viernes, agosto 11, 2006

COMPLEMENTO A:
PENSAMIENTO CRÍTICO VIRTUAL (PCV)
No. 14. Agosto 5 – 11, 2006
Una publicación semanal de ECOPAIS, ATISBOS ANALÍTICOS.
ARTURO ALAPE
VIAJE FORZADO.
Entrevista del periodista alemán Peter Faecke con el escritor colombiano Arturo Alape


1. Van Gogh y el monte

Peter Faecke: Comenzamos con tus primeros pasos en la literatura. No es normal que alguien se vuelva escritor, poeta o pintor. ¿Cómo han sido los primeros pasos?

Arturo Alape: Ocurren factores que son definitivos en la decisión de volverme escritor. Y en cierta medida, pienso que soy un escritor tardío por muchas razones, como también sucede con algunos escritores en Colombia: no soy un escritor salido de una universidad. No tengo formación académica, no estudié una carrera como filosofía y letras, sino que mi formación se produce por un arduo proceso de autoformación. Pienso que comienzo a tener cierta inclinación hacia la literatura por dos razones: una por mi formación de pintor, es decir cuando yo estudié pintura en Cali en los años 50 el estudiar pintura me permitió imbuirme mucho en la historia de los pintores a través de sus biografías y la otra, a través de esas biografías, comencé a leer literatura especialmente literatura rusa.

P.F: ¿Por qué rusa? ¿Porque se encontraba en la biblioteca de la academia?

A.A: Por inclinaciones sociales y políticas. Es decir, había una inclinación de tipo político en mi época de pintor y luego leí escritores franceses pero fundamentalmente los rusos. Hubo un texto que fue definitivo y ahora casualmente estoy volviendo a releer por muchas razones: Cartas a Theo de Vincent van Gogh. Fue un texto que me inclinó mucho a ser un voraz lector y quizás le debo mi origen de escritor a esa lectura. Texto de profundas revelaciones y reflexiones acerca del quehacer en el arte. Van Gogh reflexiona profundamente no sólo sobre la vida y la historia sino sobre el conflicto mismo que significa ser un artista. Desde muy joven, esa lectura me influyó muchísimo. En mi vida se dan una serie de momentos cruciales que yo llamo los momentos de decisión en mi vida: uno es que por razones personales y muy intuitivas, decido estudiar pintura sin haber terminado la escuela primaria. Después, como pintor realizo varias exposiciones. Por la influencia del medio político que estoy viviendo en la ciudad de Cali, Colombia, como artista plástico comienzo a tener una gran vinculación con los movimientos sociales. La figura de van Gogh portador del Evangelio, preocupado por la suerte de esos hombres en la vida subterránea de las minas, van Gogh pintando luego en las minas, ese ejemplo suyo, creo que ejerce una gran influencia en mi futura inclinación política. En Cali, a medida que estoy pintando, suceden muchos procesos sociales, especialmente de los invasores de tierras en las lomas y esto me compromete definitivamente con el proyecto o sueño de cambiar el mundo por medio de la revolución. Son los años 59-60. La revolución cubana ejerce una gran influencia en los jóvenes de América Latina. En ese momento de ebullición social, de sentir y apresar la imagen inmediata de cambiar el mundo, tomé la decisión que cambiaría mi vida por completo: dejo de pintar para dedicarme a la política como dirigente de la Juventud Comunista (JUCO).

Fue una decisión dura por cuanto contradijo en esencia lo que había sido mi ser y actitud frente al arte. La decisión de dejar la pintura por la política, me induce a desarrollar lo podríamos llamar una formación política.

P.F: ¿En qué años?

A.A: Años 60. Esa decisión implica que en el año 61 viaje a la Unión Soviética a la Escuela del Konsomol, la escuela de la Juventud Comunista de la Unión Soviética. Durante un año curso estudios políticos con ciertas inclinaciones a la historia, la política, la historia del movimiento comunista internacional. Recibo ciertos elementos de historiografía sobre América Latina que ahora pensándolo, van a influir posteriormente en ese otro despertar como historiador más adelante.
Regreso a Colombia, entre los años 62 y 65 me dedico fundamentalmente a la acción, a ser un agitador profesional, vivir para la política, vivir para la organización. Mi pensamiento no era un pensamiento individual sino colectivo que hacía parte de la línea del partido. Y en el año 64 en Colombia se produce un hecho histórico importante y definitivo en la vida del país: El gobierno de Guillermo León Valencia decide invadir militarmente una serie de zonas campesinas, que tenían un gobierno local casi autónomo, zonas llamadas Repúblicas independientes, como en el caso de Marquetalia donde estaban antiguos guerrilleros comunistas, comandados por Tirofijo, Manuel Marulanda Vélez. El ejército asume el control de cuatro cinco o regiones. Esa situación levanta una oleada de protestas de diversas organizaciones, sindicales y sociales, contra la invasión militar. Esta situación fue definitiva para nosotros jóvenes de izquierda en Colombia, especialmente para los jóvenes comunistas: nos condujo a un reto definitivo, que estaba muy ligado al concepto que teníamos sobre la vida: la vida era la política, la revolución y debíamos dar la vida en pos de la revolución. En nosotros existía un concepto muy arraigado de la muerte mesiánica: morir por la revolución significaba sembrar la tierra con nuestras ideas, significaba que miles de jóvenes seguirían posteriormente nuestro camino.. Entre paréntesis, soy uno de los pocos sobrevivientes de esa experiencia histórica en Colombia.

P.F: ¿Qué pasó con los demás?

A.A: Los mataron. Soy un sobreviviente de mi grupo, muchos de ellos murieron en ese proceso político de confrontación armada de los años 60s, 70s y 80s. Esta situación del ataque militar a estas zonas campesinas, hace que en la Juventud Comunista surja la discusión de la necesidad de que algunos de los dirigentes políticos de la ciudad vayan a la guerrilla. Ir a la guerrilla era un honor definitivo de hombre, de realización personal, de futuro histórico. En el año 64 salió el primer compañero para el monte: Hernando González, en el año 65 salí yo como segundo. Y luego se fue al monte mucha gente que hizo parte de la historia de la insurgencia en Colombia, veinte años después, entre èstos, Jaime Bateman, el turco Fayad, Carlos Pizarro, etc. Voy al campo, ingreso a la guerrilla, participo en la fundación de las FARC y estoy entre el 65 y el 68 en las en las primeras propuestas de desarrollo de las FARC. Pero indudablemente yo tenía otras inclinaciones, además de lo militar y de lo político, en lo más profundo de mi ser, mis inclinaciones individuales estaban situadas en el terreno del arte. Siempre esta inclinación había estado ligada a mi condición personal. Cuando estaba en la guerrilla comencé a escribir pequeñas crónicas o relatos, continuando la experiencia que había comenzado en Bogotá como periodista, en los diversos periódicos de la Juventud Comunista. En la organización dirigí muchos periódicos. Es decir que ese camino hacia la literatura, comienza por las lecturas biográficas de pintores, continúa con el texto de van Gogh, lecturas de escritores rusos y posteriormente con mis escritos periodísticos. Como periodista de izquierda, cuando voy al monte vivo de cerca una serie de experiencias, de historias individuales y colectivas. Tengo contacto directo con las historias orales que traían en la memoria los antiguos combatientes. Percibo la unidad entre esa historia individual presente y una historia pasada y, en ese momento comienzo a escribir un diario. Son notas pero más que notas individuales son reflexiones que recogen relatos de vida. En el año 69 salgo del monte porque estoy muy enfermo y duro un año escondido en Bogotá y Cali, acosado por el peligro de caer en manos del enemigo. Ese pequeño libro de relatos sale de Colombia, lo saca un director de teatro, lo lleva a un viaje al Canadá y lo entrega a un poeta francés Armand Gati, un hombre de teatro y él lo hace traducir, lo publica como “Journal d’ un guerrillero, Editions du Seul, Paris. Yo vivía metido en un cuarto escondido, simplemente lo había entregado como un texto de tipo testimonial-periodístico.

P.F: ¿Estos relatos han sido relatos de combatientes?

A.A: Es la historia del grupo. Se publica en una edición francesa en el año 69 y esto es para mí un cambio definitivo, porque mientras estoy escondido sigo leyendo, he sido un lector permanente, un devorador de libros. Con la noticia de publicación del libro me llegan unos francos como pago de derechos de autor, con los cuales puedo pagar un pequeño cuarto para seguir escondido. Entonces tomo una nueva decisión que fue muy debatida entre mis compañeros: dejar la política, dejar el monte, dejar las armas para dedicarme a la literatura.

P.F: ¿Qué dijeron los demás combatientes, ante esta decisión suya?

A.A: Dura y difícil la controversia. Para algunos fue una traición. Pero la propia historia de cada quién ha demostrado que fueron decisiones muy personales y los resultados históricos son otra cuestión. Al tomar esta decisión, que además la consulté con la dirección de las FARC, me dediqué, en un pequeño cuarto que tenía en Cali y aparece como espacio vital en mis libros de cuentos, a leer como un loco. Un amigo fotógrafo, Hernando Guerrrero, un día me dice al visitarme en mi encierro: “sí quieres leer, aquí te dejo lo que te traigo” y me llevó una caja de libros, con textos fundamentales de la literatura latinoamericana. Un año de encierro, un año de lecturas. En ese cuarto de habitado por la soledad del encierro, escondido escribo el primer libro de cuentos, Las muertes de Tirofijo, donde asumo la experiencia en el monte, desde el punto de vista literario. El Diario de un guerrillero es un libro de testimonio, Las muertes de Tirofijo un libro de cuentos donde no solamente he tomado la decisión de continuar escribiendo sino que he tomado la decisión de hacer de la literatura un oficio.

Ahora bien, las experiencias que vivo entre los años 60s y 70s determinan mis diversas tendencias en el trabajo literario, digamos que tres sagas. Indudablemente el haber hecho política, el haber conocido diversos actores históricos, de conocer la historia de la ciudad y del país, de caminar el país a pie realmente produjo en mí una inclinación por la escritura de la historia. Es el origen de mi trabajo como historiador, que posteriormente desarrollo entre los años 70s y 80s. Pero subyace el periodista que sigue escribiendo, aparece el narrador que inventa historias. El tener esa experiencia tan directa de la vida y de la historia, mirar la historia a través del periodismo, mirar la historia desde la narrativa, decantar esas experiencias y hacerlas literatura, ese mi proceso de creación de la palabra escrita. Posteriormente el proceso de escritor se transforma en un oficio diario de tomarle el pulso a la escritura, la escritura se vuelve la vida en un largo trasegar de autoformación enriquecida por lecturas y vivencias personales y ajenas.

P.F: En estos momentos, existían los paramilitares?

A.A: No

P.F: Los militares del gobierno, ¿cómo se comportaban?

