargo, los partidos y movimientos de izquierda deben ser firmes defensores de los derechos de la oposición, como quiera los gobiernos de derecha tienden casi siempre a desconocerlos o restringirlos.
Por otra parte, la oposición se ejerce de distintas maneras. En la actualidad, es decisiva la que podemos denominar oposición mediática. Es la que se realiza a través de los medios de comunicación de masas. Si no existe, tendremos una oposición muda. Que es tanto como decir que no hay oposición, o que está amordazada. En Colombia, la radio, la prensa y la t.v. son gobiernistas. Las cadenas radiales y televisivas que manejan los Gossaín y los Arismendi, desde la 5 de la mañana inician sus actividades apologéticas, hasta la media noche. Son loras mediáticas al servicio incondicional del gobernante de turno. Sus noticieros son, sin duda, informativos. Pero se trata de una información amañada. Por ejemplo, el acto arbitrario que cometió el presidente Uribe en el show del consejo comunal, en Buenaventura, es presentado no como una violación del principio de legalidad, sino como expresión de la firmeza presidencial en la lucha contra la corrupción, El ciudadano común y corriente, sin capacidad para descubrir la manipulación mediática de su conciencia, termina creyendo que Uribe es un auténtico cruzado contra la corrupción. Que sus generales y coroneles estén entregados a diversas actividades delictivas es algo que no dejan ver RCN ni CARACOL. Como tampoco permiten ver que el presidente Uribe les tapa todas sus fechorías. La imagen mediática del presidente Uribe es la de un Mesías redentor. Y un pueblo que todos los años le hace romerías al milagroso de Buga, ¿será que no cree en los poderes demiúrgicos de su presidente?
La conclusión es obvia: una oposición que no tenga acceso a los medios de comunicación, en la práctica, está amordazada. . El efecto político es, quizás, peor que en una dictadura abierta. En Chile, durante la dictadura de Pinochet, todo el mundo sabía que no existía la libertad de prensa. En Colombia, con medios de comunicación masiva monopolizados por Ardila Llulle, Santodomingo y la familia Santos, tampoco hay una real libertad de prensa, pero todo el mundo tiene la ilusión de que es plena la libertad de información. La apariencia de democracia engaña.
Estas elementales reflexiones deben servir para que el P:D:A. se plantee un objetivo político inmediato: tener un medio de comunicación masiva que le permita llevar sus mensajes políticos a los más amplios sectores de la opinión pública. Lo que sería tanto como quitarse la mordaza oligárquica. Este objetivo está en el centro de la lucha democrática de la oposición. Del próximo Congreso del Polo debe salir la perentoria tarea de que el PDA tenga un noticiero diario nacional a partir del 20 de julio del próximo año
La combinación de la lucha parlamentaria y la extraparlamentaria es otro aspecto esencial de la oposición. Sin duda, los debates que se realicen en el Congreso alrededor de temas vivos de la política nacional son de una gran importancia para la oposición. Más aún en las condiciones nuestras, que como acabamos de señalar son de mordaza para el discurso del PDA. La tribuna parlamentaria es la oportunidad que tenemos de difundir el pensamiento del Polo a amplios sectores de la opinión. Por esta razón es un trabajo que debe ser asumido con responsabilidad máxima. Como ya lo habíamos señalado, es una actividad que debe estar organizada, con un responsable de debates encargado de prepararlos. Y por supuesto, los congresistas que van a participar en ellos, deben estudiar con seriedad los asuntos a debatir, concientes de que lo que está en juego no es su lucimiento personal, sino el prestigio del Polo y los intereses del pueblo colombiano. Debemos reconocer que si bien tenemos congresistas que han hecho grandes y serios debates, también los hay que aprovechan la tribuna parlamentaria para pronunciar anacrónicas peroratas seudoizquierdistas, o discursos confusos que solo desorientan. La argumentación, y un sólido conocimiento del tema son las claves para una buena intervención. Los discursos veintijulieros son pretéritas.
Pero hacer del Parlamento el escenario único, o fundamental de la política es una evidente desviación liberal. Para nosotros, lo prioritario es la lucha de las masas populares en las calles y plazas de nuestras ciudades. Es en la acción colectiva de los de abajo en las plazas, donde más se desarrolla la conciencia política. Nuestro pensamiento, en este aspecto, es totalmente opuesto a la psicología de las masas, de Le Bon y Freud. Donde estos ven puro irracionalismo, nosotros vemos desarrollo de la conciencia política. ¿Será que la protesta de las masas populares, en las calles, contra el IVA o contra la privatización de Ecopetrol son expresiones de irracionalidad? A otro perro con ese hueso! Nosotros – un poco a lo hegeliano – vemos en las masas populares la encarnación de la razón. Y lo irracional lo vemos en la pretensión de una solución individual de los conflictos sociales, recostados en un cómodo sofá.
Intercambio humanitario y política de paz. Sobre estas dos cuestiones vale la pena insistir. Sobre la primera, nos parece que el Polo debe asumir un papel protagónico. Es absurdo y antidemocrático pensar que la cuestión humanitaria compete exclusivamente a los Comandantes de las FARC y al Gobierno de Uribe. Por el contrario, todos los colombianos tenemos el derecho, y el deber, de poner nuestro grano de arena para la liberación de los que han perdido su libertad con ocasión del conflicto armado. El PDA – como organización democrática del pueblo – está obligado a proponer fórmulas tendientes a abrirle camino al acuerdo humanitario. En este orden de ideas, debe participar en todos los actos masivos que se organicen para lograr la liberación de los cautivos. Si tenemos en cuenta que el presidente Uribe, en tan delicada cuestión, optó por romper las negociaciones con las FARC, y ordenó a sus generales el rescate a la fuerza, el oponerse a este peligroso propósito se convierte en centro de la lucha popular. Cuando está en serio riesgo la vida de miles de inocentes, ponerse las pilas para detener esa criminal política es un imperativo categórico para todos los sectores democráticos. El acuerdo humanitario hay que imponerlo, contra viento y marea, con la lucha de las masas. El Polo no puede estar ausente, ni mirando los toros desde la barrera. Es el momento de agarrar el toro uribista por los cachos, y reducirlo a la impotencia, antes de que con su perversa política cause una gran tragedia colectiva.
La política de paz es otra cosa. Su objetivo es lograr un acuerdo de paz, que ponga fin al prolongado conflicto armado que lleva varios lustros. Al respecto, afirmamos que al pueblo no se le puede seguir engañando con el cuento de que las guerrillas serán derrotadas en un breve lapso, gracias a la “efectividad” de la política de seguridad democrática. No olvidemos que con este señuelo, Uribe ganó la primera presidencia. Y lo insólito, con la misma patraña obtuvo su segunda presidencia. ¿No es ya tiempo de abrir los ojos, de reflexionar un poco, y de comprender que la política de Uribe no lleva a la paz, sino a la prolongación infinita del conflicto armado? Bueno es culantro, pero no tanto. Ya es tiempo de decir: no más “seguridad democrática”, queremos un acuerdo de paz!
El Polo debe colocar en el centro de su política de oposición una propuesta de paz seria. Ello obliga a que ciertos jefes del Polo se guarden el crudo sectarismo que alimentan contra las FARC, y le antepongan los supremos intereses de la paz. La paz no se puede conquistar con sentimientos mezquinos, requiere grandeza. Y, ante todo, una propuesta democrática. Aquí está el quid de la cuestión. ¿Qué debemos comprender por propuesta democrática? Esto solo se debe dilucidar en un gran debate interno del Polo. Empero, sin que se expongan razones, este debate nunca se da. Olímpicamente, los voceros autorizados del Polo proclaman que nuestro compromiso democrático es defender la Constitución de 1991! Y, consecuentemente, se oponen a una reforma de la Carta, mediante una Constituyente. Consideran el estatuto del 91 como la expresión del más alto grado posible de democracia, y ven en toda propuesta de reforma al mismo, una maniobra del presidente Uribe para asegurar un tercer mandato. Y con esta ausencia total de argumentación política, le cierran el paso a todo intento reformista.
Por nuestra parte, tenemos una posición totalmente opuesta. Somos convencidos partidarios de una Constituyente, que apruebe una nueva Carta. ¿Por qué? No vamos a plantear la discusión en el plano de las especulaciones, sino en el terreno de la práctica política. Durante los 15 años de vigencia, la Carta ha servido de cauce al desarrollo democrático, o, al revés, ha facilitado la entronización de un régimen político autoritario y oligárquico? La cuestión es clara y precisa: ¿para qué ha servido? Sus normas han propiciado el avance de la legislación social, o su retroceso? ¿Qué ha pasado con los servicios públicos, durante su vigencia: se han democratizado, o se han privatizado? Las políticas neoliberales han encontrado en la Carta de 91 un sólido dique de contención, o terreno fértil para su germinación? Sus apologistas nos podrán replicar: “mire el art. 1 de la Constitución, donde se lee: “Colombia es un Estado social de derecho”. ¿no está aquí consagrada la radical oposición a las políticas neoliberales? Precisamente, es esto lo que nos gustaría discutir. Porque en el mundo real, los derechos laborales han venido siendo liquidados en los últimos 15 años. La dura experiencia enseña a los asalariados que la proclamación del Estado social solo les ha servido para tres cosas: para nada, para nada y para nada. No eludimos el debate con los animistas jurídicos. ¿Será que el día llegara en que estas cuestiones se puedan debatir dentro del Polo Democrático?
Y ¿qué posición asumir frente a la política de “seguridad democrática”? En el Polo se oyen voces aprobatorias, y solo objetan que falta “inversión social”. ¿Cómo nos gustaría discutir esta solemne estulticia. En efecto, muy cortas entendederas se requieren para afirmar: “estoy de acuerdo con que los dineros del Estado se inviertan en la compra de tanques, de aviones invisibles y helicópteros, de cañones y metralletas, de fusiles y municiones, y en todo lo que requiera la guerra. Por esto, apoyo la política de “seguridad democrática” del presidente Uribe. Pero quiero que haya más gasto social por parte del Estado.” Cuando Mussolini, en sus peroratas fascistas, proclamaba: “el pueblo italiano necesita cañones, no mantequilla”, mostraba más inteligencia que algunos de nuestros copartidarios, pues por lo menos era conciente de la incompatibilidad que existía entre los gastos bélicos y el gasto social.
Pero la política de “seguridad democrática” no solo ocasiona desastres en materia social. También en lo político produce resultados antidemocráticos. Hoy en día es común que la fuerza pública llegue a una barriada popular de nuestras ciudades, que penetre a las viviendas sin ninguna orden judicial, y que se lleve arrestados a centenares de moradores, de la manera más arbitraria. Para los pobres no existe el habeas corpus. En la Alemania de Hitler estos procedimientos se denominaban razzias. Y hacían parte del terrorismo de Estado, vigente entonces. Acá en Colombia, se les denomina “seguridad democrática” y, supuestamente, sirven para combatir…”el terrorismo”. Y cuentan con la aprobación no solo de los partidos uribistas, sino también de muchos liberales, y hasta de compañeros del Polo.
No ver que la política de “seguridad democrática” no solo militariza el Estado, sino también a la misma sociedad es grave ceguera política .Los efectos negativos de esto los podemos percibir en cuestiones como el intercambio humanitario. No es un secreto que los generales son los más acérrimos opositores del intercambio. El mismo Presidente Uribe ha reconocido que el dejar en libertad a centenares de guerrilleros, para “que vuelvan a delinquir”, desmoralizaría a los soldados “de la Patria”. Hay aquí la tácita confesión de que el intercambio humanitario no cuenta con la aprobación de los altos mandos militares. ¿No es esta una ilegal intromisión de los generales en asuntos políticos, que solo competen a los civiles? Es evidente que por este camino, el Presidente Uribe nos lleva al despeñadero de una sui generis “democracia castrense”, esto es, un régimen político en el que la formal voluntad del pueblo es sustituida por la real y arbitraria voluntad del Führer Uribe y sus generales.
Donde más se percibe esta política derechista del gobierno de Uribe es, sin duda, en la orientación y manejo de las finanzas del Estado. Los que quieran una adecuada y justa ilustración sobre esta problemática, les recomendamos la lectura del artículo que Nelson Fajardo escribió en el semanario VOZ, en su edición 2366, de la semana del 1 al 7 de noviembre, bajo el título “De la guerra y el peligro del fascismo”. Señala el profesor Fajardo que el Gobierno, después del sospechoso bombazo del Cantón Norte, aprovechó la ocasión para proponerle al Congreso de la República el recaudar 8,6 billones de pesos (¡) en los próximos 4 años, destinados casi en su totalidad para gastos militares. Si actualmente para la “seguridad democrática” se destinan 2 billones, 575.306 millones, al subir a 8,6 billones, tendremos un incremento para gastos de guerra del 334%, en los 4 años. Con mucho tino, señala Fajardo: “Esta economía de guerra, y lo saben todos los estudiosos del tema, significa la subordinación total del conjunto de las condiciones económicas y materiales de una sociedad a los requerimientos y exigencias del conflicto, donde el Estado asume la dirección general y concentra el poder para obtener el control absoluto con miras al triunfo final sobre su enemigo”. Y para aplastar la resistencia de los de abajo, agregamos nosotros. Pues la política de “seguridad democrática” no solo apunta a la derrota de las FARC, que también se propone consolidar el dominio de la burguesía sobre el pueblo trabajador. Este es el aspecto “social” de la “guerra total” del presidente Uribe.
El PDA también debe tener unas directrices claras en materia de política internacional. En este campo, el enfrentamiento entre las fuerzas democráticas, y las fuerzas de la reacción está cazado. En nuestra América, la cuestión se plantea así: a la derecha está el imperialismo yanqui, liderado por el presidente Bush, y que cuenta con el apoyo incondicional de ciertos gobiernos, entre los que se destaca por su servidumbre el del presidente Uribe, de Colombia. A la izquierda, están los Estados y pueblos que luchan por la emancipación, encabezados por Cuba, Venezuela, Bolivia, Uruguay y otros. En lo económico, USA pretende incorporar nuestras economías al mercado gringo. Hacia ese objetivo apunta la imposición de TLC a los gobiernos-satélites. En la orilla opuesta están los gobiernos agrupados en MERCOSUR, que buscan fortalecer las economías de nuestros países, con total independencia de Norteamérica. En lo político, USA pretende alistarnos en la guerra que, so pretextos “antiterroristas, adelanta en todas partes de mundo contra los pueblos que no se doblegan. En la actualidad, los dos bandos libraron feroz batalla diplomática por un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Los llamados Estados-satélites votaron por el candidato de Bush, o sea, Guatemala, los independientes le dieron su voto a Venezuela. El gobierno de Uribe se portó como lo que es: el fiel lacayo de la Casa Blanca.
En política internacional, la posición del Polo debe ser vertical: estamos en el campo de la izquierda. Apoyamos todas las luchas de emancipación que libran los pueblos contra la dominación imperialista. Y nos oponemos a todas las empresas bélicas que urda el Imperialismo. Por esto, no estamos con la declaratoria de guerra – así sea simbólica- del gobierno de Uribe contra el pueblo de Irak. Tampoco estamos de acuerdo con las reiteradas provocaciones que sectores derechistas – oficiales y privados – tejen contra el gobierno del Presidente Chävez. Nos oponemos, de igual manera, al TLC, y a la política neoliberal de los imperialistas. El Polo, en su programa, debe proclamar su solidaridad con los pueblos que, en nuestra América, luchan por su liberación. Aquí no caben las posiciones neutrales, ni los híbridos. To be or not to be, that is the question. O.K?
Terrorismo a la colombiana. . El presidente Uribe es un autócrata a carta cabal, que no reconoce límites. Pretende imponer su arbitrio en todas las esferas de la vida social. Su paranoia es irreversible y cada vez más peligrosa. Ahora le dio por ser teórico del derecho penal. Y como tal, se propuso definir el delito de terrorismo. Es “terrorismo” sostiene, el que las guerrillas maten civiles, o policías y soldados. Pero aclara que esa definición solo vale “acá en Colombia”.Reconoce, pues, que no es universal. Una lectura clínica de su aserto sería esta: “como yo soy el Presidente de Colombia, tengo el poder de decir que actos son terroristas, y cuáles no. Lo que se entienda por “terrorismo” en otras latitudes del planeta, no me importa. Pero acá en Colombia, yo soy la verdad. Por tanto, mi definición de terrorismo no tiene discusión”. ¿Qué dirán los magistrados de las Cortes Suprema y Constitucional? Que lo averigüe Vargas!