A.A: Después podemos hacer un panorama más general sobre tu pregunta. Son momentos en que el proceso de la guerra en Colombia, se manifestaba como enfrentamiento de grupos alzados en armas contra el gobierno y la violencia se iba generalizando en sus etapas, como un río atormentado, eran momentos en que la violencia se intensificaba y tocaba sectores de la ciudad y del campo. Pero también había situaciones de quietud sobre todo porque el movimiento armado apenas estaba surgiendo. Es decir, procesos de represión muy fuerte se producen en Colombia más en los 80s cuando aparece el narcotráfico y los paramilitares y en esa década aparece más brutal guerra sucia. Pero es un tema que podríamos trabajar más adelante.

P.F: ¿Y antes no había esta mezcla entre narcotraficantes e insurgencia?

A.A: No. Esos son fenómenos que se dan en los 80s y 90s. Lo que había en ese momento era una guerrilla transparente, una guerrilla que asumía la experiencia cubana, una guerrilla anterior a la salvadoreña y a la nicaragüense, una guerrilla que comenzaba a discutir cambios estratégicos de pequeños grupos a frentes, de pequeños grupos a destacamentos, de destacamentos a frentes y de frentes a bloques. Era una guerrilla que apenas comenzaba a mirar geográficamente el país como una definitiva geografía para la guerra. Es una etapa de sobrevivencia de la guerrilla en los años 70s. Incluso en ese momento, yo después lo recojo en la historia que escribo sobre Marulanda, las guerrillas fueron casi que aniquiladas militarmente por el gobierno y luego se recompusieron. Y son los años 70s cuando estos grupos, los distintos grupos porque en ese momento estaban las FARC de tendencia soviética, el ELN de tendencia pro-cubana, el EPL, Ejército popular de liberación de tendencia china y posteriormente surge el M-19 de una tendencia nacionalista, con una visión de la guerra más hacia la ciudad.

P.F: ¿En comparación con las diversas guerrillas, había competencia o combates entre éstas?

A.A: Colombia es un país tan extenso en su geografía que apenas se estaba copando con influencias de la naciente guerrilla. Pero indudablemente, en este momento se estaban delineando los territorios guerrilleros, se estaba planeando la entrada en determinada zona, se puede entrar o no se puede entrar en este territorio, existe la otra guerrilla, eran preguntas que cada grupo insurgente se hacía. El país se miraba como un inmenso campo geográfico para la futura guerra, que posteriormente se desarrolla, como estrategia estrictamente bélica. Eran grupos pequeños: las FARC en ese momento sumaban 200 o 300 hombres, también los elenos y el EPL. Eran grupos pequeños que apenas estaban haciendo la experiencia de la sobrevivencia y luego se fortalecen en los combates y en sus permanentes yerros.

P.F: ¿En Cali fue posible que sobreviviera como periodista, de ganarse su vida?

A.A: En Cali no hice ninguna actividad profesional como periodista, la hice en la Juventud Comunista con la prensa partidista y siempre tuve una inclinación por la crónica, me gustaba ese género. Entre los años 62, 63 al 65 dirigí el periódico de la JUCO y dirigí las páginas de la JUCO en el periódico del partido comunista. La vida partidista me llevó a hacer cierto periodismo de denuncia, periodismo social pero no sobrevivía de esa actividad, mi sueldo lo recibía por mi trabajo como funcionario de la organización. Años después, comienzo a trabajar como periodista en otros medios, especialmente en la revista Alternativa, dirigida por Gabriel García Márquez.

2. REGRESO A LA CIUDAD CAMUFLADO DE ESCRITOR

P.F: Estamos a comienzos de los años 70 ¿y después que pasó con la obra literaria y con tu vida personal?

A.A: Esa decisión de dejar la política me hizo realmente replantearme la vida como si la comenzara a construir de nuevo. Cuando se ha estado en la militancia política se piensa o se pensaba que la vida estaba realizada, es decir que uno tenía un puesto en la historia como transformador social, una fotografía imborrable en el álbum de la historia de los pueblos. Pero cuando tú dejas de sentirte un iluminado, dejas de ser un dirigente de partido, caes en el vacío, en cierta soledad, porque tu vida ha estado muy ligada al hecho colectivo de la lucha social. Te pierdes momentáneamente. Comienzas tu otra vida desde cero, entonces comienzas a construir tu vida como escritor. Duré más de un año escondido, antes de aparecer como escritor público. Mis textos aparecían con seudónimos y por seguridad personal en esa época escogí el seudónimo de Arturo Alape. Es decir, mi nombre real es otro pero sentí la necesidad de aparecer como escritor con un nombre supuesto. El Alape es un apellido de origen indígena, un homenaje de mi parte a un antiguo guerrillero comunista. Mi nombre es Carlos Arturo, y el Arturo lo tomo de mi nombre. Y desde ese entonces comencé a llamarme porque soy realmente en la realidad y públicamente, Arturo Alape.

Entre los años 70 y 80 hago tres tipos de actividades: Una, trato de tener un oficio para vivir. Antes mi oficio había sido la de agitador profesional. Me caso con mi primera mujer con la cual tengo un hijo, Manuel Arturo y lo primero que monto, es una empresa editorial, una imprenta. Existía en mí una inclinación por el oficio de editor. Esta imprenta comenzó a crecer y se publicaron muchos libros, se publicaban la mayor cantidad de textos marxistas en Bogotá, en Colombia. Además descubrí que yo tenía cierta facilidad organizativa para los negocios y la empresa comenzó a crecer económicamente. A la vez conformé con un grupo de compañeros, año 71, un grupo literario llamado “Punto Rojo” que fue importante en Colombia pero que tenía mucha influencia política. La gente que asistía eran escritores que venían de la provincia, que nos reuníamos en los fines de semana a discutir sobre literatura y política; hubo casos muy hermosos de compañeros que para llegar a la reunión, se viajaban en bus 12 horas durante toda la noche. Fue un grupo de discusión muy fuerte de literatura y de problemas ideológicos.

Esta experiencia de grupo fue muy importante para mí porque afianzó mi ser de escritor. De “Punto Rojo” surgió un grupo de escritores que aún sobreviven en el oficio, otros que quedaron tendidos en el olvido sobre las páginas blancas. En mi caso, subsistía económicamente de la imprenta y continuaba mi formación dentro de este grupo, especialmente como espacio polémico y de reflexión acerca de la literatura y la política. Terminé de leer la mayoría obras de los escritores latinoamericanos. Desde entonces, me dediqué a escribir mi obra, los primeros cuentos que se publicaron con nombres supuestos. Además, muchos de estos textos por su temática novedosa sobre la guerrilla, se adaptaron para el teatro: comenzó mi vinculación con el teatro. De pronto en el año 69 – 70 yo gano un primer premio nacional de cuento y esto impulsa mi decisión como escritor. Son años de formación, escribo mi primer el libro de cuentos, Las muertes de Tirofijo, escribo el libro de testimonio sobre El paro cívico de 1977, en el año 79 aparece El cadáver de los hombres invisibles, un libro de cuentos. Pero me doy cuenta que estar metido en ese negocio de la imprenta iba a ocasionar que dejara de escribir por la responsabilidad profesional. Dejo la imprenta, porque mi decisión ante todo, era continuar escribiendo. Me impuse en ese momento, no solamente la responsabilidad sino la necesidad de convertirme en un escritor profesional. Es la aparición de Cien años de soledad, es el concepto de Gabriel García Márquez del escritor profesional, del obrero de la literatura, de los conceptos de Cortázar, de Vargas Llosa. Entonces había que hacerse escritor y vivir para la literatura. De qué manera? Era imposible hacerlo en un país como Colombia, pero con sus dificultades cotidianas fue fortaleciendo la idea de ser un escritor de todos los días y para siempre. Eran muchos los obstáculos de camino, esencialmente económicos y sociales, los fui eliminando con una certera convicción racional y una disciplina que desterrara para siempre cualquier canto de sirena de la insulsa bohemia de principios de siglo.

Comencé a partirme en tres: trabajar para la subsistencia, trabajar para ganar dinero y pagar mi tiempo de escritor y sacar todo el tiempo posible para escribir. Siempre he sido un hombre de disciplina férrea y cuando decido un propósito, lo cumplo. Escribí durante tres años en Alternativa, hice un periodismo de profundidad de carácter histórico, en casi cincuenta crónicas escribí una especie de historia periodística sobre la Violencia en Colombia. Esa experiencia hizo que comenzara a meterme a trabajar en algunos temas específicos de historia contemporánea del país. Apareció mi primer libro de historia, El Bogotazo: memorias del olvido. Siete años duré haciendo la investigación Es un libro que hasta la fecha de hoy lleva 16 ediciones, un libro clásico en la historiografía colombiana. 7 años en el proceso de indagación que marcaron mucho mi trabajo como historiador, 7 años en los cuales revisé 50 años de prensa, revisé archivos oficiales, archivos fotográficos, fue un trabajo gigantesco en busca de las fuentes. En la indagación y en la escritura de El Bogotazo aprendí lo que pudiéramos señalar como la formación y la conceptualización de lo que es el trabajo del historiador. Pero lógicamente ese trabajo de historiador me fue alejando por una larga temporada de mi trabajo como escritor de ficción, en el fondo viví una profunda contradicción entre el historiador y el narrador. El libro de El Bogotazo lo comienzo en el año 76 y se publica en Colombia en el año 83 en condiciones muy difíciles porque fue una larga investigación que nadie pagó, sin ningún apoyo oficial, tampoco hubo apoyo de cualquier otra institución relacionada con la investigación social, simplemente la realicé con todo el esfuerzo personal.
P.F: ¿De qué manera puedes sobrevivir en estos años?

A.A: Había un pequeño grupo de amigos de la historia de “El Bogotazo” que ayudó económicamente a la investigación, la universidad Central me dio una pequeña ayuda económica, pero me facilito una oficina y una secretaria. Para darte una idea, hice alrededor de unas 300 grandes entrevistas de 1 hora a 10 horas con sobrevivientes del 9 de abril, revisé minuciosamente 50 años de prensa, leí unos 70 a 80 libros publicados en Colombia sobre el acontecimiento, leí el sumario de la investigación del asesinato que son alrededor de 10.000 folios, y entre la investigación y la escritura del texto duré siete años de fecunda pasión y disciplina.

P.F: ¿Qué pasó el 9 de Abril?

A.A: En síntesis, el 9 de abril de 1948 se produce el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán liberal de izquierda, progresista con tendencia socialista. En Bogotá hubo un levantamiento popular como respuesta por su asesinato, en los cuatro días que duran los acontecimientos en Bogotá, se habla de 3000 a 5000. En el resto del país se producen levantamientos populares que muy pronto son liquidados. Pero el hecho histórico, cambia completamente el rostro del país, porque Gaitán sería el presidente de Colombia, ya estaba prácticamente elegido en la calle por el pueblo. En el año 50 se instaura una dictadura civil-conservadora. Después de la muerte de Gaitán es cuando comienza el proceso de la llamada violencia partidista, que dura entre los años 50 y 53 y deja un saldo de muertos de alrededor de 200.000. Una guerra civil no declarada, en una intensa persecución de liberales y comunistas por parte de la dictadura conservadora. El 9 de abril es un acontecimiento definitivo en la historia y el libro que escribo también es un libro definitivo sobre ese acontecimiento. Ese libro lo escribo 30 años después de los hechos y se vuelve un texto de necesario estudio para comprender esa dramática fecha. Cuando el libro se publica en el año 83, aparece con un éxito editorial impresionante, con un respaldo unánime de la opinión pública.

P.F: ¿Antes no había estudios profundos sobre El Bogotazo?

A.A: Sí había estudios parciales de tipo partidista pero no un libro totalizante, desde todas las visiones de los participantes y de los testigos. La reconstrucción a la redonda del acontecimiento en todas sus miradas. Un libro de 700 páginas que tuvo un éxito gigantesco, un libro de historia que se puede leer como una novela por su estructura narrativa.

Dos años después, escribo otro libro de historia, La paz, la violencia: testigos de excepción, un gran reportaje con la historia, con cincuenta protagonistas de la vida política en Colombia: comandantes guerrilleros, comandantes del ejército, políticos de todas las tendencias, estudiosos de la violencia, las opiniones de los gremios económicos, en un gran fresco de voces que reflexionan sobre una historia reciente que a todos nos afectó y nos sigue afectando. . En el año 85 comienzo a escribir la biografía de Marulanda en dos tomos. Culmino en cierta medida y por una decisión muy íntima mi trabajo como historiador: tres libros que recogen 50 años de historia del país. La historia de un día, el 9 de abril, un libro que recoge 50 años de historia y la biografía de un personaje popular, con su visión desde la otra historia oculta, no contada.

P.F: ¿Haz dejado la pintura?

A.A: La pintura está enterrada, siento temor a volver a pintar, por simple respeto al arte: pintar los fines de semana es un insulto al oficio de pintor. Claro que trato de mantenerme informado sobre la plástica reciente, en las visitas que realizo a muchos museos. Pero debo decir que en mi intimidad vivo una intensa contradicción entre la palabra escrita y el espacio y el color; son años de desequilibrio emocional. No pintar significa un desgarramiento de mi ser interior.

En esos años, en la década de los ochenta, la verdad es que también hago una vida política intensa. Soy una persona con mucha audiencia en el país, en las universidades, en los sindicatos. El trabajo histórico me coloca en situación privilegiada ante la opinión pública, un sector muy grande de lectores lee mis textos, tengo un público lector grande pero a la vez mantengo y como siempre he mantenido una posición política independiente, de reflexión crítica como actitud pública. Vuelvo en el año 84 a encontrarme con la guerrilla, con las FARC ya convertida en un pequeño ejército y en el 84 me decido a escribir la biografía de Marulanda. Esta decisión cambia mi vida personal, sobre todo porque esta decisión determinará los futuros exilios. También fue un momento que me sirvió muchísimo como proceso de reflexión en mi trabajo como historiador y como narrador. La biografía de Marulanda, al publicarse la primera edición es lo que produce mi decisión de irme al exilio a Cuba en el año 87. De todas maneras, es una época que vivo la contradicción entre el escritor, el historiador, el narrador y el periodista. Pelea interior que vivo en Cuba, en el exilio, y que decido cuando determino que el trabajo historiográfico se queda atrás de mi vida, que mi futuro como escritor será mi trabajo como narrador y hace 10 años estoy dedicado a la ficción. Pero en Cuba es donde decido volver a pintar.

P.F.: ¿Qué papel representa este personaje Marulanda?,¿ es una biografía? ¿Qué papel político representa?

A.A: En el proceso de mi vida política, indudablemente directa o indirectamente es un personaje influyente en la vida personal. En la historia de las luchas campesinas y en la propia guerra en Colombia, han aparecido muchos dirigentes campesinos con una inmensa áurea popular de auténtica ascendencia en el país. Pienso que Marulanda, personaje que hoy en día polariza el país como referencia politítica e histórica, es la contraparte humana y personal de la historia oficial. Marulanda es el personaje que siendo un campesino con tres años de estudio, en cierta medida le ha dado la vuelta a la historia reciente colombiana. Porque Marulanda es un hombre de realizaciones, es alguien que decidió que iba a crear un ejército en el año 64 y hoy en día tiene un ejército de 20.000 hombres. Pero antes de continuar, quiero contar mi relación con el personaje. Conozco a Marulanda siendo muy joven, estaba en Bogotá en el año 59 en una reunión de la JUCO y se acordó que un grupo de jóvenes viajaríamos a las zonas campesinas de influencia comunista, a conocer de cerca sus experiencias históricas. Y a mí me tocó en ese momento, el privilegio de ir a la zona de Marquetalia donde estaba Marulanda, estuve un mes con él y para mí su persona se volvió una influencia definitiva. Primero por la historia que traía, había sido guerrillero liberal y luego guerrillero comunista, había sido inspector de carreteras, lo habían perseguido y en el momento en que lo conozco, es un hombre perseguido por el gobierno. Él entraña la idea del hombre perseguido pero la idea del perseguido que aprende a sobrevivir en la guerra de la persecución. A medida que lo persiguen, llega un momento en que él dice: dejo de correr porque no hay que correr cuando a uno lo persiguen sino que uno debe aprender a correr, esperar, golpear a los perseguidores, volver a correr, esperar. La persecución se vuelve todo un aprendizaje para el guerrero. Entonces encontré que este era un hombre con una inmensa capacidad para la guerra, un maestro para la guerra, un guerrero por naturaleza que maneja para la guerra, los secretos de la selva y de la montaña. Cuando lo conocí teniendo 20 años, en el fondo quizás siempre pensé que tendría que escribir un libro sobre él. La escritura es también la persecución que sufre el escritor por sus propios temas. Luego por razones políticas, voy a estar junto a él en la fundación de las FARC, salgo de las FARC y entonces la idea de escribir un libro sobre Marulanda, aparece cuando estoy haciendo literatura y escribo un libro de cuentos que titula Las muertes de Tirofijo.

En Las muertes de Tirofijo hay un cuento que recoge la leyenda tejida alrededor de Marulanda, significa que es un hombre que todos los días lo matan. Entre los años 60 y 80 a Marulanda lo mataron 20, 30, 50 veces, la noticia de su muerte aparecía en la prensa y cuatro días después aparecía en la prensa que Marulanda había escapado a su muerte. Luego lo volvían a matar: lo mataban de un tiro en la pierna, porque le habían tenido que amputar una pierna, lo mataban con un tiro en la cabeza; entonces se fue convirtiendo en una leyenda a través de las noticias sobre su muerte. Cuando de joven me vinculo al campo, estoy en el monte, escucho las historias de las muertes de Marulanda y entiendo que es un personaje que cada vez que lo matan, la leyenda de su muerte se vuelve como una necesidad de vivir. Es personaje que han matado tantas veces que no puede morir. Nadie resiste en su cuerpo 10 o 20 muertes. Comienzo a escribir sobre Marulanda escribiendo sobre sus tantas muertes.

De camino fui recogiendo esas historias y escuchándolas. Y escuchándolas en el sentido en que los campesinos habían convertido las muertes de Marulanda en una reflexión acerca de la vida y la muerte. Contaban con toda seriedad una de las muertes de Marulanda y al final él llegaba al rancho del narrador, esa noche a tomar café. Cuando escribí este texto, el texto llegó a tener una importancia histórica en el país porque curiosamente habían matado a Marulanda y la noticia duró como 20 días. En el periódico del partido comunista decidieron publicar mi cuento y el ejército dejó de hablar más de la muerte de Marulanda. Es decir, un poco como la literatura se contrapone a la mentira de la historia. Lento pasa un tiempo. En el año 84, me comprometo con la editorial a escribir una biografía de Marulanda. Marulanda había estado oculto en la selva para la opinión del país, durante veinte años. Parecía no existir, existía su leyenda. Aparece como realidad de hombre en el 84 en el proceso de paz con Belisario Betancurt. Incluso hubo políticos que aseguraban que el Marulanda que estaba en las negociaciones con el presidente Betancur, era un falso Marulanda, un impostor. Que el verdadero Marulanda había muerto veinte o treinta años atrás. Aparece el personaje y decido hacer con él la biografía. Trabajo su biografía durante 4 años, fue muy interesante por lo siguiente, simplemente te cuento el método: acordamos con Marulanda que yo escribiría un libro, una biografía partiendo de mi punto de vista, no era una biografía oficial de la guerrilla; él tomó la decisión que yo sería el único escritor al cual le iba a contar su historia, ese fue el compromiso. Trabajamos durante 4 años: Yo lo visitaba un mes al año y él dejaba el tiempo de ese mes libre para entrevistarse conmigo. El primer mes grabé alrededor de una 400 páginas de conversaciones. Estas conversaciones fueron retomando toda su historia desde la niñez, su formación de joven, su época de guerrillero liberal, su época de guerrillero comunista y la fundación de las FARC. Con su información comencé a cubrir lo que podríamos llamar medio siglo de la vida del país y ese primer gran volumen de información fue alrededor de unas 500 páginas. Eran conversaciones de 4, 5, 6 o 7 horas todos los días. Al año volví con todas las preguntas que surgieron de esta primera entrevista de 500 páginas y con el nuevo temario íbamos llenando los vacíos de información acerca de su vida y su relación con ciertos acontecimientos históricos.

P.F: ¿Ya habías empezado a escribir parte de la biografía?

A.A: No, simplemente estaba en el proceso de información. Pero la segunda fase de trabajo con él estuvo sujeta a las preguntas que surgieron después de la transcripción de las entrevistas. Pero a la vez yo hice la experiencia de seguir su historia a través de un seguimiento riguroso de la prensa de la época para constatar si lo que él decía era cierto.

P.F: ¿Es decir la imagen pública y la imagen verdadera?