NO MÁS TRAPISONDAS PRESIDENCIALES
ACUERDO HUMANITARIO YA!
1.5. Una perspectiva actual del socialismo, Roberto López Sanchez
en, REBELIÓN, O6-07-2006
Avances significativos para la lucha latinoamericana

El Primer Encuentro de Pueblos y Estados por la Liberación de la Patria Grande, que tuvo lugar en Sucre, Bolivia, del 27 al 29 de Octubre, terminó con un número de avances muy significativos para la lucha de liberación latinoamericana. Algunos de ellos son:
1. Se estableció la alianza estratégica entre el Estado boliviano y los movimientos sociales latinoamericanos presentes.
2. Se constituyó el Bloque Regional de Poder Popular (BRPP) como nuevo sujeto político de la Patria Grande, con la presencia de alrededor de 700 delegados latinoamericanos e internacionales, 4000 participantes bolivianos en la inauguración y 2500 en la clausura.
3. Se reveló la existencia de una nueva vanguardia latinoamericana. Con el debido apoyo, esta vanguardia podrá desarrollarse en pocos años para aportar dos facultades de liberación: a) unir las bases sociales en torno a una identidad libertadora y un nuevo proyecto histórico, compartidos, y, b) organizar la lucha defensiva y ofensiva contra las oligarquías criollas y el imperialismo estadounidense y europeo.
4. El Encuentro logró el necesario equilibrio entre la expresión popular, la expresión intelectual y la expresión cultural, sin que uno de los elementos desplazara al otro. Fue ese equilibrio que evitó que el Encuentro se desvirtuara hacia un foro desmesuradamente académico, por una parte, o excesivamente empírico-testimonial, por otra.
5. Se clarificó, desde la perspectiva estatal, la relación entre movimientos y Estados, en un profundo discurso inaugural de la Presidenta de la Asamblea Constituyente, Silvia Lazarte y en una extraordinaria reflexión final del vicepresidente Álvaro García Linera.
6. El Bloque Regional de Poder Popular (BRPP) concretizó esa dialéctica en la demanda central, de entablar un debate público con los Presidentes de la Cumbre Sudamericana de Naciones, en diciembre de este año, en Cochabamba.
2. La demanda del debate público
La demanda del BRPP, presentada en el acto de inauguración por el Presidente del Movimiento Campesino de Formosa (MOCAFOR, Argentina), Benigno López, y retomada en el acto de clausura por el Presidente de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APdH), del Ecuador, Alexis Ponce, tiene cuatro elementos centrales, que son esenciales para recuperar la calidad de vida de nuestros pueblos y para garantizar la sobrevivencia de nuestras naciones, razón por la cual debe constituir el centro del debate con los Presidentes latinoamericanos.
Solicitamos: 1. Que los Presidentes expliquen por qué siguen pagando una deuda fraudulenta que ya se ha pagado múltiples veces.
2. Que expliquen cuándo van a sacar las bases militares estadounidenses de la Patria Grande.
3. Que expliquen cuándo van a presentar un plan integral-coherente para la reindustrialización, renacionalización de los recursos naturales y sociales y el rescate del campo, para todo el Bloque Regional de Poder (BRP), que en este momento abarca a: Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Paraguay, Uruguay y Venezuela.
4. Que expliquen cuándo van a presentar un plan de defensa militar de la Patria Grande contra el imperialismo estadounidense-europeo, basado en la unión cívica-militar de nuestros pueblos, en la determinación de Bolívar, de que la única razón de ser de un ejército es la defensa de sus fronteras hacia el exterior, y en la doctrina militar de la guerra de todo el pueblo.
La concentración en los cuatros tópicos vitales para América Latina no excluye que los grandes esfuerzos de los movimientos sociales, realizados para la elaboración de demandas particulares (transgénicos, reforma agraria, la amazonia, etcétera), se descarten. Al contrario, ambos esfuerzos se complementan: para que el dialogo público con los Presidentes sea efectivo, debe impedirse que se disperse la agenda del debate, y para futuras negociaciones con los gobiernos se necesitará ese conocimiento acumulado. En este sentido, se invita a otros foros y, por supuesto, a los gobiernos latinoamericanistas de la Patria Grande, a unir fuerzas con el BRPP y participar sobre esta agenda en el debate con los Presidentes.
3. Nace una nueva vanguardia latinoamericana
Uno de los resultados más notables del Encuentro fue la aparición de una nueva vanguardia latinoamericana, compuesta por líderes jóvenes de la Patria profunda que se encontraron con viejos cuadros de la lucha de clase y sobrevivientes de las dictaduras militares.
Entre esos líderes emergentes se encuentran, entre muchos otros, el peruano Alfredo Sumi Arapa, quien salió de las filas indígenas-campesinas de Puno, para convertirse en profesor de la Universidad Nacional Micaela Bastidas de Apurimac; el boliviano Mario Pachaguaya, de las zonas marginadas de El Alto de La Paz; el chileno Pedro Marín, quien fue clave en la prolongada huelga minera en La Escondida, que derrotó a una de las corporaciones transnacionales más poderosas de la tierra; el Presidente de la Juventud de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), Gende Evelio; Benigno López, Presidente del Movimiento Campesino de Formosa (MOCAFOR); Silvina Hualpa, Argentina, de los estudiantes latinoamericanos, MILES, y Carlos Morillo del Movimiento por el Socialismo del Siglo XXI, de Venezuela.
De los veteranos de la lucha de clase pueden mencionarse, entre múltiples otros: el Premio Nobel Alternativo de la Paz, Martín Almada, del Paraguay; Aguinor Bicalho Vieira, miembro de la Dirección y cofundador del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST), de Brasil; el líder obrero Angel Cadelli, del Astillero Río Santiago, de Argentina; Nora Cortiñas, de las Madres de la Plaza de Mayo, Línea Fundadora, Argentina; Pedro Martínez Pírez, del Partido Comunista de Cuba; Antonio Pacheco, excombatiente del Frente Farabundo Martí para la Liberación Naconal, de El Salvador; Alexis Ponce del Ecuador; Gloria Cuartas, de Colombia; los líderes campesinos Simón Uzcátegui, Braulio Álvarez y el diputado chavista Victor Martínez, de Venezuela. La hermandad entre ambas generaciones se convirtió en un puente de transferencia de conocimiento, de disciplina y de experiencias de lucha; tal como la hermandad entre líderes populares, teóricos y artistas llenó el Coliseo de razón y eros: de debate, colores, banderas, música, películas, danzas, bailes y consignas.
Algunos egos, sobreadaptados al protagonismo desmesurado y la reverencia a su status de intelectuales "importantes", tuvieron serios problemas de adaptación a ese ambiente de equilibrio, que ya el gran José Martí había elogiado como necesario para el bien de las cosas. Y que son, al fin y al cabo, un par de bajas de narcisistas e intrigantes en la balanza de la larga guerra del pueblo, que realizó este acto de presencia y vanguardia inolvidable en el corazón de Bolivia.
4. La solidaridad con la Revolución Boliviana: partera del Encuentro
Revoluciones nacionalistas y democrático-populares en pequeños países requieren inevitablemente de la solidaridad mundial para poder resistir a la subversión oligárquica-imperial. Evo ha expresado muchas veces esa necesidad que, de hecho, fue la partera de este Encuentro. Y la Presidenta de la Asamblea Constituyente y el Vicepresidente enfatizaron a su vez esa necesidad vital, en la clausura. Ojalá, decía Silvia Lazarte, que ese espíritu de unidad solidaria se concretice en la práctica.
Alvaro García Linera advirtió en su reflexión final, que el "capitalismo es un bloque planetario y que es imposible enfrentarlo en un solo país. Hay que enfrentarlo con otro bloque planetario." Concretizó qué tipo de bloque ha de construirse, al decir, que "la política post-neoliberal debe conducir al socialismo", y terminó diciendo: "?la presencia de ustedes acá, nos regocija, no estamos solos, y les agradecemos por venir aquí a nuestra patria a decirnos ´bolivianos, no están solos´. Muchas gracias por venir acá."
"Sépanlo que la lucha de Ustedes es también la nuestra. Nosotros sabemos que no habemos de triunfar si ustedes no triunfan. O ganamos todos o perdemos todos, este es el designio del siglo XXI. Por eso estamos obligados a globalizar la lucha y ahí tiene que haber una articulación de movimientos sociales y Estados progresistas que permita ir irradiando, expandiendo los lazos de solidaridad. Es muy importante compañeros que entendamos las luchas, que nos enseñen lo que están haciendo, lo que está pasando en el Ecuador, en la Argentina, en México, en Francia. Necesitamos aprender, y no solamente unos cuantos intelectuales. Es una obligación de cada campesino, de cada obrero ansioso por aprender de ustedes, y ansioso también, de colaborar en las cosas que ustedes vienen haciendo.
A nombre de nuestro Presidente de la Republica, y a nombre nuestro quiero agradecerles su presencia acá y quiero pedirles que no nos abandonen y tengan toda la seguridad que nosotros tampoco los abandonaremos, en cada una de sus iniciativas, en cada una de sus luchas y en cada una de sus acciones. Muchísimas Gracias."
Un gran aplauso desde las gradas del Coliseo respondió a ese puente de espiritualidad política compartida entre la fuerza popular y la fuerza estatal, que el Presidente Evo, la Presidenta de la Asamblea Constituyente, Silvia Lazarte y el Vicepresidente Alvaro García habían tendido hacia el pueblo organizado, heroico y combativo.
En esta noche del 29 de Octubre, la comunidad de víctimas de la oligarquía latinoamericana y del imperialismo estadounidense-europeo, reunida en comunión libertadora en el Coliseo de Sucre, decidió dejar de serlo.
Y el compañero Benigno, sencillo campesino del Gran Chaco, antes de abordar el viaje de cuarenta horas de regreso a su tierra, dijo conmovido: "Hace mucho que ya no creía en nadie. Ahora he vuelto a creer."
1.7. ¿Tiene que ser liberal el socialismo?, Javier Maestre
Rebelión, 31-10-2006
Más que interesante, es necesario hablar de esto. Lo hacen Carlos Fernández Liria y Luis Alegre en su magnífico libro “Comprender Venezuela, pensar la democracia”, publicado el pasado mes de septiembre por la editorial Hiru. Me parece que estos dos autores orientan correctamente el debate y lo sacan del cúmulo de equívocos y callejones sin salida en el que lo están metiendo recientemente, en Rebelión, Philippe van Parijs (19/X/2006) y Marco Antonio Esteban (25/X/2006).
El primero de estos autores, en su artículo ? ¿Debe la izquierda ser socialista??, apunta de manera interesante a la importancia de la libertad para la izquierda. Pero la combina con la supuesta importancia del ?mercado? y se manifiesta extrañamente por la reducción del Estado, por una política monetaria fuera de control político y cosas por el estilo que nos llevan de la ?libertad? a lo que parece una aceptación del capitalismo como suelo estructural inevitable (y hasta deseable) de la sociedad. Como si viviéramos en verdaderos Estados democráticos y de Derecho en, supongo, Europa occidental. Y plantea un debate capcioso: ?libertad? frente a ?igualdad?. El resto de artículo me parece bien: la izquierda no ha de ser necesariamente progresista ?esta es una idea crucial-; la izquierda debe ser ética y no moralizante; la democracia debe tener ciertos límites marcados por instancias constituidas como independientes de la voluntad momentánea de la ciudadanía; hay que ser marxista en el sentido más saludable, desde un punto de vista filosófico y político, del término?
El segundo de estos autores contesta al primero en su artículo? ¿Debe la izquierda ser liberal?? y con la mejor intención, a mi entender no hace sino empeorar las cosas. Si bien denuncia la pequeña trampa con la que Philippe van Parijs nos quiere situar en pleno campo neoliberal, lo cierto es que cae en ella por completo y nos arroja a la ciénaga terrible de la que la izquierda debe salir de una vez. Así, se dedica a intentar demostrar que la libertad sí debe ser en alguna medida “limitada” “en nombre de las causas más nobles, como la reducción de las desigualdades”. Y lo que es verdaderamente grave, se decanta por la supresión de la división de poderes, juntando de manera muy rara la autonomía judicial o la universitaria, con la autonomía de la autoridad monetaria, como si los tres conceptos pudieran echarse al mismo saco y suprimirse por las mismas razones. Por lo demás, sus consideraciones acerca de la importancia del Estado como gobernador de la economía son, a mi juicio, acertadas, y rebaten de sobra lo que dice al respecto Philippe van Parijs.
Creo que hay dos consideraciones que pueden allanar mínimamente este berenjenal.
1. La libertad a la que se debe referir la izquierda es aquella que invocaban los revolucionarios franceses, curiosamente junto con las palabras igualdad y fraternidad. Y no puede ser concebida fuera de lo que esos franceses, ya en el siglo XVIII, intentaron constituir, a saber, el Estado de Derecho. Esto implica la salvaguarda de un espacio privado que pertenece al ciudadano como individuo libre y que garantiza unos derechos y libertades imprescindibles. Se trata, por tanto, de la constitución de un Derecho garantista que tiene por principios el imperio de la Ley y la seguridad jurídica de los ciudadanos. Estamos ante la combinación de las declaraciones de derechos humanos con principios como la presunción de inocencia, el habeas corpus, la libertad de expresión y la pluralidad, etc.
Esto implica, cómo no, el derecho a la propiedad privada, entendido como un derecho general y no como un privilegio. En el reino de la libertad, se hace necesario entender la propiedad privada como la generalización de lo posible y la eliminación de los privilegios que, a cuenta del derecho de algunos, privan de derechos al resto. Por cierto, en cualquier curso elemental de Derecho constitucional, siempre se acaba hablando de la segunda generación de derechos humanos, los llamados derechos sociales, que curiosamente las constituciones vigentes en los tan manidos Estados de Derecho del primer mundo no garantizan, sólo los enuncian como una especie de objetivo vacuo de la sociedad. Se trata del derecho a la educación, a la salud, al trabajo digno, a la vivienda? nada menos que las condiciones previas a toda posibilidad de tener derechos. Sin educación, sin salud, sin vivienda, en la esclavitud, ¿se puede hablar de derechos y libertades?