A.A: Sí. Y me encontré con un hombre de una memoria extraordinaria y de una veracidad impresionante en lo que aseveraba en sus respuestas. Para Marulanda la literatura no existe, existe la historia que hace él y su gente y la historia de los hombres. Según él la literatura es ficción por lo tanto es mentira. Es una visión absolutamente militar. La segunda fase fue retomar respuestas acerca de los vacíos de esa primera entrevista de 500 páginas. En el tercer año, es decir el tercer mes de nuestros encuentros, intenté trabajar cuestiones relacionadas con su vida personal y ahí surgió la dificultad. Es decir, Marulanda no cuenta sobre su vida personal, es un hombre que parece ser que tiene 10 o 20 hijos, ha tenido tantas mujeres pero esas historia no las cuenta porque su historia personal es un secreto militar. Entonces en esa segunda fase de trabajo busqué otras posibilidades. La historia personal de Marulanda la comencé a reconstruir a través de las voces de sus compañeros. Entrevisté 20 o 30 comandantes, todos sus compañeros. Pero a la vez hice entrevistas con sus enemigos públicos, militares y políticos y al final de los cuatro años, algunos aspectos de la vida de Marulanda quedaron oscuros porque él o sus compañeros no los conocían o no los habían contado. Recurrí a la idea de los sueños. Para mí el sueño es una revelación que descifra al hombre. Por esa razón, cada capítulo del segundo tomo, comienza con un sueño, un sueño inventado por el autor pero un sueño real de cosas que sabía que Marulanda nunca me había contado pero sabía que eran ciertas. Por ejemplo, él no conoce el mar: escribo un sueño donde Marulanda se traslada por un río, va encontrado mujeres y llega al mar y el mar le recuerda la imagen posesiva de la montaña sobre su vida y regresa. O él no conoce la ciudad, el ejército siempre dijo que Marulanda había andado por todo el mundo, por la Unión Soviética, por Francia, por Cuba, por Libia haciendo cursos y él no conoce a Bogotá; Marulanda no se ha montado en un avión, claro que ha montado en helicópteros. Hay un sueño en que Marulanda visita Bogotá y vive la violencia urbana que significa ser un simple transeúnte en una ciudad salvaje como Bogota. El segundo tomo termina con el sueño de los sueños, él se pregunta en el sueño: ¿ por qué en 30 años o 40 años de lucha frontal contra el sistema, su sueño de la revolución no se ha realizado? Ese sueño final es el sueño de todos los sueños: él baja de la montana y de camino hacia la llanura él se encuentra con un hombre viejo de barba larga que le dice, yo sé que usted me está esperando y Marulanda le dice: yo también lo estoy buscando. Los dos siguen el camino y hablan de los sueños no cumplidos, así como los hombres un día hablan de los sueños no cumplidos. La biografía en sus dos tomo, se alimenta de diversas técnicas narrativas, periodísticas e históricas y constituye, en cierta medida, una biografía distinta a la biografía tradicional que reconstruye la visión del personaje al reconstruir su entorno histórico. La biografía de Marulanda es más literaria pero sin desvirtuar en ningún momento, la esencia histórica del personaje. Es un texto escrito que parte de su propia memoria, de la memoria de sus compañeros, de sus enemigos. La escritura tiene las libertades formales del escritor. El libro descubre al personaje que siempre lo he definido como un guerrero ancestral, un guerrero que se ha vuelto un militar no conociendo ni las teorías de la experiencia de la guerrilla china, vietnamita, cubana o nicaragüense sino es un hombre que se dedicó a conocer al enemigo, a leerlos textos del enemigo, a estudiar las operaciones del enemigo, a estudiar las victorias y derrotas del enemigo. También se dedicó a estudiar victorias y derrotas suyas, de sus hombres. Es un hombre que tiene la inmensa capacidad de ir caminando y va viendo por donde va caminando, cuestión que usualmente los hombres no hacen, pues caminan como si tuvieran los ojos vendados. Es un hombre que la experiencia misma de la guerra, lo ha convertido en alguien que racionaliza sus experiencias, de sus hombres, las del enemigo y eso lo ha vuelto un guerrero, en el guerrillero más viejo del mundo. También entendí con él como alguien puede volverse un hombre de la montaña. Es decir cuando alguien dice este es un hombre de la ciudad es porque conoce mucho la ciudad, cuando digo Marulanda un hombre de la montaña, digo es alguien que maneja la montaña como su hábitat natural para hacer la guerra. Es un hombre con profundos conocimientos de lo militar y por esa razón se ha convertido en el jefe de un ejército. Esta es la experiencia que tuve con él y a raíz de los tomos escritos sobre él, he tenido dos exilios. Porque son textos muy leídos en Colombia. Su publicación me la han cobrado los paramilitares o sectores de la derecha con sus amenazas de muerte. Son textos que me marcaron la vida en Colombia y definieron por mí dos viajes forzados hacia el exilio.

P.F: ¿Cuál fue sido la respuesta de Marulanda sobre el libro, está descontento o contento.

A.A: El primer tomo le pareció muy literario y el segundo libro ya lo entendió, a pesar que los sueños son invención literaria. Los dos tomos son textos de estudio en la guerrilla y en el ejército. Creo que es un texto único sobre esa experiencia, irrepetible como escritura. No sé por cuanto tiempo se volverá a escribir algo similar, porque será muy difícil que el propio Marulanda vuelva a narrar su historia a otro escritor. Es un libro fundamental para entender la historia de la insurgencia y de la violencia en Colombia. Los dos tomos son 700 páginas.

P.F: Todavía no comprendo la diferencia entre los dos tomos.

A.A: El primer tomo titulado, Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, llega hasta el año 64 cuando la Operación Marquetalia, el otro tomo tiulado Tirofijo: los sueños y las montañas cuenta la vida de Marulanda desde el año 64 hasta los años 90. En su conjunto, los dos tomos recogen un siglo de historia colombiana.

3. LA ISLA Y LA DERROTA DE LOS SUEÑOS

P.F: Después de la publicación de los tomos comenzaron las dificultades para ti.

A.A: Sí. Yo puedo catalogarme en cierta medida como un ave rara entre los escritores colombianos porque primero vengo de una formación política ideológica más que de una formación literaria. El venir de esa experiencia de la guerrilla me creó cierta aureola desde el punto de vista ideológico, siempre me encasillaron, me señalaron. O sea que las primeras dificultades las tuve con mis propios compañeros escritores. Es decir, pensaban que lo que yo hacía no era literatura sino historia o testimonio y siempre era el hombre a desconfiar en lo que se refiere al hecho de la literatura. Las universidades nunca me abrieron puertas y tampoco los periódicos. Yo seguía manteniendo una influencia en el gheto de la izquierda. Entre los años 85 a 88 las FARC fundan un movimiento que se llama la Unión Patriótica y este movimiento tiene una altísima votación de la izquierda, en ese momento 300.000 o 350.000 votos que eran muy alto. Este movimiento logra tener entre 14 parlamentarios y senadores, muchos diputados y un centenar de concejales por todo el país.

P.F: ¿Cuántos diputados hay en todo …?

A.A: Son diputados por departamento. Cada departamento tiene un grupo y la representación nacional son parlamentarios y senadores pero en el parlamento y en el senado la UP llegó a tener14 dirigentes, realmente gente muy interesante. Y este movimiento aglutinó a sectores importantes de la intelectualidad y yo hice parte de la dirección de ese movimiento. En el año 86 apareció un folleto del ejército donde daban instrucciones para capturar a las personas que aparecían en las fotografías y éstas pertenecían a los mandos guerrilleros y por equivocación habían metido una foto mía y eso se regó por todas las guarniciones del ejército y estaciones de policía. Ese fue quizás el primer anuncio.

P.F: Quizás no haya sido una equivocación.

A.A: Eso no era una equivocación. Hasta tal punto que mi fotografía estaba con otro nombre y esa persona que tenía ese nombre era buscado por un grupo guerrillero recalcitrante para matarlo por traidor o sea que era una trampa: caía en manos de la aquella guerrilla o caía en manos del ejército. Ese fue el primer anuncio de lo que podría ser mi futura situación. En el año 87 en el país comenzaron a circular muchas listas, las listas de la muerte. Y entre 30 personajes nacionales apareció con cierta constancia, mi nombre. Lo cierto es que entre junio, octubre y noviembre del año 87 de esa lista mataron por lo menos 10 de las personas amenazadas. En octubre del año 87 matan a Pardo Leal, candidato a la presidencia de la Unión Patriótica. Había comenzado en Colombia una experiencia absolutamente terrible y dramática: cada día en la prensa aparecía el nombre del militante de la Unión Patriótica asesinado y, entre nosotros existía la ansiedad de sumar el nuevo muerto en la lista de sacrificados.

Muy amenazado de muerte me fui para Cuba sin publicar el primer tomo de la biografía de Marulanda, que en esa época había terminado. Estando en Cuba salió el primer tomo pero casi clandestinamente en Colombia. La imagen que tengo de ese primer exilio en La Habana, era una imagen muy dolorosa porque tenía relación de noticias diarias con la muerte: la geografía de Colombia llevaba siempre el ropaje de la muerte. La imagen de la montaña, el río y el país aparecía en la lejanía como la voz susurrante de la muerte.

P.F: ¿Viajaste sólo a La Habana?

A.A: Fui con mi anterior compañera y mi hijo. Pero ese fue un exilio muy duro porque no pude desarrollar mi trabajo literario. Mi mente andaba perdida en los laberintos geográficos de mi país, embarcado en el río lejano de la muerte. Trabajé con Casa de las Américas y escribí un dos libros, uno sobre un gran escritor colombiano y el otro un inmenso gran poeta, dos Valoraciones Múltiples: Tomás Carrasquilla y León de Greiff. En La Habana empiezo a tomar la decisión de dedicarme única y exclusivamente más a la literatura, a la narración que a la historia y quería volver a pintar. Pero esa decisión fue un proceso lento: un año de noticias de compañeros asesinados, muertos casi diario. Recuerdo que en el año 88 hubo un congreso de escritores cubanos. Yo dije ese día en mi intervención dije que hablaría a nombre de la vida y no de muerte porque los colombianos nos habíamos vuelto portadores de la muerte. Fue muy difícil para mí hablar en nombre de la vida, estaba como amarrado a diversas miradas de la muerte.

Y esa experiencia de la masacre de la Unión Patriótica dura dos años, deja alrededor de unos 2.000 dirigentes muertos, no militantes de base sino dirigentes. Es decir, candidatos a la presidencia, parlamentarios, senadores, diputados. Es uno de los crímenes de lesa la humanidad que han quedado en el olvido y en la profundidad de la impunidad.

P.F. ¿Y qué pasó con el propio Marulanda?

A.A: Yo me voy para La Habana, el proceso de paz de ese momento se rompe y en los años 90 Marulanda se dedica a desarrollar su ejército. Yo lo vuelvo a ver en el año 99 cuando es el comandante en jefe de cerca de 20.000 hombres en armas.

P.F: ¿A veces tienes contacto con él?

A.A: Son contactos difíciles porque cada cual tiene su rol. Hoy en día mi rol es de escritor, de intelectual, muy crítico con ellos, muy crítico frente a la guerra. Ser crítico crea muchos problemas en Colombia, pensar distinto lo coloca a uno como objetivo militar. No asumí el papel que asumieron muchos intelectuales europeos y latinoamericanos de autoflagelarse por haber militado en el partido comunista, por haber tenido vinculación con la guerrilla, por haber soñado con un país distinto. Siempre he pensado que mi experiencia como dirigente comunista, en el monte, es una experiencia de la vida y hace parte de mi vida y no tengo por qué avergonzarme. Por lo tanto cada vez afianzo más mis puntos de vista frente a la idea un mundo mejor, distinto y más equilibrado y pienso que esa no es una utopía para Colombia, es una necesidad histórica. En cambio, muchísimos de mis compañeros y en la universidad terminaron haciendo declaraciones de culpas públicas por cosas que hicieron, por cosas que no hicieron para que les den trabajo y para que los escuchen. Yo he mantenido una línea de conducta de análisis, independiente que creo la mantendré hasta el final de la vida. No haga parte de ese club sospechoso de nazarenos posmodernos.

P.F: ¿Entonces, qué sucede en Cuba, en tú exilio?

A.A..Quizás la experiencia más interesante que describe con más intensidad lo que fueron mis años del exilio en Cuba, se relaciona con un viaje a Viena en el año 89 y la caída del Muro de Berlín: como testigo me tocó mirar la caída de ese mundo de los sueños, ese mundo se caía y estaba cayendo derrotado históricamente. Creo que esa experiencia fue definitiva para mis futuras decisiones como escritor. Octubre del año 89, yo llevaba dos años del exilio en Cuba. Esos dos primeros años en Cuba transcurrieron con cierta estabilidad emocional. Había pasado esa etapa difícil de tantos muertos en Colombia, había somatizada esa experiencia de la muerte en Colombia. En Cuba se estaba viviendo un alza en la economía, era un país mucho más estable en todo sentido. Aunque en el 88 viví como imagen de lo que iba a ocurrir posteriormente, una experiencia muy difícil que ahora trato de racionalizarla. Fueron los juicios que se hicieron en Cuba a unos generales y coroneles cubanos, especialmente el general Ochoa los generales victoriosos de la guerra en Angola, con su vinculación con el narcotráfico. Es decir, fue una experiencia dramática de ver en la televisión a unos hombres a través del juicio que se hizo, un juicio en el que uno sabía desde un principio que ellos serían condenados. Ellos que también habían sido artífices de los sueños de la revolución en nuestros países, terminaron siendo acusados de robarse ínfimas sumas de 15 o 20.000 dólares y con relaciones con el cartel de la droga en Colombia. Pero siempre me pareció que la justicia cubana desde un principio, aparecía con la imagen de ser implacable, ejemplarizante porque se sabía que los principales acusados iban a terminar fusilados. Recuerdo la imagen del general Ochoa en la última parte de su intervención en la televisión, con cierta soberbia porque sabía que sería fusilado. Y esto fue acercarse un poco a esta realidad que uno soñaba que era posible o imposible pero que fue realmente dramática y que estaba relacionada con ese fenómeno del narcotráfico en Colombia. Eso pasó en un verano terrible en La Habana en el 88. Después en el 89 me invitan a Viena a un encuentro donde iba a estar Eduardo Galeano, Jesús Díaz, escritor cubano, Rubén Fonseca el brasileño y otros escritores latinoamericanos. Fuimos invitados por el ayuntamiento de Viena a un seminario sobre Literatura y exilio.

Leo mis textos en el Encuentro. Cuando camino por la ciudad, comienzo a mirar ciertos síntomas de lo que estaba pasando en el mundo del socialismo. Voy a la Plaza México, con la estatua de Maximiliano empotrada en la mitad, vi una imagen que me impresionó terriblemente: mil o mil quinientos polacos al frente de un pequeño automóvil, vendiendo todo lo que estaban sacando de Varsovia. Me pareció un pequeño mercado persa manejado por la pequeña burguesía o por el sector medio.

En esos instantes que estaba mirando esa manifestación de vendedores ambulantes bien vestidos, estaba cayendo el muro de Berlín. Esto desde otro punto de vista, era la caída de los sueños porque la ex-RDA era para nosotros un paradigma, los sueños estaban cayendo como caí el muro, los sueños estaban siendo derrotados, ese mundo se estaba desmoronando. Yo estaba en Viena, con la imagen de la televisión: un país se estaba cayendo, un país se estaba vendiendo a pedazos del muro, esa fiesta democrática se volvió también dramática en relación con la historia de un país. De Viena viajo a Madrid y tengo la suerte de presenciar el entierro de La Pasionaria, la estaban enterrando medio millón de personas. Una gigantesca manifestación a la cual yo asistí en compañía de Alberto Aguirre, periodista colombiano que el exilio también lo estaba matando de pena moral. Un hombre de tristeza infinita por la añoranza del país lejano. Los dos fuimos caminando detrás de toda esa manifestación y yo pensaba de cómo la historia se había vuelto un hecho profundo de contradicciones: en la ex-RDA los muertos estaban siendo desenterrados para juzgarlos, La Pasionaria estaba siendo enterrada en la historia como un personaje definitivo para la historia.

El entierro de La Pasionaria y la caída del socialismo me hicieron volver a revivir imágenes de la juventud, los primeros años de la agitación política. Una de mis grandes influencias y por la cual yo entré al mundo de la poesía fue a través de la historia de la Guerra civil española: Cantando el Quinto Regimiento a voz a cuello con los compañeros de la Juventud Comunista, conocí y leímos junto a Leonel Brand, el poeta colombiano que murió en la guerrilla, a Neruda, Hernández, Machado, Vallejo. El mundo en este viaje comenzó a girar como si la memoria girara alrededor de fuertes remolinos, que hundiéndose parecía en las aguas en las aguas de un turbulento río.

Regreso a Cuba. Vivo de cerca no la caída del muro de Berlín sino la caída de la Unión Soviética. El exilio se me vuelve la caída del socialismo y en Cuba inmediatamente se aplican las leyes de guerra para situaciones de paz y la economía comienza a hundirse de pronto de un día para otro.

Lo poco que se tenía de ese pequeño creciente desarrollo de la economía cubana se hunde porque se hunde el 80 o el 85% de su comercio exterior con la Unión Soviética. En el 90, en relación con todo esto que estoy narrando, vivo otras experiencias. A finales del 89 estoy en Panamá, como periodista fui a hacerle una entrevista a Noriega y la entrevista ya estaba autorizada cuando de pronto hubo un intento de golpe militar contra Noriega. A mitad del año 90 voy a Nicaragua, a Managua y me toca presenciar la derrota del sandinismo, la entrega del poder de los sandinistas a la señora Chamorro. Tengo la imagen de Daniel Ortega trotando militarmente en un estadio victorioso la derrota electoral del sandinismo, y la señora Chamorro vestida de blanco montada victoriosa en un carro. Y los discursos de los comandantes de la revolución sandinista despidiéndose de sus hombres por la derrota. Ese mismo año en La Habana sucede la invasión norteamericana a Panamá. Entonces vivo de una manera muy extraña y dramática todos los acontecimientos de la invasión gringa a través de la televisión cubana. En la televisión cubana dan minuto a minuto partes de victoria y de guerra en la voz y proclamas del general Noriega. También se comenzó a hablar por la televisión cubana de cómo la guerrilla colombiana iba de camino pasando por el estrecho de El Darién para a unirse a los batallones de la dignidad de Panamá y cómo en Panamá la invasión se había vuelto una guerra del pueblo. Esto fue un martes o un miércoles y hubo una manifestación del pueblo cubano frente a la oficina que atiende los asuntos norteamericanos. En el malecón, todos los días iba creciendo la manifestación, la gente pedía a Panamá a defender a Noriega. El jueves la manifestación aglutinaba 10.000, 20.000 personas. Yo tuve las primeras noticias directas de que no era cierto las noticias que estaban pasando por la televisión cubana.. Al día siguiente, el sábado se supo que Noriega había estado todo el tiempo escondido en el Nuncio Apostólico y que el día sábado se había entregado como una santa paloma Siempre tengo la imagen de esa manifestación de miles de personas como desinflándose en todo su furor, en todo su deseo combatiente, en todo su deseo solidario porque había sido alimentado por una mentira. Todo ese espíritu revolucionario se había alimentado por algo que había sido inventado por la televisión, esa imagen fue para mí muy fuerte.

A finales de los años 90 y principios del 91, en Cuba tuve algunos problemas por mis opiniones. En la organización de un congreso del partido cubano hablé de la necesidad de la democracia en el socialismo, de cierta sociedad que no era tan igualitaria y esto condujo a una situación en la que se me cerraron las puertas en La Habana. Comencé a vivir la experiencia de otro exilio dentro de la geogrqfía de un país que quiero profundamente. Decido mi regreso a Colombia. Era muy difícil estar en un país donde no se podía hablar con libertad porque había una censura oficial. Empecé a organizar el viaje a Colombia. Después de casi 4 años de exilio en los cuales los cubanos generosamente me abrieron las puertas, el pueblo cubano y los escritores; me dieron trabajo, pude escribir. Al comienzo del exilio mantuve esa imagen terrible de dolor por la muerte de los amigos en Colombia, después la caída del socialismo fue enrareciendo la situación interna cubana; los cubanos viven tres años del período especial, tres difíciles años, implementados por el inhumano el bloque económico norteamericano a la Isla.

Organizo mi regreso a Colombia prácticamente sin ningún dinero porque no había ganado dólares en La Habana. Cuando llego a Colombia, pienso iluso que voy a tener un recibimiento de 20 o 30 amigos. Nadie fue a recibirme. Antes, cuando paso por el control del Das en el aeropuerto, me detienen dos largas horas, pienso que es un problema político pero resulta que aparece en la pantalla un homónimo con mi nombre; una persona que con mi nombre ha matado a su mujer y lo están persiguiendo. Me detienen por equivocación, me dan libertad y cuando salgo a la calle nadie me está esperando; mentira me esperaba la sombra de la absoluta soledad. Había salido en el año 87 solo porque la mayoría de mis amigos tenían miedo de acompañarme al aeropuerto y mi regreso resulta muy solitario. Esa es como la nueva vida, comenzar a volver a vivir después de cuatro años de un exilio doloroso y dramático, comenzar a reconstruir la vida. En esos cuatro años en los que había perdido los contactos profesionales de trabajo, quedó como enseñanza algo definitivo para mí: pienso que la única realización de vida es el arte. Es cuando fundamento mi deseo de escribir y pintar muchísimo. Ese viaje me enseñó que a pesar de la derrota de los sueños, la caída de un sistema que parecía inconmovible, me enseñó que la única puerta abierta para mí en el futuro era el camino del arte.

4. EL REGRESO, EL DESAMOR, LA CIUDAD Y LA MEMORIA

P.F: -¿Se veían síntomas de que la situación en Colombia, estaba mejorando?