De estas consideraciones se colige fácilmente que no hay contradicción alguna entre libertad e igualdad? a menos que se entienda como libertad el capitalismo vigente. Esa es la trampa en este asunto. ¿Tiene la libertad algo que ver con el derecho de los privilegiados a hacer prácticamente lo que les dé la gana con los medios de producción privados ?es decir, los que se le han privado a la sociedad-? Porque cuando de capital se trata, propiedad privada significa propiedad netamente social expropiada por individuos que se instalan en el privilegio y que nos hacen confundir su cacareada libertad con su gobierno dictatorial de la economía (y, por ende, de la sociedad)? Por eso es erróneo discutir con Philippe van Parijs diciendo que hay que reducir la libertad para garantizar la igualdad. Al contrario, lo que hay que hacer es constituir las condiciones en las que la libertad como derecho humano pueda llegar a toda la ciudadanía por igual.
2. Van Parijs tiene razón cuando pone límites a la democracia. Es cierto que, antes que nada, hay que saber que no hay posibilidad de que el sufragio universal, las votaciones libres y la regla de la mayoría tengan nada que decir, nada que gobernar, si las decisiones económicas dependen de algo así como un mercado. Lo que Van Parijs pretende es, sencillamente, una contradicción en términos, ya que sólo es posible una sociedad ?mínimamente equitativa? si, precisamente, se agiganta el Estado, es decir, lo público, porque lo que la Historia demuestra (Historia es lo que le falta a toda la argumentación de Van Parijs) es que el mercado reduce o elimina el gobierno y hace imposible ningún objetivo ni de equidad ni de democracia. La extensión de la libertad depende mucho, por tanto, de la extensión del Estado en detrimento del mercado. Y no cabe duda de que este razonamiento tiene mucho que ver con el socialismo y con la izquierda.
Ahora bien, de aquí no podemos sacar la conclusión que, de manera exagerada y gratuita, saca Marco Antonio Esteban: “que las autoridades judiciales, monetarias e incluso científicas deben ser sometidas al control y poder democráticos” y que “las autonomías judicial y monetaria han de ser simplemente eliminadas”. Con proclamas así conducimos a la izquierda socialista a callejones sin salida de los que la Historia está plagada y que no son precisamente ejemplos a seguir. Y se lo ponemos fácil al enemigo, que rápidamente reedita a voz en grito todos los engaños básicos de la ideología liberal con la que las diferentes burguesías han tergiversado por completo el programa político originario de la Ilustración revolucionaria. El Estado de Derecho sigue siendo una utopía, y es nuestra.
La división de poderes es una cuestión constitucional. No puede haber Estado de Derecho (y, por tanto, democracia y ciudadanía) sin constitución, es decir, sin unas reglas que se establecen de una vez y para mucho tiempo, y que no pueden ser cuestionadas por una mayoría momentánea. La constitución es el modo en que se asegura el gobierno de la razón y de su expresión práctica, el Derecho. Un Estado de Derecho es aquel en el que cualquier ley puede ser mejorada por la voluntad democrática, pero en él ni se pone en cuestión el imperio de la ley ni se permite que se dicten leyes intrínsecamente injustas porque atenten contra los derechos elementales de los ciudadanos, la igualdad jurídica o los procedimientos que garantizan el ordenamiento democrático. Es por esto que el poder judicial, en un país socialista y democrático, en nuestra aspiración utópica [1], debe ser independiente, basado no en juegos de intereses o en la sujeción a la mayoría de cada momento, sino en la autonomía intelectual y la formación jurídica de sus componentes, encargados de la aplicación ecuánime de las leyes y sólo de las leyes. Algo parecido sucede con la Universidad: la comunidad científica no debe estar sometida a las tensiones de lo social, justo al contrario de lo que pretenden las reformas que está imponiendo el espacio europeo de formación superior [2]. ¿Ocurre lo mismo con la autoridad monetaria? Aquí hay una trampilla que nos pone Philippe van Parijs como quien no quiere la cosa. Deducir que debe haber una instancia independiente de los poderes legislativo y ejecutivo que controle los flujos monetarios naturaliza el mercado como eje rector de la vida económica, es decir, da por sentado que no hay más opción que un capitalismo más o menos limitado. Evidentemente, algo así entra de lleno en contradicción con toda equidad y toda democracia.
Así que, en cierto sentido, a las izquierdas no se les tienen que caer los anillos por ser liberales, en el sentido más antiguo y menos manipulado del término. Nuestro programa político debe ser el mismo que el de los revolucionarios que se alzaron contra el Antiguo Régimen buscando algo muy distinto a la consolidación de la burguesía como clase dominante y el establecimiento de la barbarie capitalista como gobierno efectivo de la sociedad. Debemos combatir la tergiversación que hace el neoliberalismo de los ideales democráticos del liberalismo, denunciando sin tregua el permanente incumplimiento en el que vivimos. Y demostrar una y otra vez que si la democracia y la plena ciudadanía son nuestros objetivos, el socialismo es, en realidad, el único medio para que sean posibles. Notas
[1] Es un grave error asumir que hay democracia en los países que se autodenominan democráticos y que dicen ir por ahí extendiendo la democracia. Yo no vivo en un país democrático. Philippe van Parijs no vive en un país democrático. Siguiendo a Alegre y Fernández Liria en su ensayo sobre Venezuela, sólo hay un intento de democracia fuera de toda excepción, y se trata nada menos que de Venezuela. Y probablemente sólo se dan, además, las condiciones de partida para una futura democracia en Cuba, que vive en un permanente estado de guerra que impide de todo punto, de momento, la plena democratización de su gobierno (véase al respecto el artículo de Carlos Tena ?Cuba es más que una democracia?, publicado en Rebelión el pasado 14 de septiembre). Lo cierto es que en ambos casos, la realidad se resiste a la utopía, que se va construyendo con grandes esfuerzos y sacrificios, de manera revolucionaria.
Para que haya democracia debe haber, ante todo, la posibilidad de gobernar la sociedad. No puede haber un Estado residual sometido a las presiones de los intereses privados y a la fuerza de los privilegios. No hay democracia si hay oligarquía. Si en Europa hay algo que se parece un poco a la democracia y al Estado de Derecho es porque sólo puede ser de derechas. Mientras el pueblo decida que la única opción son los partidos de un espectro insulso como el que representan PSOE y PP en España o PSF y la derecha en Francia, habrá democracia. Pero en el mismo momento en que un gobierno decida gobernar y trate de cambiar las capciosas reglas del juego de la economía capitalista ?esa que condena a casi todo el planeta a la pobreza y garantiza los privilegios de una minoría cada vez menor-, se hundirá el mundo y llegará el golpe de Estado en cualquiera de sus formas posibles. Esa es la Historia del siglo XX y, si en cierto sentido ha dejado de serlo en el primer mundo, es a costa de que las poblaciones europea, estadounidense, japonesa, australiana... deciden invariablemente en las urnas la perpetuación del (des)orden establecido y la permanente elevación de las barreras que separan el mundo de los privilegiados del desastre del tercer (y cuarto) mundo.
[2] Véase el excelente artículo de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero ?El reto de la Universidad ante la sociedad del conocimiento?, publicado en Rebelión el 30 de noviembre de 2004.
Me sumo humildemente al debate suscitado en REBELIÓN por el desconcertante artículo de Philippe van Parijs i. Rebatieron Marco Antonio Esteban ii y después Javier Mestre iii, con cuya postura (que cumple el deseo expresado en su antetítulo de “aclarar algunas cosas”) me alíneo en gran medida.
No pretendo enzarzarme en la surrealista discusión “¿Libertad vs. Igualdad?” , ya aclarada por Mestre y, mucho antes, diáfanamente por un tal Marx y un tal Che, quienes visto lo visto- escribieron en vano, como parece que también lo hizo Rousseau iv; obedezco simplemente al impulso de aportar una cuarta pregunta a la polémica: ¿Debe el socialismo ser izquierdista? Y no lo hago por simple espíritu de provocación y camorra, sino porque considero que superar ese tabú-o al menos planteárselo- sería sumamente práctico y de gran alivio.
A mi entender, la clave de la argumentación de Parijs es cuando dice: “No existe una esencia profunda de la izquierda. (...) A tenor de las fundaciones, escisiones, traducciones, fusiones y refundaciones, los límites de las doctrinas, posiciones, actitudes y agrupaciones calificadas de izquierdas, no han dejado de fluctuar, a veces en la contradicción, a menudo en la confusión.”. Tal afirmación es irrefutable.
Precisamente por ello, contra su propuesta (nada novedosa, por cierto) de ?refundar la izquierda? con el peligrosamente ambiguo (y nada novedoso) método de ?relativizar, como accesorios puramente contingentes, esos hechos de los que la izquierda del futuro puede deshacerse sin complejos?, yo propongo lo siguiente: desde el socialismo, ¡deshagámonos sin complejos de la anacrónica, confusa, exageradamente multívoca, desgastada y ensuciada etiqueta de ?izquierdismo?!. En justicia confesaré lo obvio: tampoco mi propuesta es en absoluto novedosa, pues ya en 1920 el polifacético Lenin, en su papel de médico pediatra, clasificó el ?izquierdismo? como enfermedad infantil del comunismo, de todos es sabido. ¿Es sabido? Entonces, ¿por qué este debate, a estas alturas? ¿O acaso Lenin es un ?accesorio puramente contingente?, una obsoleta pieza de museo cuyas tesis y diagnósticos no deben ser ya siquiera tenidos en cuenta? Si hay que partir de esa premisa, caballeros, yo abandonaré el debate y disculpen las molestias.
Declararse socialista-no-izquierdista es peliagudo e impopular, lo sé; ¡es lo que tienen los tabúes! Siempre saltará algún listillo a encuadrarnos en las filas del NSDAP hitleriano. ¡Falacias!: de dominio público es que eso no tuvo de ?socialista? más que el nombre. ¡Ah, claro!: entonces resulta que somos stalinistas. Mi respuesta es que eso otro fue una desviación, un fracaso en la construcción del socialismo, una traición incluso.
El nudo gordiano del tabú que nos ocupa es que se considera ser ?de izquierdas? como algo amable, bueno e imprescindible, ¡así, en abstracto!... Pero las abstracciones de tal calibre, además de no tener el más mínimo peso argumentativo, son nido de apologéticas paradojas y, por lo tanto, palos en las ruedas de la Historia; ¿quién sabe si incluso artimañas del enemigo para fomentar la división en nuestras filas?
Mientras no esté mínimamente definido qué es ?ser de izquierdas?, no veo que sea ésta una bandera enarbolable salvo por gentes bienintencionadas pero de escasa formación política, de militancia débil y más bien confusa. No propongo ser dogmático; al contrario: ¡seamos críticos y analíticos! ¡Liberémonos de tabúes y dogmas que sólo generan contradicciones, debates estériles y entorpecen la lucha!
Si ?derecha? e ?izquierda? no son más que, como recuerda Parijs, ?una metáfora espacial nacida por casualidad hace dos siglos, durante la celebración de la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria?, no es delirante considerarlas categorías burguesas, aplicables sólo en un ámbito de república parlamentaria burguesa, que es su medio natural. Desde una óptica revolucionaria socialista/comunista, sencillamente, no sirven. Por tanto, no-ser-de izquierdas no significa necesariamente ser-de-derechas, como no-ser-del-Barça no implica necesariamente ser-del-Madrid. Puede que a uno el fútbol o el oligárquico politiqueo parlamentario burgués y sus distintos etiquetajes internos, sencillamente, le importen un carajo.
Por otro lado, utilizar esas viciadas categorías fuera del parlamentarismo burgués, desde una postura pretendidamente “revolucionaria” puede y suele- degenerar en dos vías:
1.-una extrema radicalidad vacía de contenido, programa y estrategia (que deificando un pseudoromántico ?individualismo revolucionario? ignora o rechaza la imprescindible participación de las masas);
2.-o bien un “culto a la espontaneidad de las masas” que rechaza todo tipo de estructura organizativa no-horizontal v , pariendo sucesivamente pequeñoburgueses movimientos efímeros que acaban diluyéndose en una estéril nebulosa y tienen, por tanto, más de
¿Son políticas izquierdistas el Wellfare State rooseveliano y el fordismo, el estado de bienestar ?a la europea?, el sindicalismo economicista, la integración de la mujer en el mercado (atención al envenenado y explícito término: ¡¡¡mercado!!!) laboral, pasando ahora a tener no uno sino dos jefes-explotadores (el marido y el patrón)?
¿Es izquierdista apoyar que los homosexuales adopten nefastos y apolillados moldes patriarcales casándose (para colmo de blanco, estilo Pronovias)? ¿Es izquierdista llamar “solidaridad” a la caridad? ¿Es izquierdista ser anticlerical de modo acrítico? ¿Es izquierdista promocionar el American/European Dream al pedir “papeles para todos2, generando así un mercado esclavista del que el capital transnacional se beneficia supremamente, al tiempo que se perpetúa la miseria y la sumisión en los países “proveedores” de inmigrantes, y en los receptores bajan los salarios y crece el racismo?
¿Es izquierdista el ecologismo que no pone en duda la maquinaria capitalista de producción y consumo de inutilidades? ¿Es izquierdista “ser tolerante” sin-mirar-con-quién, incluso con los explotadores? ¿Es izquierdista sustituir la lucha de clases por el “diálogo social”? ¿Es izquierdista ser un fanático de la “Sociedad Civil”? ¿Es izquierdista el pacifismo que no distingue agresores de resistentes? ¿Es izquierdista estar contra todo tipo de dictadura, incluída la del proletariado? ¿Es izquierdista rechazar la idea de vanguardia revolucionaria? ¿Es izquierdista ser alérgico a la disciplina? ...
Pues sí, señores: todo esto (y un infinito etcétera), tan simpático, tan heterodoxo, tan postmoderno, tan políticamente correcto y gratificante para la buena digestión y el plácido sueño: es izquierdista, mas NO marxista; es izquierdista, mas NO socialista; es izquierdista, mas NO revolucionario.
Y si esta afirmación provoca que alguien plantee la siguiente vuelta de tuerca (“¿Debe el socialismo ser revolucionario”?)... entonces, compañeros, tiro la toalla y -como canta Gardel- “esta noche me emborracho bien / me mamo bien mamau / pa”no pensar”.
Escritas en letra blanca y fondo negro varias vallas en Bogotá afirman que la “libertad es libre”. La libertad sola es un vacío, pero acompañada con otra palabra tiene un mensaje político. La otra palabra que acompaña en la valla a libertad, y la adjetiva es libre con la cual se construye una redundancia para dar fuerza a un deseo y manifestar un temor.