A.A: Sí. Había ciertos síntomas de mejoría en la situación política colombiana. Por ejemplo en los años 90 y 91 ocurre todo el proceso de entrega de armas por parte del M-19 y el EPL y cuando llego a Colombia se está desarrollando un evento muy importante para el país: la apertura de la Constituyente del 91 que va a reformar la Constitución de 1886. Todo parecía indicar que se abrían campos distintos de un proceso de democratización con la aparición del M-19 en la arena política. El M-19 ya desmovilizado había tenido una votación muy amplia para la Constituyente y aparecía como una fuerza política nueva en el país. Lo mismo sucedía con el EPL convertido en grupo político. También se inició un proceso de conversación con las FARC pero ese proceso fue lento y traumático, durante el gobierno de César Gaviria. Proceso que se quiebra en el momento mismo de la inauguración de la Constituyente porque ese mismo día, el gobierno del señor Gaviria decide invadir la sede del estado mayor de las FARC, en Casa Verde, Meta. Entonces la Constituyente comienza a sesionar mientras se ha ordenado la toma militar de la sede de las FARC y esto crea muchas dudas sobre el proceso mismo. Pero lo cierto es que la Constituyente desarrolló un ambiente político sumamente interesante, al crear nuevas esperanzas de democratización política para nuestro país.
Especialmente con esta posibilidad de quienes habían tenido las armas comenzaran a hacer política y sobre todo que no eliminaran a sus dirigentes, como lo sucedido con la experiencia funesta de la eliminación de la dirigencia de la Unión Patriótica. Pero el proceso mismo de la Constituyente demostró algunas falencias y contradicciones en cuanto al fenómeno de la paz en Colombia y es el siguiente: la Constituyente no tocó un tema que se venía debatiendo muchísimo, el estudio necesario para depurar las fuerzas armadas. Durante el período de los años 80 se había desarrollado en Colombia una terrible guerra sucia en la cual había participado el ejército y, en ese momento las fuerzas armadas habían tenido nexos desde el año 84 –85 con la creación de grupos paramilitares. Pero lo que queda muy claro es que existió una negociación secreta entre el M-19 y el ejército para no enfrentar ese tema. Los unos, los del M-19 para sobrevivir y los otros para no tocar las fibras mismas de la estructura interna del ejército. Durante el proceso de la Constituyente, el M-19 crece muchísimo en influencia política con las expectativas de nuevas opciones democráticas para los colombianos. Pero sucede un fenómeno que hoy en día se puede mirar con mucha mayor claridad: en el M-19 comienzan a desarrollarse peleas internas por antiguos caudillismos, pequeños grupos, pequeñas influencias. Un poco similar a lo que posteriormente pasó con Nicaragua con el Frente Sandinista. Y el M-19 se disgrega como fuerza que expresa ambiciones de caudillos y cada cual no a construir el proyecto general de lo que llamaban la Alianza Democrática sino a construir su propio interés político, como epicentro de su acción.

En ese año hay unas nuevas elecciones para cambiar el parlamento porque esa fue una de las decisiones de la Constituyente y, el M-19 hizo alianzas con personajes oscuros de la derecha y esto pervirtió el desarrollo de la llamada Alianza Democrática. Y en cuanto al proceso de paz con las FARC, el gobierno del señor Gaviria se endureció, el gobierno con el éxito indudable de la Constituyente, declaró la guerra total y es cuando comienza otro proceso que más adelante podemos mirar, la confrontación y crecimiento militar de las FARC, en esas circunstancias.

En mi caso personal, llego al país dentro de esta nueva cobertura política. Pensaba, con cierto pesimismo que encontraría las puertas cerradas para mi trabajo profesional. Porque cuatro años de ausencia del país y la experiencia misma era que por razones de mi actitud política e independencia no siempre se abrieron las puertas y en las universidades me miraban con cierta desconfianza. Cuando regreso de Cuba, inexplicablemente se abren muchas puertas laborales, comienzo a ser docente en la universidad Jorge Tadeo Lozano, trabajo como profesor casi tres años dictando clases de periodismo investigativo, trabajo con los estudiantes en procesos de investigación histórica y en procesos de conocimiento de la ciudad. Y a la vez el CINEP que es una organización de jesuitas y que ha jugado un papel muy importante en el estudio de la situación de la historia reciente y en la defensa de los derechos humanos, me abre puertas como investigador. Por primera vez realizo un trabajo de investigación con un salario decente y ellos aceptan que mi propuesta de investigación sea la culminación del segundo tomo de la biografía de Marulanda titulado, Tirofijo: Sueños y montañas.

Es un proceso de adaptación de nuevo al país que dura unos tres años. El exilio ha producido la necesidad de profundas reflexiones en cuanto a mi trabajo como escritor y en cuanto a mi actitud personal en relación con la política. Regreso con la idea que he profundizado en todo sentido: para mí lo único existente y valedero por toda la experiencia personal, es la posibilidad que me brinda el arte, en adelante todo el esfuerzo debía estar dirigido a mi trabajo como escritor. Había comenzado un poco a pintar pero tenía el problema económico y para eso debía construir una especie de aparato logístico para poder escribir y pintar. Son años nuevamente de acople y con algo que fue muy interesante, no solamente la universidad me abre sus puertas sino que comienzo a sentir un reconocimiento público a mi obra como escritor, historiador y además, escribo en el periódico El Espectador crónicas y columnas de opinión. Mis textos ya se leen en amplios círculos universitarios.

Se publica entonces el segundo tomo de la biografía de Marulanda con mucho éxito editorial. Por cierto los derechos de autor de ese libro y del resto de los libros publicados, son utilizados para pagar las deudas que tenía con la editorial, que me adelantó dinero para poder comprar los pasajes aéreos y salir clandestino de Colombia, hacia el exilio en Cuba. Tres años trabajando para pagar las deudas económicas contraías con el exilio. Con la culminación de la biografía de Tirofijo, dirijo el trabajo en todo sentido para cimentar mi obra como narrador. Entre el año 84 y 85 se publica un tercer libro de cuentos y este texto abre el camino para la novela Mirando al final del alba. El libro de cuentos se titula “Julieta, el sueño de las mariposas”.

P.F: ¿Estos textos tratan del presente de Colombia o del pasado?

A.A: El libro de cuentos, en su estructura narrativa es esencialmente una unidad temática: la mujer como personaje epicentro de todas las historias narradas. El narrador interioriza una diversidad de cruciales experiencias personales, y al narrar las historias, atraviesa el puente de la memoria desde la niñez, la juventud y la adultez para reflexionar acerca de la relación amorosa en sus momentos de iniciación, el descubrimiento de la piel y de los cuerpos, el albur de los encuentros, la dureza del desamor, las eternas despedidas y la frustración que deja la ausencia amorosa. Narración de lo amoroso, amistad y complicidad en los afectos entrañables y contradictorios.

La novela Mirando al final del alba me plantea un conflicto que siempre yo tenía que resolver y es esa relación entre mi trabajo como historiador y mi trabajo como narrador. Es decir, en los 80 yo había construido una obra como historiador y esa tendencia hacia lo histórico había quebrado en el tiempo esa posibilidad de mi trabajo como narrador. Entonces con el libro de cuentos y con la novela me planteaba cómo debía a resolver ese conflicto. Lo histórico dentro de una visión de la ficción, o de una literatura hecha desde la imaginación. Ese texto retoma una historia real de una pareja de cineastas que conocí y conviví con ellos, fueron cineastas muy importantes entre los 70 y 80 porque hicieron documentales muy comprometidos con la realidad y ahora son documentales clásicos en Colombia. Esa novela me plantea cómo resolver esa relación o esa contradicción entre lo histórico de una historia reciente o lo histórico dentro de un proceso narrativo. Termino contando la historia como si fuese una historia nacida simplemente de la ficción y dentro del contexto de la novela incluyo la realización de unos documentales que tratan de unos dirigentes populares que su vida ha enmarcado los últimos 50 años de historia del país. La novela plantea esa relación entre lo profesional desde el cine, la fotografía y la realización de unos documentales hechos dentro de la novela desde un punto de vista simbólico. No se retoma la historia real de los personajes sino que se inventa una historia para a través de ésta y de una serie analogías construir desde la escritura misma, historias veraces de estos personajes. Esto hace posible resolver ese conflicto entre el narrador y el historiador. Regreso a mi trabajo como escritor, esencialmente como narrador.

De todas maneras esa inclinación hacia lo histórico siempre mantiene una influencia en mi trabajo y de nuevo retomo mi preocupación por la problemática de la ciudad. Cuando estoy trabajando con los estudiantes en la universidad, me hago muchas preguntas sobre qué es la ciudad, una ciudad como Bogotá de 6 o 7 millones de habitantes. Sí realmente uno tiene un conocimiento parcial de esa ciudad, cómo piensa esa ciudad, cómo la camina, cómo la ha vivido, cómo es la relación con los vecinos y la percepción de la ciudad como un amplio espacio de encuentros y desencuentros. Sobre todo pensar la ciudad como la posibilidad de la estructuración de un gran relato urbano: la ciudad capital donde confluye el país, Bogotá es el país configurado a retazos regionales, gestualidades y voces. Estas reflexiones conducen a plantearme un trabajo experimental, desde la literatura de meterme a indagar a una localidad muy pobre en Bogotá llamada Ciudad Bolívar y hacerlo con la idea de escribir un libro sobre jóvenes. El tema de los jóvenes se había vuelto la moda más influyente en algunas ciudades, especialmente en Medellín y Cali: en los años 80 y 90 había aparecido la figura del sicario y daba la impresión de que el mundo de la realización humana de los jóvenes en Colombia entre los 12 y 15 años era volverse sicario, asesino a sueldo para ganar grandes sumas de dinero, morir muy pronto y dejarle como herencia un techo a la madre. Quiero reflexionar sobre esta experiencia porque hace parte de mi trabajo narrativo posterior. Ciudad Bolívar es una ciudadela parecida a las favelas en Río de Janeiro, medio millón de habitantes pero con la particularidad de ser el epicentro de la miseria en Bogotá y la tierra prometida que culmina con la ilusión de tener una casa, construida con todo tipo de material en medio de inmensas piedras.

Ese conglomerado humano tiene la particularidad de ser una población eminentemente mayoritaria de niños y jóvenes de 12 a 18 años y, una población adulta minoritaria que son los padres de familia que llegaron a esa zona huyendo de la violencia o huyendo por razones económicas. Se produce un enfrentamiento de dos memorias: la memoria de los adultos que expresa un imaginario campesino, con una reciente mezcla explosiva urbana; por el otro lado, miles de niños que crecen y viven su experiencia de niñez dentro del contexto de una ciudad que no les pertenece porque físicamente ellos son excluidos de esa ciudad que los mira como advenedizos. Los adultos conviven con una memoria geográfica: la imagen del perseguido en un viaje interminable, luego el choque cultural de llegar y adaptarse brutalmente a la ciudad. Los niños vueltos jóvenes crecen con otros intereses, asumiendo la visión del mundo que expresa los límites de otras necesidades humanas, necesidades impuestas por la ley del consumo y actitudes dominantes que ellos tratan de imitar, como dóciles criaturas.

Los medios de comunicación, radio, prensa y televisión durante cinco años, aseguraban, por supuesto sin ninguna investigación profunda, que Ciudad Bolívar era la zona más peligrosa de Bogotá, que si tú ibas te asaltaban, te mataban, te enterraban, te secuestraban, en fin no te dejaban un hueso bueno. Con ojos escrutadores de escritor, voy a esta zona para hacer la experiencia de escribir historias de vida o relatos de vida que desde el punto de vista teórico yo había trabajado en la universidad, con mis estudiantes. Quería construir estos relatos de vida no sólo desde el punto de vista sociológico o antropológico sino desde de la literatura. Me carcomía la necesidad de conocer a profundidad esa parte de la otra ciudad, la ciudad oculta para mayoría de las miradas de los habitantes de Bogotá.

P.F: Te ubicaste en la zona en un cuarto, en un apartamento.

A.A: No. Entro con personas que trabajan especialmente con grupos de jóvenes organizados en organizaciones no gubernamentales. Entre la iniciación de la investigación y la culminación del texto, invierto cerca de 3 años. Quiero subrayar algunos momentos de esta experiencia, importante como escritura y posibilidad real de conversar con el otro. Cuando llego, de inmediato siento un profundo rechazo de alguien que está excluido por la mayoría de la ciudad misma, de alguien que por su misma condición social es mirado como un transeúnte sospechoso, absolutamente excluido. El excluido socialmente también excluye al otro que llega, la exclusión se vuelve también una manera de ser para poder sobrevivir. Me encuentro con jóvenes terriblemente agresivos con quienes llegamos desde otros territorios urbanos. Son mentalidades cerradas, digamos que actitudes brindadas contra el virus visitante. A medida que voy conociendo a un grupo de jóvenes, me doy cuenta que era inoficioso escribir sobre ellos, porque comencé por aprender la primera lección: para escribir sobre ellos, debía aprender a hablar con ellos, conocer sus gestualidades y ademanes, escuchar y descifrar su lenguaje y eso requería un proceso lento de observación y de aprendizaje.

En el grupo de jóvenes que voy conociendo, hay sicarios, jóvenes estudiantes, muchachos desocupados, niñas de 12 a 15 años con un aborto sobre la vida, guerrilleros urbanos y posiblemente integrantes de grupos limpieza. Porque en la zona confluye el país político, el conflicto armado, la situación social y económica. Es toda una confluencia humana de regiones. Pasa el tiempo y voy aprendiendo con mucha sutileza cómo conversar con ellos, dejando a un lado la desconfianza mutua, el temor a la desconocido, aprendiendo a reconocer el sonido de la voz del otro.
Un día, asisto a una reunión muy interesante, concurren cerca de 300 jóvenes. La citación corre a cargo de una organización no gubernamental, su objetivo, escuchar las diversas propuestas de trabajo de quienes hemos llegado recientemente a la zona. Los muchachos están ávidos por escucharnos: la sala está repleta. Un cineasta de la televisión que trabajaba para el viceministerio de la juventud, hizo un discurso por cierto corto y muy significativo que a mí me enseñó muchísimo. Él dijo lo siguiente: señores yo vengo a realizar un documental para la televisión sobre los jóvenes de Ciudad Bolívar. El documental será muy importante para ustedes los jóvenes de esta localidad, pues será una oportunidad que el país conozca su problemática. Quiero a través del documental, adentrarme en sus vidas, en sus necesidades, en sus sueños. Al final de su improvisación, sacó a flote la logística que necesitaba para realizar el documental. Dijo en tono muy convincente: necesito que ustedes me consigan 4 sicarios, 3 prostitutas de 12 a 15 años, dos ladrones de apartamentos y además, ustedes mismos determinen cuántos muchachos pueden ayudarme a cargar la cámara. Mientras escuchaba al hombre de la televisión, miraba los ojos de los muchachos y esa tarde percibí el profundo odio que había en esas cientos de miradas, que les estaban diciendo al personaje televisivo que simplemente era un hijo de puta. La pobreza no se puede manosear, la pobreza no se puede manipular. Cuando me tocó el turno de intervención, me preguntaron: ¿qué quiere de nosotros? ¿ por qué usted viene? Con cierta timidez dije, soy un escritor que he publicado 15 libros, quiero simplemente escribir un libro sobre los jóvenes de Ciudad Bolívar, no sé sí lo pueda escribir, si ustedes están interesados. Un silencio de incredulidad se apoderó de la sala.

En esa reunión aprendí que debía realizar un proceso distinto, de acercamiento a los jóvenes, que debía usar una costumbre que en Colombia no es usual. escuchar al otro, conocer su voz y a través de su voz conocer sus pensamientos y sus instancias íntimas, su manera de actuar. En Colombia, el origen y razones desde el punto de vista sociológico del conflicto armado, en su raíz histórica se define en que el otro no existe. El otro es alguien que camina con una figura prestada pero es un hombre invisible que no piensa: Ese hombre invisible, sólo sirve para darle una patada en el culo. ¿Por qué debo escucharlo y visualizarlo? ¿Por qué debo escuchar a un hombre que no piensa y si no piensa es porque no existe y si existe es para borrarlo de la faz de la tierra.

P.F: ¿De dónde viene ese comportamiento?

A.A: Es un comportamiento que se ha socializado muchísimo y hace parte de la mentalidad que ha desarrollado el ejercicio de la violencia, en todas sus fases. Es un ejercicio autoritario del poder político, de las clases políticas, de los diversos actores armados. El otro existe para matarlo o secuestrarlo, el otro no existe para escuchar de él lo que piensa. Somos un país de sordos armados hasta los dientes, con una mentalidad que piensa que el mundo gira alrededor de nuestros pies, y sólo debemos en nuestra perturbadora soledad, escuchar el hermoso sonido de nuestras palabras.

Duré 4 meses en compañía de diversos grupos de muchachos. Comencé a identificar en ellos, un elemento que me pareció que era decisivo, conmigo siempre hablaban de la siguiente manera: la gente de Bogotá no nos entiende ni comprende; nosotros queremos que nos entiendan, porque somos jóvenes con los mismos conflictos que tienen los jóvenes en este país: familiares, educativos, de violencia y drogadicción, pobres, de origen muy humilde, pero somos jóvenes. Es decir, que en ellos existía la profunda necesidad de que los reconocieran en su condición de ser jóvenes. Ya era un indicio para hablar con ellos, para que me abrieran las puertas de su intimidad y de sus emociones.

Pero también encontré a otros jóvenes que querían utilizarme como puente para conseguir sus cosas materiales. Alguien que llega a un sitio de pobreza, se encuentra con personas con mentalidades mendicantes y menesterosas: el que viene de afuera con una cámara es un hombre rico y por lo tanto, puede y debe hacerme favores, resolver nuestra pobreza. Incluso, te cuento una historia, un muchacho un día me dijo: mire señor escritor, yo tengo la historia más escabrosa: yo hago el amor con mi mamá, también con mi hermana, me gusta mi tía, he matado como a cuatro...Al final me dijo, ¿cuánto me paga para terminar de contársela para que usted la escriba? Con el aprendizaje diario, fui quitando de camino, lo que podríamos llamar los obstáculos humanos, sicológicos, ideológicos e históricos para poder establecer con ellos una conversación de larga duración, que en últimas es la que puede consolidar un relato o una historia de vida. Y tres meses después de esta extenuante confrontación verbal con esa dura cotidianidad, a mí se me ocurrió una idea, que al final se volvió como una especie de trueque con ellos: yo les doy, les aporto conocimientos y ustedes me cuentan historias, claro que voluntariamente. Pasaban los meses, no había escrito nada y ninguna institución me estaba pagando; la investigación corría a cargo de plata de mi propio bolsillo.

P.F: ¿Visitaste cada día el barrio?

A.A: Iba cada sábado, toda la tarde y regresaba a mi casa en la noche. No es un barrio, es una localidad de 250 barrios, que crece porque cada día hay nuevos barrios de invasión. Un día le puse nombre al trueque verbal con los muchachos, lo bauticé posteriormente: “El taller de la memoria”. Yo les dije en tono muy emocionado: hagamos un taller de la memoria y preguntaron, ¿ qué es eso? Les dije que íbamos a crear un espacio de discusión donde ellos pudieran expresar lo que pensaban del mundo que los rodeaba. Yo simplemente les facilitaría unos textos para discutir y así, abrir la discusión colectiva. Ellos me dicen, qué vamos a ganar nosotros, yo les digo, van a ganar la posibilidad de hablar y discutir sobre la problemática de ustedes como jóvenes. ¿Y usted qué va a ganar? Yo les respondí, la posibilidad de escucharlos, quizá en últimas escribir un libro sobre ustedes. Se rieron con sorna y cierto escepticismo.
Convoqué a una reunión y les dije, el plan es siguiente: durante 6 meses vamos a reunirnos, leeremos y discutiremos una serie de textos. Ese día asistieron 30 a 35 muchachos, en el grupo había una chica que había estudiado en la universidad. El resto no había terminado la primaria y otros ni siquiera el bachillerato. También asistieron ese día, algunas madres comunitarias y profesores de escuela primaria, era un grupo de gente muy j oven.

P.F: ¿De qué edad?