No son vallas de ornato, son vallas para vender valores políticos que esclavizan. Son la cultura política que los sectores emergentes de telecomunicaciones y los grupos económicos quieren promover. Es que estos centros de poder no se identifican con la Constitución Política de 1991, ninguno de ellos le celebró los 15 años, y si se les pasó por la cabeza un ramo de flores no era para celebrar un cumpleaños, sino para acompañar la mortaja de un orden jurídico que no desean. Le temen a la Carta de Derechos y por eso promueven la Valla de Derechos como esa de que la “Libertad es libre”.

Como la libertad es libre el sector financiero, el de más alta rentabilidad económica, el que obliga a las daciones en pago de las viviendas de los colombianos insolventes, aquél que encontró en la venta de vivienda una forma de apropiarse del ahorro y del trabajo asalariado, se niega a cumplir los fallos de la Corte Constitucional y lleva siete años incumpliendo una sentencia del alto tribunal, siete años “mamándole” gallo al Estado Social de Derecho.

Aunque las vallas aparecen en el contexto del intercambio humanitario que tantas expectativas tiene en Colombia, ellas no tienen absolutamente nada que ver con él. Son vallas que quieren promover unas condiciones de mercado libre, son vallas que temen un cambio de condiciones de regulación y buscan asegurar unas condiciones de mercado. Son vallas de los que tienen modo y no salen a la calle a exigir sus derechos. Esas vallas son la forma como los “libres libres” hacen mítines y le reclaman al Estado privilegios (más libertad, menos Estado).

Colombia es un país sin esencias políticas, y así se ve de afuera y la ven las multinacionales, los otros países y las agencias interestatales: un país libre sin libertad, un país libre con secuestrados y desaparecidos forzados; un país libre que ocupa el puesto 131 en el escalafón de la libertad de prensa.

La libertad en Colombia es esclava o por lo menos está privada de la libertad, está guardada en la selva o dentro de un socavón. La libertad fue desaparecida de manera forzada por el Estado o la tiene secuestrada la guerrilla y otros delincuentes o se encuentra exiliada o huyendo porque fue amenazada.

Un país en donde la libertad es libre y la propiedad es ajena.

La “libertad libre” no es la libertad que urge más del cincuenta por ciento de los colombianos. La “libertad libre” de las vallas es muy distinta a la libertad de un Estado social de derecho. La libertad libre se caracteriza por pedir mercado libre, por creer que primero está el crecimiento del Producto Interno Bruto; y la libertad del Estado social de derecho pide igualdad de oportunidades, reclama derechos. Es una libertad fundada en la equidad.

Quienes pregonan la libertad libre son los propietarios de las grandes utilidades económicas, los que de entrada juegan un papel dominante en los mercados, aquellos que ven en los principios sociales y en el derecho un obstáculo y claman por desregulaciones para generar un contexto libre de trabas en donde los más fuertes acaben con los más débiles.

Quienes claman por la libertad libre son conocidos como deconstructivistas o liberacionistas o dereguladores y reclaman garantías para su carácter dominante en el mercado, quieren seguridad para sus inversiones. Son los mismos que proponen un Estado ultramínimo que no los fastidie con trabas sociales, con llamados a la equidad o con responsabilidad social o ambiental. Son los que dicen que primero es crecer y luego distribuir.

Son aquellos que quieren un Estado sin subsidios, sin empresas estatales, sin dirección económica por el Estado; un país en donde gobiernen los fuertes, la plutocracia; un país en donde la ley sea el mercado, sin garantías laborales, sin contratos de trabajo.

La libertad es libre resume las reglas de juego de los piratas de arriba, los piratas sin ley, los corsarios del siglo X.

3. Enfoque “LOS RETOS DE LA ONU”,Alberto Ramos G.

mailto:G.albertoramos2005@yahoo.com

El problema de la lucha contra el terrorismo transnacional ha llevado a crear otro problema internacional: la seguridad global. La ONU creada entre otras cosas para evitar las guerras y mantener la paz mundial a través del impulso de las relaciones diplomáticas internacionales, se quedó corta porque su capacidad y despliegue se operacionalizó con muchas deficiencias, sólo en la mediación y solución de conflictos de baja intensidad durante la guerra fría, pero no estaba preparada la ONU para enfrentar una amenaza transfronteriza como el terrorismo que actúa súbitamente y sin ejército, pero hacen tanto daño o más como si lo tuvieran.

Además la ONU no tiene una fuerza multinacional de despliegue rápido, porque los cascos azules y los ejércitos de disuasión son contingentes organizados por ocasiones, y no son permanentes.La gran paradoja es que la ONU siendo el organismo multinacional más grande del planeta tierra (192 países miembros), absorbiendo parcialmente las soberanías de cada uno de los países miembros, no alcanza la categoría real de gobierno global que, enfrente los retos de la globalización.

El 8 de septiembre de 2006 la Asamblea General de la ONU aprobó una estrategia global de defensa para enfrentar el terrorismo, pero para poner en práctica el plan de acción, deben aplicar las medidas por separado cada uno de los gobernantes de los países miembros y los organismos regionales. Dentro del plan de acción se contempla la búsqueda de la solución a los conflictos prolongados, la atención a las víctimas del terrorismo, hacer ajustes dentro del estado de derecho respecto a la punición de estos delitos, lograr la disminución y hacer control a la violación de los derechos humanos, combatir con reciedumbre la discriminación racial y religiosa, y atender con prioridad la marginación social y económica.

Son cuatro los retos inmediatos de la ONU: 1) Modernizarse para ejecutar sanciones drásticas a los países transgresores del Derecho Internacional Público; 2) Enfrentar las arremetidas de la globalización; 3) Coordinar acciones concretas para la seguridad global en la lucha contra el terrorismo y la eclosión de más armas nucleares, y 4) Sofrenar el poder de los EEUU con sus acciones unilaterales. Además, ampliar el Consejo de Seguridad, eliminando el derecho al veto de los 5 miembros permanentes.

La contribución de un país miembro de la ONU no solo se mide por las ideas para programas específicos, de acuerdo con las informaciones del Foro de Política Global, se miden por las aportaciones concretas en hombres de sus ejércitos o contingentes militares destinados a misiones de paz. Entonces, debe dejarse la costumbre de pensar que algún día todos los países tendrán asiento en el Consejo de Seguridad por las simples rotaciones, o por regiones y distancias geográficas; se puede ser parte del Consejo de Seguridad por méritos; pero como se sabe, son 15 miembros y se logra la aprobación de cualquier decisión con 9 votos incluidos los 5 que tienen asiento permanente y derecho a veto. Por esta razón, se está incrementando la práctica de seducir y corromper los votos de los miembros del Consejo de Seguridad, los EEUU lo han hecho para lograr la votación de los 9. En un estudio reciente citado por Paul Kennedy, realizado por la Universidad de Harvard, adelantado por los señores Kuziemko y Werker, se observa cómo durante los dos años de pertenencia a los otros 10 miembros del Consejo de Seguridad se les incrementa la ayuda económica en un 59% a esos países transitorios, y luego de ese período, vuelve a disminuirse la ayuda. La competencia por un asiento ahora en octubre entre Venezuela y Guatemala dejó entrever todas esas cancamusas y atracciones para lograr los votos de uno y otro lado.

(*) Profesor de Ciencia Política en la Universidad Libre.
4. “URIBE PINTA MAL”, Hernando Llano Angel
El título, desde luego, no es un juicio estético sobre las dotes artísticas del Presidente, de las cuales dio muestras al alimón con el maestro Fernando Botero, pintando “La fiesta Nacional”. Los noticieros de televisión resaltaron, como un acontecimiento político-pintoresco, las pinceladas terminales del Presidente, repintando una deslucida franja amarilla del tricolor nacional, discreta cortina de la realidad, para después estampar, en el extremo derecho del lienzo, su firma de primer mandatario. La imagen no podría ser más reveladora del divorcio y el trágico contraste que existe entre la realidad presidencial y la realidad nacional. Un día antes de recluirse Uribe en la Casa de Nariño con Fernando Botero, el artista plástico que mejor ha vendido una imagen entre bucólica y cáustica de una Colombia anacrónica, violenta y clasista, apareció en la primera página de “El Tiempo” un informe del Banco Mundial que estima los costos del daño ecológico causado a nuestra portentosa riqueza natural en cerca de 7 billones de dólares, en gran parte por la desidia e incompetencia oficial. Denuncia el informe, entre otras aberrantes realidades, que la contaminación atmosférica causa “6.000 muertes anuales y 1.100 fallecimientos prematuros por contaminación domiciliaria.” Que por causa de desastres naturales, “entre 1993 y el 2000 más de cuatro millones de colombianos se vieron afectados por estos fenómenos –principalmente inundaciones y derrumbes--, cuyo costo anual fue de aproximadamente 453 millones de dólares (más de un billón de pesos). El saldo de estos desastres fue de 30 mil muertos. La población más pobre ha pagado los costos más elevados en cuanto a patrimonio perdido y muertos”, concluye la investigación del Banco Mundial, que contrasta tan elevado costo junto a un gasto militar de 5.4 billones de pesos para el 2006. Es decir, a la depredación de nuestra naturaleza, hay que sumar la degradación de nuestra condición humana.

Nuestra realidad es un lienzo que sobrepasa los horrores de “la violencia y las torturas” de la cárcel de Abi Ghraib, recreada por el maestro Fernando Botero. Violencia que se resisten a ver y reconocer muchos gobernantes, como obra de sus propias decisiones políticas y militares. Violencia que queda plasmada en forma irreversible sobre los cuerpos y las vidas de sus víctimas. Violencia que también se niegan a reconocer, quienes cínicamente llaman retención al secuestro; ajusticiamiento al asesinato y “contribución revolucionaria” a la extorsión y el chantaje económico.

Se comprende que la pinacoteca oficial no haya tenido hasta hoy ninguna “fiesta nacional” digna de subastar, al contar con pintores de manos tan diestras en retocar la hecatombe de nuestra realidad política para defender privilegios sociales, sumadas a las manos siniestras de quienes pintan por fuera del marco legal y anegan de sangre y muerte el paisaje nacional.

Por todo lo anterior, es que Uribe pinta muy mal como gobernante, pues se dedica a plasmar en un lienzo palaciego “La fiesta nacional”, mientras en la realidad parece estar esbozando una “tragedia nacional”. Sus últimos pincelazos, inspirados más por la rabia y el odio en lugar de la razón y la prudencia, pueden ser presagio de trágicos desenlaces. Parece estar actuando como un apasionado artista, en busca de histéricos aplausos de la galería, antes que como responsable estadista. Desde la Escuela Superior de Guerra, con corazón rabioso, proclama y ordena el rescate a sangre y fuego de los secuestrados, olvidando el destino fatal ya corrido por destacados ciudadanos y abnegados miembros de la fuerza pública en su terruño antioqueño.

Luego, desde Buenaventura, se convierte en implacable juez moral, declarando indigno al Secretario de Gobierno de esa ciudad, haciéndose eco de una extemporánea y patética denuncia pública de un oficial de la armada que, por ignorancia o falta de carácter, no denunció, como debió hacerlo en el acto, la presunta ilicitud del funcionario municipal. Sin duda, el Presidente y el oficial armaron la gorda, incluso mejor que Botero, y pintaron a cuatro manos un cuadro ejemplar de desinstitucionalización y desjudicialización, al punto que todavía no se han podido aportar las pruebas legales para procesar al ex Secretario de Gobierno. Pero este incidente no pasa de ser una nimiedad frente a la paciencia y generosidad que ha tenido el Presidente, rayana con la impunidad, ante los más de tres mil asesinatos y desapariciones atribuidas a las AUC, desde la iniciación del proceso en Santa Fe de Ralito, según denuncia del ex presidente Pastrana. Curiosa forma de entender la justicia tiene el Presidente Uribe, muy parecida a la lucha denodada que libra desde hace más de cuatro años contra la corrupción y la politiquería, en estrecha alianza con sus mayorías en el admirable Congreso que hoy tenemos. Seguramente por eso el maestro Botero lo invitó a terminar su irónico cuadro y a estampar su firma en la extrema derecha de su lienzo, pues hoy la politiquería caudillista y la corrupción clientelista están más robustas y alegres que Doña Felicidad en “La Fiesta Nacional”.
5. “MUROS DE INFAMIA Y VERGUENZA
Guillermo Pérez Flórez
El presidente Bush firmó la ley que autoriza la construcción de un muro de más de 1.000 kilómetros en la frontera con México. Dice que para “proteger al pueblo americano”. No dice de qué o de quiénes, pero es de suponer, de los terroristas en general, y de los inmigrantes mexicanos y latinoamericanos en particular. Así, Bush les da la razón a los “minutemen”, una milicia xenófoba y racista que persigue violentamente a quienes intentan entrar en EEUU sin autorización.

Y aquí empieza el debate. ¿Quién los manda a entrar sin autorización? Se me dirá. Y tendré que responder, algo muy poderoso: el hambre. Sí. El hambre, la misma hambre que empuja a miles de africanos hacia la costa norte del Mediterráneo, aún a riesgo de morir en el intento. Un hambre que, en el caso americano, no ha podido calmar el TLC entre EEUU y México en vigor hace años. Pese a las bendiciones del libre comercio, cada año es mayor el número de mexicanos que emigra hacia el norte. Y aquí es oportuna una disgresión. En la Unión Europea ya no hay fronteras, sin embargo, no se registran oleadas migratorias internas. ¿La razón? La integración se hizo buscando una nivelación, es un proceso absolutamente diferente al que se quiere imponer en América, y que obligará a EEUU a construir una fortaleza para aislarse de la pobreza latinoamericana.
En Europa no hay, como decía, oleadas migratorias internas. La inmigración procede de África y Asia, y también han construido muros infames y vergonzosos, como los de Ceuta y Melilla, y centenares de campos de internamiento para extranjeros que van desde Portugal hasta Finlandia y desde Irlanda hasta Turquía, (pasando por Malta) que sin ser de la UE actúa como frontera exterior y juega un papel clave para contener el ingreso de árabes y de asiáticos. Esos centros son auténticas cárceles. Allí esperan, hacinadas, miles de personas a que se examine si serán expulsados o admitidos en la Europa bella, pacífica, libre, democrática, solidaria e inspiradora de los derechos humanos.

El mundo celebró el derrumbe del muro de Berlín. Pero desde ésa época los muros no han dejado de proliferar. El gringo para aislar a los mexicanos; el judío para aislar a los palestinos; el español para aislar a los marroquíes, a los senegaleses, a los mauritanos, a los de Malí, de Nigeria, de Guinea, a los millones de miserables y pobres africanos.

El muro ofende a México y a toda América Latina; y es la prueba fehaciente de que el globo está gobernado por verdaderos incompetentes. Prueba de que vivimos una época de decadencia en la que brillan por su ausencia los líderes mundiales. Los que deberían asumir el desafío de atender una agenda global impostergable, porque los desequilibrios en el desarrollo, propulsados por una globalización anárquica y brutal, están amenazando la supervivencia del planeta y multiplicando los conflictos. Pero en medio de la pobreza espiritual, la pereza intelectual y falta de corazón, los gobiernos sólo saben construir muros vergonzosos, similares al de los comunistas en Alemania, y que la humanidad celebró cuando fue derribado.
El muro duele por los mexicanos, pero también por los norteamericanos, manipulados, atemorizados con la amenaza de una supuesta invasión de bárbaros inmigrantes que quieren destruir los pilares culturales de una nación construida – vaya paradoja – por inmigrantes.

La libertad de circulación es un derecho universal, aunque no les guste a los “minutemen”. Hoy sólo lo tienen el capital y las mercancías. Los mexicanos continuarán entrando subrepticiamente a EEUU, son una necesidad para la economía norteamericana, la inmigración clandestina es una de las claves secretas de su éxito. Hay once millones de sin papeles que trabajan en régimen de sobre explotación. Y para esos efectos el muro es indispensable y necesario.

6.ApropósitoCarl Schmitt


6.1. La 'fiesta sagrada' de don Carlos El homenaje franquista en 1962 al principal jurista del nazismo, Carl Schmitt
Manuel Rivas
Este relato documental sobre el homenaje franquista a Carl Schmitt es un capítulo, traducido por el autor, de la nueva obra de Manuel Rivas titulada 'Os libros arden mal', publicado en Edicións Xerais de Galicia.
Así que no es casual que en el homenaje que los jerarcas franquistas le rinden en marzo de 1962, don Carlos invoque a la providencia y hable de una "fiesta sagrada en el crepúsculo de la vida"
Schmitt había ingresado en el partido nazi en 1933 de la mano del filósofo Martin Heidegger, con quien quería ir a la cueva de Platón y apropiarse del proyector de ideas

"Es una coincidencia significativa que el impulso sincero de investigación me haya conducido siempre a España", dice don Carlos el 21 de marzo de 1962 ante las élites del franquismo
Estamos en el salón de conferencias del número 1 de la plaza de la Marina Española, sede central del partido único denominado Movimiento Nacional. "Numerosísima concurrencia", dirán las crónicas periodísticas, con la presencia de dos célebres ex ministros de Franco, Serrano Suñer y Fernández-Cuesta, y numerosas personalidades del régimen, junto con miembros de la judicatura y de la jerarquía eclesiástica.

Convoca el Instituto de Estudios Políticos. Su director destaca la trascendencia del acto, en el que se va a homenajear a "una de las figuras más ilustres de la ciencia política europea, especialmente vinculada a España". Se trata de Carl Schmitt. Don Carlos, en confianza, para muchos de los presentes, va a ser condecorado e investido como miembro de honor del Instituto, distinción que se concede por vez primera desde que fue creado en 1939, poco después de la victoria franquista.

Este organismo fue concebido como una fábrica de ideas de la dictadura, de legitimación del caudillismo, inspirándose en el modelo de abastecimiento intelectual del nazismo. Uno de los primeros directores, Francisco J. Conde, era un discípulo directo de Schmitt. El actual, Manuel Fraga Iribarne, le va a rendir hoy admiración y le presentará como "venerado maestro". Estamos a 21 de marzo de 1962. La celebración tendrá un broche imprevisto.

¿Quién era aquel "venerado maestro" que merecía tal homenaje en la España de 1962? En la presentación se había destacado su condición de profesor catedrático en Colonia y Berlín y su autoridad en Derecho Constitucional.

En realidad, así, sin cronología histórica, era una presentación cauta. Carl Schmitt había sido mucho más que todo eso. Había sido conocido como el kronjurist, la corona o el cerebro jurista del III Reich. El principal artífice de la arquitectura jurídica del nazismo. El diseñador del permanente "estado del excepción", para quien la política es sinónimo de guerra, y el adversario o disidente, de enemigo.

El teórico del decisionismo, que lleva al límite perverso la máxima de Hobbes: "Autorictas non veritas facit legem" (la autoridad, no la verdad, es la que hace las leyes). Una actualización de esa otra indisoluble unidad marital, la del trono y el altar, en la que el monarca absoluto es ahora un providencial Führer o Caudillo.

En la práctica, una justificación de la tiranía con lenguaje futurista, para la sociedad de masas. A diferencia de otras épocas, en las que la marca del tirano era el obsceno desprecio por la ley, la gran operación de ilusionismo histórico de Schmitt es convertir al tirano en "supremo juez", en fuente de derecho, el que con sus pasos va imprimiendo la ley.

Tras la caída del III Reich, Carl Schmitt pasó un breve periodo de internamiento, entre 1945 y 1947, en el campo de Berlín-Lichterfelde-Süd y en Núremberg, en calidad de testigo-acusado; un proceso del que consiguió zafarse con esa habilidad de escurridizo que caracteriza muchos de sus movimientos históricos.

Sobre esa experiencia escribió Ex captivitate salus, donde aparece un único simulacro de arrepentimiento mediante una frase latina: "Non possum scribere contra eum, qui potest proscribere". No puedo escribir, dice en aparente clave retrospectiva, contra aquellos que pueden proscribirme. Una equívoca exculpación en un maestro de la escritura oblicua.

Sorprende ese recurso en un admirador de Melville y conocedor de la respuesta del escribiente Buterbly ante el encargo que violenta su conciencia: "Preferiría no hacerlo". Hubo quien tuvo el valor de decir que no. Por ejemplo, en el campo jurista, el valeroso Hans Kelsen, con quien Schmitt había polemizado sobre la democracia parlamentaria, y que, proscrito, con el estigma de "enemigo", siguió defendiendo la libertad en el exilio. Hubo quien ejerció al menos la resistencia del silencio ante la aplastante maquinaria totalitaria.

Schmitt, no. Al contrario. Su aportación a la ascensión del nazismo fue entusiasta y sistemática, y lo fue en el periodo decisivo, entre 1933 y 1936. Con anterioridad había contribuido a minar la República de Weimar, postulando un presidencialismo de excepción que prefiguraba las formas modernas de dictadura.

Ya ocupaba Donoso Cortés, y el hechizo del sable, un lugar de honor en su cabeza. Schmitt había ingresado en el partido nazi en 1933 de la mano del filósofo Martin Heidegger, pronto nombrado rector de Friburgo y con quien compartía la voluntad de bajar a la cueva de Platón y apropiarse del proyector de ideas.

"¡Quien ama la tempestad y el peligro debe escuchar a Heidegger!", se dijo el 30 de noviembre de 1933 en Tubinga. Ésa era la clase de retórica que excitaba a Schmitt. También se dijo: "Cuando Heidegger habla desparece la niebla delante de nuestros ojos". Eso quizá le importaba menos.

Parte del hechizo que ejerció Schmitt sobre muchos tiene que ver con sus dotes para el enmascaramiento. No obstante, cuando le convenía, con el viento a favor, abandonaba el estilo críptico y su prosa avanzaba con peligrosa determinación.

El 1 de agosto de 1934, el ya catedrático de Berlín escribe en Deutsche Juristen-Zeitung, principal palestra, la más osada formulación jurídica de la tiranía en los tiempos modernos: "El Führer es el único llamado a distinguir entre amigos y enemigos. El Führer toma en serio las advertencias de la historia alemana, lo que le da el derecho y la fuerza necesaria para instaurar un nuevo Estado y un nuevo orden. El Führer defiende el derecho contra los peores abusos cuando, en el momento de peligro, en virtud de las atribuciones de supremo juez que le competen, crea directamente el Derecho".

No se trataba sólo de un agasajo teórico para Hitler. El texto servía para justificar a posteriori las ejecuciones ordenadas por el Führer el 30 de junio de ese año (la llamada noche de los cuchillos largos). Entre los eliminados figuraba una antigua amistad de Schmitt, el canciller Schleicher y su esposa. Más adelante, igualmente contundentes, sus aportaciones irán también orientadas a legitimar la expansión bélica del III Reich. Hay una idea que atraviesa su obra, y es la de la guerra como partera.

"... Y Caín mató a Abel. Así comienza la historia de la humanidad". Ésa es la lapidaria versión de Schmitt. En una conferencia a los estudiantes de Colonia, en 1940, les alecciona para convertir ideas y conceptos en "armas afiladas".

Todo su pensamiento está marcado por una impronta belicosa. Incluso la "verdadera" política, que considera inseparable de la dialéctica amigo-enemigo.

Tampoco sus abundantes imágenes o metáforas de inspiración religiosa son ajenas a la idea de un teocrático totalitarismo que tanto influirá en sus amigos españoles. No por casualidad encontrará las mayores afinidades en algunos de aquellos que propugnaban "la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza".

Schmitt se define como "un Epimeteo cristiano". Epimeteo desoye el consejo de su hermano Prometeo y se esposa con Pandora, quien abrirá la jarra o caja de la que saldrán las fuerzas devastadoras. "Yo soy católico no sólo de acuerdo con mi religión", dice en 1948, "sino también de acuerdo con mi origen histórico, y, si se puede decir así, de acuerdo con mi raza".

La más acabada construcción de su identidad es el carácter de katechon. Ser un katechon. Un concepto extraído de la apocalíptica cristiana, y en concreto de uno de los textos más enigmáticos del Nuevo Testamento, la segunda Carta a los Tesalonicenses, atribuida a san Pablo.

Hay un poder o persona (ho katechon) que frena la llegada del "impío" (ho anomos). Un poder que "mantiene a raya" al diablo. Aquel que se arroga el papel de katechon, y es el caso de Schmitt, estaría cumpliendo una misión providencial, sagrada.

Así que no es casual que en el homenaje que los jerarcas franquistas le rinden en marzo de 1962, don Carlos invoque a la providencia y hable de una "fiesta sagrada en el crepúsculo de la vida". ¿Qué había sido de él, del kronjurist o crown jurist del nazismo, antes de llegar a la celebración del crepúsculo en España?

Falsedad amable

Una falsedad biográfica amable con Carl Schmitt le sitúa fuera de juego a finales de 1936 debido a intrigas interiores del nazismo. No obstante, contó siempre con la protección del todopoderoso Göring. Continuará siendo profesor en la Universidad de Berlín y consejero prusiano hasta el fin de la guerra.

Pero el resto no será en absoluto silencio. Su actividad como propagandista del modelo jurídico nazi será intensa y se extenderá hasta casi el final de la contienda por la Europa dominada o afín. En el homenaje de 1962 hace una velada alusión a su estancia en Madrid veinte años antes, es decir, en 1942, el momento de mayor presión para que España se implique plenamente en la guerra.

Hay un rastro que lo sitúa entonces como secretario del Instituto Alemán de Cultura en Madrid. "En representación de este Centro y de la Embajada Alemana" (Arriba, 22 de abril de 1942), asiste a un cónclave que inaugura un capo del derecho fascista italiano, Giuliano Mazzoni. ¿Fuera de juego? En realidad, ¿cuál es la misión providencial que lleva a Schmitt a Madrid precisamente en esas fechas?

"Nunca olvido que mis enemigos personales son también los enemigos de España", escribirá a Francisco J. Conde en una carta fechada el 15 de abril de 1950. "Es ésta una coincidencia que eleva mi situación privada a la esfera del espíritu objetivo". Juan Donoso Cortés (1809-1853) es la clave de la temprana relación de Carl Schmitt (1888-1985) con España, o mejor sería decir, con su pensamiento reaccionario. El marqués de Valdegamas había sido un alegre liberal extremeño en su juventud. Hasta que, en su propia expresión, se hizo "un peregrino de lo Absoluto". Un peregrino tan amargado, y que miraba con tanto asco a la pecadora humanidad, que le llegó a parecer merecedora de los periódicos sacrificios purificadores de la sangre. Una orgía de malhumor reaccionario la de Donoso que escandalizaba al mismísimo Menéndez Pelayo (reaccionario, sí, pero más sobrio), quien se horroriza ante algunas afirmaciones del marqués.

Por ejemplo: "Jesucristo no venció al mundo ni por la santidad de su doctrina ni por los milagros ni profecías, sino a pesar de esas cosas". Delirante, pensaba el ortodoxo Menéndez Pelayo. Pero acontecimientos históricos posteriores en España, como la bendición episcopal y papal de la espantosa guerra de 1936 como "Santa Cruzada", llevarían la marca de ese delirio.

Tríada doctrinal

Para Carl Schmitt, el sinarquista Joseph de Maistre, el tradicionalista Louis de Bonald y el fundamentalista católico Donoso Cortés configuran la tríada doctrinal sobre la que levantar "el nuevo orden" de un totalitarismo de cuño teocrático. La nueva versión del Sacro Imperio.

Donoso Cortés había sido el autor del único gran discurso que el integrismo absolutista español del siglo XIX consiguió exportar con cierto éxito al resto de Europa. No es de extrañar. El llamado Discurso sobre la dictadura, pronunciado el 4 de enero de 1849 en el Congreso de los Diputados, es una de las intervenciones más espantosas, en el sentido de estremecer, de las que seguramente se pronunciaron nunca en una cámara de la representación popular.

Los bravos y aplausos de la mayoría conservadora forman parte vibrante del discurso. Donoso no duda en asimilar la dictadura a un hecho divino, a una orden de la providencia.
Rancio en el contenido, el impacto del discurso, el eco que alcanzó en la Europa conservadora, tiene que ver con el estilo directo y apodíctico y su remate intimidatorio.

Es probablemente el primer discurso fascista en el sentido moderno. Ya a principios de los años veinte había encandilado a Carl Schmitt, nacido en Plettenburg, Westfalia, en un ambiente católico muy conservador.

En 1929, el profesor y jurista alemán comparece por vez primera en Madrid para pronunciar una conferencia. ¿De qué habla? Viene a redescubrir Donoso Cortés a los españoles: "Se trata de escoger entre la dictadura que viene de abajo y la dictadura que viene de arriba: yo escojo la que viene de arriba, porque viene de regiones más limpias y serenas; se trata de escoger, por último, entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable: yo escojo la dictadura del sable, porque es más noble [¡bravo, bravo!]". El interés por la historia de España tiene otro referente. En uno de los textos en que destila antisemitismo, utiliza como precedente la expulsión de los judíos en el periodo de los Reyes Católicos.

He aquí el curioso círculo que traza la historia. El demiurgo en el que se inspiran los juristas del franquismo para presentar el ilegítimo régimen como una creatio a Deo ("Franco, caudillo de España por la gracia de Dios"), está a su vez inspirado en el ideario enloquecido de un reaccionario español de la primera mitad del siglo XIX.

Además de la comunidad de ideas, en él encontró Schmitt el rasgo principal que debe caracterizar a un führer, duce o caudillo: "la ferocidad del discurso". Liberal en sus años mozos, la crítica al liberalismo por Donoso llegará a expresarse con una ferocidad extrema, esa que le lleva a asociar la dictadura con la forma de gobierno que corresponde a la ley divina y natural.

Pero hay un trazo del liberalismo político que concentra todo su desprecio, toda su repulsión. El liberalismo es... frívolo. ¡Frívolo! ¡Dios, qué repugnancia! He ahí una marca de Donoso en Schmitt y que éste subraya muy pronto en su crítica al sistema liberal y a las democracias parlamentarias. La frivolidad. He ahí el terrible pecado, equivalente al relativismo en religión, según el Syllabus.

Un híbrido de Donoso y Schmitt, Eugenio Montes, primero mascarón de proa intelectual contra la II República y luego botafumeiro del dictador, publicará en 1934 el Discurso a la catolicidad española, tan celebrado por la derecha de la época, en el que deja claro que no cabe concesión alguna a la forma de gobierno: "Todo relativismo, por el hecho de serlo, ya es anticatólico. Convertir la relatividad en norma ideal o hábito de conducta equivale a entregarle el alma al demonio".

¿Por qué toda la ira totalitaria se concita en esa idea cascabelera de "frivolidad" hasta convertirla en el peor de los insultos? La "frivolidad" liberal pretende que la política sea un campo neutro, tratando de evitar la confrontación. Pero la política "en serio", para los Donoso de ayer y de hoy, es eso precisamente: la confrontación con el enemigo. Y si no hay enemigo a la vista, hay que buscarlo. Ya aparecerá.

Muchos sobreentendidos

"Es una coincidencia significativa que el impulso sincero de investigación me haya conducido siempre a España", dice don Carlos el 21 de marzo de 1962 ante las élites del franquismo. Y habla, cómo no, de la guerra: "Veo en esta coincidencia casi providencial una prueba más de que la guerra de Liberación Nacional de España es una piedra de toque". Los presentes comparten muchos sobreentendidos.

En realidad, este reconocimiento no es un hecho excepcional. En 1952, la revista Arbor, dependiente del Consejo de Investigaciones Científicas y uno de los medios más relevantes de expresión de la intelectualidad franquista, publica la exégesis 'Carl Schmitt en Compostela', escrita por el romanista Álvaro D'Ors, miembro destacado del Opus Dei y catedrático en la Facultad de Derecho de Santiago.

Será también aquí, en 1960, donde la editora Porto y Cía. publique la versión española de Ex captivitate salus (Experiencias de 1945-47). El libro es recibido y comentado por la prensa de la época con ciertos honores. La obra fue traducida al castellano por su única hija, Ánima, casada con un catedrático de Historia del Derecho, Alfonso Otero, a quien había conocido en Alemania.

Esta edición española incluye como novedad un interesante prólogo que Schmitt escribió en Casalonga, una casa de campo en las afueras de Santiago, en el verano de 1958. Trece años después del hundimiento del III Reich, no hay en ese prólogo ni una nota, ni una gota de arrepentimiento, ni una alusión a los horrores de la guerra y a la política de exterminación racial conocida como Holocausto.

El único campo de concentración del que se habla es aquel en el que estuvo internado un breve periodo de tiempo después de la guerra y el único lamento es el que denuncia la "criminalización" de la Alemania vencida. A principios de los sesenta, en las veladas compostelanas, Carl Schmitt, tan crítico siempre con la democracia norteamericana, empieza a mostrar un inusitado interés por un político llamado Barry Goldwater, antiguo soporte de McCarthy y senador por Arizona. ¿Qué opinan de Goldwater?, pregunta don Carlos a sus amigos españoles. Este Goldwater será padrino político de Ronald Reagan e inspirador del neoconservadurismo.

Cañón de largo alcance

Volvamos a Madrid, a la plaza de la Marina, en 1962. Manuel Fraga Iribarne elogia el pensamiento de Carl Schmitt, "hoy más vigente que nunca", y expone una síntesis perfecta: "La política como decisión, la vuelta del poder personalizado, la concepción antiformalista de la Constitución, la superación del concepto de legalidad... son estas cotas ganadas de las que no se puede volver atrás".

Todo el discurso del director del Instituto y de la ceremonia, él mismo investido de la condición de jurista, es una apología del kronjurist. "La ley es algo así como un cañón de largo alcance", había escrito Manuel Fraga en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia en 1944.

Ahora, el jurista con visión de artillero, en vísperas de ser nombrado ministro de Información de la dictadura, coloca la condecoración en la solapa del "venerado maestro" Carl Schmitt. Y subraya emocionado que éste es "un momento culminante de su carrera". Tras la salva de aplausos habla don Carlos. El hombre de la sombra se convierte en centro. Tiene 74 años; se conserva bien, robusto, y sabe que el uso solemne del lenguaje le va a hacer crecer en estatura ante una audiencia entregada.

Hacer notar el "poder presencial" que le atribuyó su antiguo amigo y camarada, el escritor Ernst Jünger. Él sí que parece plenamente consciente de lo que está viviendo. El hecho insólito en el orbe de que se esté condecorando en 1962 al principal jurista del III Reich. Al fin va a transgredir en público la consigna que se marcó después del hundimiento nazi: refugiarse en la cripta del silencio.

En España encuentra su refugio intelectual y, en gran manera, vivo y triunfante, su modelo de Estado. El escenario donde ejemplificar la derrota de la democracia parlamentaria. Incluso puede gozar, como cuando se encuentra con reaccionarios cultos como D'Ors, con la retórica propia de un reducto imaginario del Sacro Imperio.

Al igual que al anfitrión, no se le escuchará ni una sola palabra de autocrítica ni un trazo de duda o incertidumbre. Será él quien haga su mejor elogio. A diferencia del fogoso predecesor, él habla con calma, realza las escogidas palabras para que aflore ese "poder presencial" del que habló Jünger. Habla con ademán litúrgico. ¿Qué ha dicho? "Una fiesta sagrada".

Si, Carl Schmitt, don Carlos, proclama que este reencuentro con sus amigos españoles es "una fiesta sagrada en el crepúsculo de la vida". En ese momento, justo en ese momento, y según el testimonio extasiado del escritor falangista Jesús Fueyo, "se fue la luz". La prensa de la época destacó el acontecimiento. Se habló en grandes caracteres del homenaje a Carl Schmitt. Distintos medios reprodujeron una entrevista publicada inicialmente por Arriba "por su gran interés", seguro eufemismo del mecanismo "de obligada inserción". "Es posible que todos los países europeos tengan que acreditarse ante España", decía Schmitt. Pero en ningún medio, en ningún periódico, se informó del apagón. Nadie contó entonces que justo cuando el jerarca prendía la insignia en el pecho de don Carlos, el salón de actos de la sede del Movimiento Nacional se quedó a oscuras. Completamente a oscuras.
6.2. ¿Estamos en guerra? ¿tenemos un enemigo?
Slavoj Zizek, 18 de julio de 2005
Un precursor notable en este campo de “biopolíticas” para-legales en las que las medidas administrativas sustituyen gradualmente el dominio de la ley, fue el régimen de Alfredo Stroessner en Paraguay en los 1960s y 1970s, que llevó la lógica del estado de excepción a un extremo absurdo, aún no superado.
Bajo Stroessner, Paraguay era -en cuanto a su órden constitucional- una democracia parlamentaria ?normal? con todas las libertades garantizadas; sin embargo, ya que, como declaraba Stroessner, estábamos todos viviendo en un estado de emergencia debido a la lucha mundial entre Libertad y Comunismo, la implantación completa de la Constitución era pospuesta permanentemente y se obtenía un estado de emergencia permanente.

Este estado de emergencia se suspendía cada cuatro años por un sólo día, el de las elecciones, para legitimizar el mandato del Partido Colorado de Stroessner con un 90% de mayoría. La paradoja es que el estado de emergencia era el estado normal, mientras que la libertad democrática ?normal? era una excepción brevemente activada. Este horripilante régimen anticipó algunas de las tendencias claramente perceptibles en nuestras sociedades liberal-democráticas después del 11 de Septiembre.

¿No está la retórica de hoy de la emergencia global en la lucha contra el terrorismo, legitimizando más y más suspensiones de derechos y de lo legal? El aspecto ominoso de la declaración reciente de John Ashcroft sobre que ?los terroristas utilizan la libertad de América como un arma contra nosotros? acarrea las obvias implicaciones de que deberíamos limitar nuestra libertad para defendernos a nosotros mismos.

Tales afirmaciones por parte de altos oficiales americanos, especialmente Rumsfeld y Ashcroft, junto con la explosiva muestra de ?patriotismo americano? tras el 11 de Septiembre, crean el clima para lo que se corresponde con un estado de emergencia, con la ocasión que provee para una suspensión potencial del dominio de la ley, y la aserción de la soberanía del estado sin ?excesivos? problemas legales. América está, después de todo, como dijo el Presidente Bush inmediatamente después del 11 de Septiembre, en estado de guerra.

El problema es, precisamente, que no lo está; al menos no en el sentido convencional del término (para la gran mayoría, la vida diaria continúa y la guerra sigue siendo el negocio exclusivo de las agencias del estado). Así, con la frontera entre el estado de guerra y el estado de paz difuminados, estamos entrando en una etapa en que el estado de paz puede al mismo tiempo ser un estado de emergencia.

Tales paradojas también dan la clave sobre la forma en que la emergencia liberal-totalitaria representada por la ?guerra contra el terror? se relaciona con el auténtico estado revolucionario de emergencia, articulado primero por San Pablo en su referencia al ?fin de los tiempos?.

Cuando una institución del estado proclama un estado de emergencia, lo hace por definición como parte de una estrategia desesperada para evitar la verdadera emergencia y volver al ?curso normal de las cosas?. Es, recordarás, una característica de todas las proclamaciones reaccionarias de un ?estado de emergencia? el que estén dirigidas contra el desorden público (?confusión?) y sean presentadas como una resolución para restaurar la normalidad.
En Argentina, en Brasil, en Grecia, en Chile, en Turquía, los militares que proclamaron un estado de emergencia lo hicieron para atar el ?caos? de una politización absoluta. En resumen, las proclamaciones reaccionarias de un estado de emergencia son en realidad una defensa desesperada contra el auténtico estado de emergencia.
Hay una lección que hay que aprender aquí de Carl Schmitt. La división amigo/enemigo nunca es sencillamente un reconocimiento de diferencia "de hecho". El enemigo es por definición siempre (hasta cierto punto) invisible: no puede ser reconocido directamente porque parece uno de nosotros, que es por lo que el gran problema y tarea de la lucha política es proveer/construir una imagen reconocible del enemigo (los judíos son el enemigo por excelencia no porque oculten su verdadera imagen o contornos sino porque no hay nada tras sus engañosas apariencias: es decir, carecen de la ?forma interna? que pertenece a toda identidad nacional, son una no-nación entre naciones, su substancia nacional reside precisamente en la falta de substancia, en una plasticidad sin forma, infinita).

En resumen, el ?reconocimiento del enemigo? es siempre un procedimiento llevado a cabo para descubrir/construir la ?verdadera cara? del enemigo. Schmitt se refiere a la categoría kantiana Einbildungskraft, el poder trascendental de la imaginación: para poder reconocer al enemigo, uno ha de ?esquematizar? la figura lógica del Enemigo, proveyéndolo con características concretas que lo convertirán en un objetivo apropiado para el odio y la lucha.
Tras el colapso de los estados comunistas que dieron lugar a la figura del Enemigo de la Guerra Fría, la imaginación occidental entró en una década de confusión e ineficacia, buscando esquematizaciones adecuadas del Enemigo; desplazándose de los narcotraficantes a la sucesión de señores de la guerra en los ?estados delincuentes? (Saddam, Noriega, Aidid, Milosevic) sin establecerse en una imagen central: tan sólo con el 11 de Septiembre esta imaginación obtuvo de nuevo su poder construyendo la imagen de Bin Laden, el fundamentalista islámico, y Al-Qaeda, su red ?invisible?.
Lo que esto significa, más allá, es que nuestras democracias liberales plurales y tolerantes siguen siendo profundamente Schmitteanas: siguen dependiendo del Einbildungskraft político para proveerse de la figura apropiada para volver visible al Enemigo invisible.
Lejos de suspender la lógica binaria Amigo/Enemigo, el hecho de que el Enemigo se defina como el oponente fundamentalista de la tolerancia plural añade meramente giro reflexivo. Esta ?renormalización? ha implicado la figura del Enemigo a través de un cambio fundamental: no es ya el Imperio Malvado, otra entidad territorial, sino una red virtual mundial ilegal y secreta en la que la falta de ley (criminalidad) coincide con el fanatismo ?fundamentalista? ético-religioso; y dado que esta entidad no tiene un status positivo legal, la nueva configuración ocasiona el fin de la ley internacional que, al menos desde el comienzo de la modernidad, regulaba las relaciones entre los estados.

Cuando el Enemigo sirve como el “punto de capitonaje” (el “point de capiton” lacaniano) de nuestro espacio ideológico, es para unificar la multitud de nuestros oponentes políticos actuales. Así, el estalinismo en los años 30 construyó la agencia del Capital Monopolista Imperialista para probar que los Fascistas y los Socialdemócratas (?Social Fascistas?) eran ?hermanos gemelos?, las ?manos izquierda y derecha del capital monopolista?. Así, construyó el nazismo la ?conspiración plutocrática-bolchevique? como el agente común que amenazaba el bienestar de la nación germana.

El capitonaje es la operación a través de la cual identificamos/construímos una agencia que ?tira de los hilos? tras una multitud de oponentes. Exactamente lo mismo sirve para la ?guerra contra el terror? hoy, en la que la figura del Enemigo terrorista es también una condensación de dos figuras opuestas, el ?fundamentalista? reaccionario y el resistente izquierdista. El título del artículo de Bruce Barcott en la revista del New York Times el 7 de Abril, ?De Abraza-árboles a Terrorista?, lo dice todo: el auténtico peligro no viene de los fundamentalistas de derecha responsables de la bomba en Oklahoma,y con toda probabilidad de los sustos con anthrax, sino de los Verdes, que nunca han matado a nadie.
La característica ominosa que subyace a todo este fenómeno es la universalización metafórica del significante ?terror?. El mensaje de la más reciente campaña americana contra las drogas es:?¡Cuando compras drogas, das dinero a los terroristas!?. El ?terror? por tanto se eleva hasta convertirse al punto oculto de equivalencia entre todos los males sociales. ¿Cómo podemos entonces romper esta prédica?
7.3. El criterio amigo-enemigo en Carl Schmitt El concepto de lo político como una noción ubicua y desterritorializada
María Concepción Delgado Parra

I. La persecución de lo político en Schmitt y la deconstrucción del espacio liberal. ?II. El criterioamigo-enemigo como distinción específica del concepto de 'lo político'. ?III. Desaparición del espacio certero de lo político. ?IV. ¿Anulación del otro, anulación de "lo político"?
El objetivo de este ensayo es mostrar cómo la persecución de lo político en Schmitt conduce a una 'deconstrucción' del espacio liberal a través del criterio amigo-enemigo el cual aparece como condición sine qua non de lo político.

Asimismo, se pretende identificar, a través de la distinción amigo-enemigo, al concepto de lo político fuera de las arenas institucionales y con ello establecer su carácter ubicuo y desterritorializado.

Lo político no visto ya como una referencia específica a un objeto, sino como una relación de oposición que se caracteriza, fundamentalmente, por la intensidad, la hostilidad y por la posibilidad extrema de la guerra.[1]

I. La persecución de 'lo político' en Schmitt[2] y la deconstrucción del espacio liberal

La historia de la modernidad ha sido representada por Schmitt como una tragedia; la considera una época de decadencia y de ruina, como el momento en que lo político se desdibuja frustrando la promesa del orden.

Así, la valentía de su miedo, como señala Derrida, hizo que descubriera la fragilidad de las estructuras liberales, dotándonos con ello de elementos en contra de la 'despolitización', "Como si el miedo de ver venir lo que viene efectivamente hubiese agudizado la mirada de este centinela asediado"[3].

En su obra es posible distinguir una aguda preocupación por la desaparición de lo político y, en su afán de persecución, por recuperarlo, nos hereda un modelo que permite imaginar nuevas formas de identificación y sobrevivencia de lo político.

El planteamiento teórico de Carl Schmitt inevitablemente obliga a volver la mirada hacia la historia y reflexionar sobre la función que ha tenido el Estado en relación con lo político.

Hasta antes de la aparición del liberalismo[4] en el siglo XIX, lo político se había podido explicar a partir de su relación con el Estado. Desde el punto de vista de la jurisprudencia, mientras el Estado y sus instituciones estuvieron constituidas como algo firme, lógico y natural, pudo mantener el monopolio de lo político[5].

Con el surgimiento de las democracias parlamentarias liberales se inició un proceso de contaminación recíproca entre el Estado y la sociedad civil, sus fronteras se volvieron borrosas y lo político dejó de formar parte exclusivamente de la esfera del Estado. Algunas instancias estatales se volvieron sociales y visceversa, "los ámbitos 'neutrales' ?religión, cultura, educación, economía?, dejaron de ser naturales en el sentido de no estatales y no políticos"[6].

En este proceso surgió el Estado Total con sus intentos de abarcarlo todo: Estado y sociedad. Estos sucesos fueron eliminando la posibilidad de lo político al desdibujar la relación de oposición que permitía su existencia.

El 'desplazamiento borroso' de lo político comienza a darse a partir del siglo XVIII con el Estado Absolutista, pasando por el Estado Natural (no intervencionista) del siglo XIX, hasta llegar al Estado Total del siglo XX[7].

En este sentido, el liberalismo es señalado por Schmitt como el que impide la distinción y la existencia de lo político, al volver 'porosas' las fronteras que existían entre el Estado y la sociedad, además de intentar disolver la oposición amigo-enemigo al reducir a este último, a ser un simple competidor del mercado y un oponente en la discusión[8].

Al tocar su fin la época de la estatalidad[9], se vuelve imprescindible re-conocer el concepto de lo político que había sido circunscrito al Estado y desentrañar tanto el lugar donde aparece como los nuevos vínculos que establece.

El concepto sobrevive, lo que cambia es su ubicación. Tal vez por esta razón Schmitt inicia su persecución con el siguiente enunciado: "El concepto de Estado presupone el de político."[10] Esta afirmación sugiere que lo político no presupone necesariamente el concepto de Estado, por lo que ello implicaría que, aunque en algunos momentos de la historia ha formado parte únicamente del terreno del Estado, puede sobrevivir fuera de él[11].

Esto muestra una primera definición de lo político[12] como una decisión constitutiva y polémica. Constitutiva porque su nueva forma exige la configuración infinita de los pueblos alrededor de una identidad (en la esfera pública), para oponerse y construirse frente a otros pueblos; y, polémica, porque en ella se establece una agrupación, dentro y fuera de las arenas estatales, con vistas a un antagonismo concreto entre amigos y enemigos que se manifiesta en una relación de hostilidad[13].

Lo político deja de ser monopolio del Estado. En este proceso de dislocación de lo político-estatal se observa un salto de la estructura cerrada a una no cerrada en la que se ubica un centro que no escapa al juego infinito de las diferencias[14]. Lo político, paradójicamente, estará dentro del terreno institucional del Estado pero también fuera de él.

De esta manera Schmitt plantea que "Se puede llegar a una definición conceptual de lo político sólo mediante el descubrimiento y la fijación de las categorías específicamente políticas. Lo político tiene, en efecto, sus propios criterios que actúan de manera peculiar frente a diversas áreas concretas, relativamente independientes, del pensamiento y de la acción humana, en especial del sector moral, estético y económico.

" Lo político debe por esto contener y alguna distinción de fondo a la cual pueda ser remitido todo el actuar político en sentido específico. Admitamos que en el plano moral las distinciones de fondo sean bueno y malo; en el estético, belleza y fealdad; en el económico, útil y dañino o bien rentable y no rentable. El problema es entonces si existe un simple criterio de lo político, y dónde reside; una distinción específica, aunque no del mismo tipo que las distinciones precedentes, sino más bien independiente de ellas, autónoma y válida de por sí"[15].

Señalo de manera total esta cita porque considero que de aquí se desprenden varias cuestiones que permiten identificar en Schmitt la articulación del concepto de lo político. Cuando subraya la necesidad de descubrir y fijar las categorías específicamente políticas, está apuntando en su planteamiento un criterio de decisión y, por consecuencia, un criterio de discriminación.

Si estos criterios corresponden a formas concretas y peculiares que actúan de manera relativamente independiente de otras acciones humanas, significa que están construidos de manera a priori con el fin de alejarlos de toda impureza. De ahí concluye que la distinción específica, aquella a la que pueden reducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción amigo-enemigo[16].

Esta distinción, que se configura como la esencia de lo político, permite identificarlo a partir de un criterio y no como una definición exhaustiva. Sugiere también que es un concepto polémico y no estático, y que su relación con otras oposiciones ya existentes ?bueno y malo, belleza y fealdad, o beneficio y perjuicio?, también es cambiante.

Lo político no visto como algo que se ubica en un espacio espefíco, sino en relación con la oposición amigo-enemigo. La verdadera especificidad de lo político está dada por el hecho de que no se funda en ninguna otra distinción y tampoco puede reducirse a ninguna de ellas.

Al hablar de un concepto y no de un cuerpo específico, histórico, Schmitt sumerge a lo político en el tiempo y en las circunstancias dándole vida. Rompe los esquemas de ubicación fijos. Abandona la totalidad racionalizadora en la que lo político estaba referido al monopolio del Estado, a un centro.

Al definir el criterio amigo-enemigo como la esencia de lo político, lo 'fija en el movimiento'. Lo político sale y a su vez permanece en el espacio institucional de la política, aparece la doble inscripción de lo político. La idea abstracta de 'distinción' se disuelve, para reaparecer constantemente en relaciones diferentes.

II. El criterio amigo-enemigo como distinción específica
del concepto de "lo político"

El criterio amigo-enemigo, planteado por Schmitt como una expresión de la necesidad de diferenciación, conlleva un sentido de afirmación de sí mismo (nosotros), frente al otro (ellos).

Así pues, es posible observar el contenido positivo de la relación amigo-enemigo como conciencia de la igualdad y de la otredad, la cual se define marcando al grupo entre los que se distinguen de los otros con base en ciertos referentes.

La diferencia nosotros-ellos establece un principio de oposición y complementariedad. La percepción que un grupo desarrolla de sí mismo en relación con los otros es un elemento que al mismo tiempo que lo cohesiona, lo distingue.

La posibilidad de reconocer al enemigo implica la identificación de un proyecto político que genera un sentimiento de pertenencia. Pero, ni la identificación con/del enemigo, ni el sentimiento de pertenencia, ni la misma posibilidad de la guerra que le dan vida a la relación amigo-enemigo son inmutables. Antes bien, se encuentran sometidos a variaciones continuas, es decir, no están definidos de una vez y para siempre.

Schmitt argumenta que la esencia de lo político no puede ser reducida a la enemistad pura y simple, sino a la posibilidad de distinguir entre el amigo y el enemigo. El enemigo no puede pensarse en términos de cualquier competidor o adversario, como lo planteaba el liberalismo, ni tampoco como el adversario privado (inimicus).

La oposición o antagonismo de la relación amigo-enemigo se establece si y sólo si el enemigo es considerado público (hostis)[17]. "Enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, de acuerdo con una posibilidad real se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público"[18].

El término 'eventualidad' remite a la posibilidad latente de la guerra que aún antes de iniciar ya está presente en la relación remarcar el concepto de analogía como condición fundamental entre los dos grupos que se oponen, es posible pensar que el hermano es el que se revela como el enemigo.

Por último, si como señala Derrida, el enemigo está en casa, en la familiaridad del propio hogar,[19] se puede adivinar la presencia y la acción del enemigo, ya que se constituye como la proyección y el espejo del propio amigo, incluso es más que su sombra: no hay representación, es real, está aquí y ahora, se puede identificar y nombrar.

Pero si ambos se albergan en la misma casa significa que 'aprendieron a convivir', y la hostilidad que definía la relación entre ellos de pronto desapareció cuando el enemigo decidió marcharse. Ahora solamente está presente en la memoria, se recuerda, se añora y se habla de él.

Cuando Schmitt habla del grado máximo de intensidad de unión o separación entre el amigo y el enemigo[20] está exigiendo el regreso del enemigo, lo nombra para traerlo nuevamente a casa y de esta manera re-abrir el espacio de la hostilidad que reclama ambas presencias. El amigo y el enemigo están aterrados en la soledad, uno apela al otro, sin olvidar nunca que la llegada del otro puede también ser peligrosa.

Hay un enorme parecido entre el amigo y el enemigo; son hermanos, gemelos y, sin embargo, también subyace en ellos una esencia que los hace existencialmente distintos en un sentido particularmente intensivo: '¿quién decide por quién?' Responder a esta pregunta es lo que los lleva, quizás, al punto más extremo de su relación ya que se podría generar un conflicto.[21]

¿Existe alguien, fuera de ellos, que pueda intervenir en la decisión del conflicto? Schmitt responde a esta cuestión diciendo que sólo es posible intervenir en la medida en que se toma partido por uno o por otro, cuando el tercero se convierte en amigo o enemigo.

De ahí que el conflicto sólo pueda ser resuelto por los implicados, pues sólo a ellos les corresponde decidir si permiten su domesticación o visceversa como una forma de proteger su forma esencial de vida.[22] Sin embargo, este punto de vista de Schmitt se verá modificado cuando aborda el término de neutralidad como se verá más adelante.

El criterio amigo-enemigo implica la autonomía de la oposición y se concibe en relación a cualquier otra dotada de consistencia propia. Esto muestra el rasgo específico y polémico de lo político.

Es posible amar al enemigo en la esfera privada y en la esfera pública desarrollar el antagonismo político más intenso hasta el extremo de la guerra.[23]

Schmitt hace una importante distinción con respecto a la guerra, dentro del criterio amigo-enemigo. La guerra es una lucha entre dos unidades organizadas y la guerra civil es la lucha dentro de una unidad organizada.[24]

La finalidad de la lucha, lo esencial en el concepto del armamento es que se trata de producir la muerte física de las personas. De esta manera, la esencia de la oposición amigo-enemigo la explica a partir de la intensidad máxima de su relación, la esencia de la lucha, no es la competencia, ni la discusión, sino la posibilidad de la muerte física. La guerra procede de la enemistad y tiene que existir como posibilidad efectiva para que se pueda distinguir al enemigo.[25]

En este sentido, la guerra no es entendida por Schmitt como la extensión pura de la política por otros medios como señalaba Clausewitz,[26] sino como el presupuesto presente que determina el pensamiento y la acción. Sin embargo sí hay un punto de coincidencia en ambos autores cuando afirman que la finalidad de la guerra no es anular al enemigo, sino desarmarlo, domesticarlo, para que se rinda ante el opositor en la relación.[27]

La domesticación no obliga a la neutralidad con el otro, ya que como señala Schmitt, "Si sobre la tierra no hubiese más que neutralidad, no sólo se habría terminado la guerra sino que se habría acabado la neutralidad misma, del mismo modo que desaparecería cualquier política [?] Lo decisivo es pues siempre y sólo la posibilidad de este caso decisivo, el de la lucha real, así como la decisión de si se da o no se da ese caso[28].

La oposición amigo-enemigo no tiene pues, como fundamento, la neutralidad, sino la posibilidad del enfrentamiento, lo que hace excepcional la oposición amigo-enemigo es la posibilidad particularmente decisiva que pone al descubierto el núcleo de las cosas. Y justamente, es esta referencia a la posibilidad extrema de la vida la que hace posible la existencia de lo político.

Es por esta razón que no se puede pensar en la neutralidad como el fin último del hombre ya que esto significaría la pacificación y la desaparición de lo político.[29]

El fenómeno político sólo se dará en la medida en que se agrupen amigos y enemigos, independientemente de las consecuencias extrañas que esto pueda generar, "La guerra como el medio político extremo revela la posibilidad de esta distinción entre amigo-enemigo que subyace a toda forma de representarse lo político"[30].

Para concluir este apartado es necesario plantear dos preguntas, ¿por qué Schmitt elige la distinción amigo-enemigo, en los términos planteados anteriormente, si la vida y la muerte son fenómenos individuales? ¿Será, tal vez, que la distinción amigo-enemigo permite crear un imaginario colectivo en términos de vida y muerte? Luego, entonces, si el único sentido de la pasión son los eternos modificables, como dice Maffesoli,[31] la vida y la muerte del imaginario colectivo se inscriben en el ámbito de la pasión. La distinción amigo-enemigo tiene en sus extremos la distinción entre la vida y la muerte.

III. Desaparición del espacio certero de lo político

La argumentación realizada en los apartados anteriores permite vislumbrar algunos elementos que conducen a la idea de la noción de ubicuidad y desterritorialización de lo político.

Al construir Schmitt el criterio amigo-enemigo como forma esencial del concepto de lo político y desentrañar lo político del terreno estatal, permite abandonar la idea de referir lo político únicamente a las arenas institucionales.

Si lo político ha dejado de referirse a un espacio para ubicarse en una relación de oposición, significa que toda relación está sujeta a ser politizable, con lo cual lo político adquiere las características de estar presente en varios sitios a la vez y de habitar en diversos territorios.

Schmitt permite imaginar una nueva forma de pensar lo político al plantear que el rasgo que lo distingue es la relación de oposición amigo-enemigo, sin límite asignable, sin tierra segura y tranquilizadora. Tal vez pueda ubicarse en un mundo que ya no puede mantenerse unido, que se disloca, que ya no se cierra y que está más cercano a la incertidumbre, al caos y a la contingencia. Un mundo al cual se pertenece sin pertenecerle.[32]