A.A: Fluctuaban entre 13 y 17 años y los adultos pasaban de los 20 años, incluso profesores. Yo les propuse la metodología: leeremos en grupo varios libros, te doy unos títulos: Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, bello libro donde un negro cimarrón cubano cuenta la historia desconocida de los esclavos durante las luchas de independencia; un segundo libro Juan Pérez Jolote, de Ricardo Pozas A, la historia de un indígena que va a estudiar antropología a ciudad de México y regresa a su comunidad, luego escribe un texto sobre su comunidad; Antropología de la pobreza, de Oscar Lewis, texto fundador, profundo acercamiento a ese puente humano entre lo rural y lo urbano; “No nacimos pa’ semilla”, de Alonso Salazar, lacerante libro que a través de textos testimoniales, nos descubre el mundo de los chicos sicarios, bajo las órdenes del Cartel de Medellín y otros tipos de lecturas adicionales. Yo les dije, vamos organizar varios grupos que deben leer los libros, lectura referida a diversos temas sobre los jóvenes en Ciudad Bolívar: historia de la comunidad, historia de la familia, los sueños como realización humana, los sueños cotidianos convertidos en pesadillas por la continuidad, significado y valor de los sitios de reunión como por ejemplo la cuadra o la esquina; la relación con policía y el ejército, la relación con la guerrilla; su visión de la ciudad y del país; es decir, todo un eje problemático implícito en sus propias vivencias. Además, flotaba en el ambiente una pregunta terriblemente provocadora: ¿Los jóvenes de Ciudad Bolívar, son por naturaleza violentos, pistolocos, sicarios? Los medios de comunicación había dictado cátedra escrita, visual y verbal, durante cinco años, comparando a los jóvenes de esta zona con los jóvenes de las Comunas de Medellín. Y claro, una conclusión al aire: si viven en las mismas condiciones infrahumanas, deben pensar lo mismo y por lo tanto deben actuar siempre con un revólver en la mano o una patecabra al cinto. El Taller de la Memoria era el comienzo de una loca experiencia pedagógica, contradictoria en su esencia por la desigualdad en los conocimientos y formación o deformación de los asistentes. Pero la esencia misma de la propuesta, se basaba en la pedagogía de la provocación: la discusión sobre sus vidas será en últimas, un espacio de reflexión que los ayude a conocer las fibras de su propia identidad. Escogimos los grupos lectores, se suponía que leerían y hablarían de los textos, además la lectura los incitaría a profundizar en su razón de ser social. Hice fotocopias, y todos entusiasmados de verdad comenzaron a leer. La propuesta había calado: en el grupo se detectaba cierto febril nerviosismo, como si se estuvieron metiendo las manos dentro de sus cuerpos. Estaban tocados y provocados. La primera reunión se hizo un mes después, el tema propuesto era la historia de los barrios, una especie de visión de la comunidad. Había mucha expectativa en la sala, cuando de pronto el grupo que le tocaba hablar sobre los barrios, llevó a un viejo curtido en su rostro, vivaz en los ademanes y gesto, de una seguridad imperturbable. Los muchachos que debían exponer lo leído, dijeron: nosotros no hablaremos sino que lo hará en nombre de nosotros, don Guillermo aquí presente, porque él es nuestra memoria en estas lomas. Don Guillermo hombre ha contado en forma maravillosa, su experiencia de cinco o siete barrios que él había invadido, de cómo esos barrios comenzaron a fundarse cuando se les bautizó con un nombre escogido por la mayoría de los habitantes; de cómo se habían construido, de cómo había sido la primera noche de una familia cuando llegaba con sus cosas y armaba una casa de cartón o de tela asfáltica y dormía por primera vez en habitación propia; noche de fundación y regocijo familiar; de cómo los habitantes para poder llegar a su terreno que habían comprado, cambiado por un electrodoméstico o invadido a la fuerza, debían pasar por retenes establecidos por la policía y a su vez, cómo ellos debían pagar los impuestos a la policía para pasar legalmente sus enseres, en fin todo ese proceso social y humano que consiste en construir una vivienda propia, en una zona geográfica asentada en inmensas rocas. Hoy en día, son barrios con vías de comunicación muy buenas, con agua y luz. Don Guillermo había narrado en dos o tres sesiones, una historia de vida muchos años cuando el tiempo detiene su ritmo endemoniado, para abrir cause a la reflexión de naturaleza vital. Don Guillermo se convirtió en algo definitivo para la escritura posterior del libro: la figura del testigo histórico que hablaba a través de la experiencia vivida convertida en memoria social, memoria de la comunidad. Don Guillermo nos hizo sentir que estábamos en presencia de un hombre que no se arrugaba ante su voz, por el contrario, cuando hablaba en su mirada no había vacilación alguna.

En la exposición de los temas posteriores, los muchachos se apropiaron de nuevos testigos que hablaban en nombre de ellos. No era una apropiación en el sentido mecánico y brutal de la apropiación e imposición de la experiencia ajena. Tampoco que los muchachos hubieran adquirido de pronto el virus de la mudez. La palabra no se había ahogado en el río de la memoria. Por el contrario, para ellos la presencia de El Testigo fundamentaba y permitía que la huella de uno y de todos quedara como huella definitiva en quienes escuchábamos atentos esa narración de puente-humano-memoria.

Entonces El Testigo se volvió una figura fundamental en el transcurrir del “Taller de la Memoria”: su voz y gestualidad creaban como recuerdos ámbitos de profundidad de lo que había sido la experiencia social, en lo individual y en lo colectivo. La confluencia de muchas voces, escenificada en la voz única y auténtica de El Testigo, quien asumía y representaba las otras voces que yacían en el silencio impuesto por la fuerza del olvido. Por ejemplo, las madres comunitarias eran tres y llevaron al Taller otras cinco madres comunitarias y cada una durante una semana fue contando historias de cómo el jardín infantil fue creándose en su barrio, en su cuadra. Su origen: una mujer madre de 5 hijos de diversas edades, no puede dejar a sus cinco hijos encerrados durante el día, mientras va a trabajar en un cuarto cubierto por tela asfáltica y en ese espacio de dos metros por tres, entre camas y una cocina prendida en llamas de petróleo o gasolina. Muchos niños habían muerto incinerados, en incendios provocados accidentalmente en aquellos cuartos miserables, con candado en las puertas para que los niños no salieran a jugar al aire libre.

P.F: ¿Qué es una madre comunitaria?

A.A: Ahora te explico. Otra mujer madre de 5 hijos, le propone a las otras madres-padres: yo les cuido los hijos a ustedes. Las otras mujeres le pagan algún valor pequeño y después ese patio o casa con 15 o 20 niños se vuelve un jardín infantil a la fuerza. Y esta mujer se transforma a la fuerza en una madre comunitaria, una mujer que cuida niños ajenos y posteriormente, podrá asistir a pequeños cursos de pedagogía infantil, dictados por profesionales pagados miserablemente por el Estado.

El Taller de la Memoria tuvo un desarrollo pleno, la gente leía los textos y llevaba sus propios testigos, la discusión se encendía a plenitud: la palabra provocaba comentarios encontrados, el tono verbal se acaloraba, al final la historia narrada unía ánimos y reflexión. Se fue creando un ambiente maravilloso: por primera vez los muchachos hablaban de su vida personal, sin tapujos, rencores, odios o frustraciones frente a 30 o 40 personas; hablaban porque todo el mundo los escuchaba con respeto; hablaban sin temor de las historias vividas, que tú ni siquiera te imaginas de los hechos criminales, problemas familiares, de adicción a la droga, de su participación con la guerrilla. El olvido de la historia personal había quedado anclado en los límites de un río lejano. El espacio del Taller se volvió un espacio de complicidad, quienes escuchábamos nos convertimos en cómplices, nadie asumía el papel de policía ni de juez ni siquiera de periodista. Comenzó a crearse en el inconsciente del grupo, la idea o la conclusión de que las historias que se estaban escuchando, en ese ámbito de respeto y complicidad, serían para ser incluidas, posteriormente en el libro. Era una necesidad suprema en todos los asistentes, la idea de que había que escribir el libro, se volvió como una obligación.

P.F: Que sería el libro sobre sus vidas...

A.A: Claro, que sería el libro de ellos, escrito por alguien muy atento que estaba escuchado sus historias. En el quinto o sexto mes de reuniones semanales, aparecieron las historias de los jóvenes y continuaron con el mismo proceso: sus testigos escogidos. Fue cuando sentí en lo más hondo de mi ser que el libro se escribiría por fin. Habíamos logrado trabajar a unos niveles de reflexión colectiva extraordinarios porque en el contexto de tantas historias narradas, aparecía la conjugación de lo íntimo personal con los sueños posibles de realizar. Aparecía en la narraciones por ejemplo, la hermosa, contradictoria y dramática relación de familia, encerrada en un pequeño espacio de 2x3m donde vivían cinco, seis o siete personas hacinadas, en construcciones de cemento, adobe o tela asfáltica. Y en ese espacio asfixiante, vislumbrar o detectar cómo puede desarrollarse la convivencia de lo cotidiano familiar; cómo los padres hacen el amor, mientras los hijos duermen o hacen que duermen; la aparición morbosa e inocente de lo erótico entre hermanos y hermanas; cómo se mezcla el sueño imaginado con el sueño real de todos los días, cuando se hablan de éstos en la mesa sin pan; cómo en ese espacio de la miseria la gente puede construir una vida digna, que les permita caminar por la ciudad como cualquier normal ciudadano.

Esa relación encerrada y agobiada por el desdén de la miseria, produce en los muchachos un creciente odio acumulado hacia ese espacio que no les permite caminar tres pasos seguidos, entonces por inercia libertaria busca la esquina. Y en la esquina se reúnen 20 muchachos, hablan de los sueños y de todo, meten marihuana, droga, basuco, se regocijan con el ritmo cadencioso de los cuerpos de las muchachas, hablan de lo aprendido en la escuela, planean fechorías por diversión o quizá con mentalidad profesional. Viven ese espacio de la esquina gozándolo a todo ritmo interior. Ellos, los jóvenes agrupados en esquina, se vuelven un conflicto para el entorno social, familiar. Los padres que han venido del campo no pueden tolerar que sus hijas estén con esos tipos que pierden el tiempo en el día y la noche y son como estatuas fortificadas en esquina, sombras definitivas. Es decir, es una mentalidad policíaca: sí esa persona está parada en la esquina es porque está pensando en algo malo, la lógica demencial creada por el temor a lo envolvente inquisidor. Ese muchacho está pensando en meter droga, en robar un apartamento o en matar a alguien. Entonces esa mentalidad y ese distanciamiento generacional, de una u otra manera, produce un fenómeno terrible: impulsa los actos de limpieza social, parecidos a las razzias de limpieza que suceden en muchas de las ciudades del Brasil. En los años 92 y 95 asesinan en Ciudad Bolívar alrededor de 500 muchachos de 12 a 15 años. Y los asesinos, apoyados por sectores de la autoridad, incluso de la propia comunidad y pagados por dueños de establecimientos comerciales, son grupos enmascarados que los cogen, los llevan a un sitio y los matan a quemarropa. Grupos que tienen un nombre: grupos de limpieza social.

Muchos de estos muchachos terminan por robar tiendas, pequeños supermercados y los dueños de los supermercados tienen contactos con aparatos oficiales y se crea un grupo desde adentro y afuera del barrio que tiene como tarea limpiar el mal ejemplo y matar a los muchachos. Esta situación se vuelve como algo muy normal. Lo terrible es que algunos padres de familia aceptaron como concepto definitivo como mentalidad para sobrevivir: si mataban a un muchacho, lo mataban con razón porque andaba metido en algo malo: un acto de fe social para justificar el asesinato colectivo.

Cuando en El Taller de la Memoria aparecen los muchachos contando sus historias, que por cierto una de éstas la retomo 8 años después en mi novela Sangre ajena, digo en ese momento: el libro va a escribirse, debe escribirse. Es la presencia de la escritura con su ritmo endemoniado que asoma como necesidad vital impulsada por sus propias leyes. Era tanto el material recogido que había que entrar a procesar lo escuchado como escritura. Después tendría que plantearme los conflictos de la estructura narrativa. Hasta ese momento yo no había escrito ni una página.

P.F: ¿Grabaste el material?

A.A: Sí, esa es una extensa documentación que aún conservo en mis archivos. Cuando terminamos El Taller de la Memoria, los muchachos dicen muy convencidos: ahora sí querido Arturo a escribir el libro. Yo les dije, necesito más historias, otras historias para aproximarme a ese mundo complejo de la mentalidad de los jóvenes de esa zona donde pulula el desarraigo. Cada 8 días los muchachos aparecían con nuevas historias y nuevos personajes, en ese transcurrir duramos dos o tres meses. Ellos buscaban afanosamente nuevos personajes y yo comencé a escribir las historias escuchadas.

Surgieron conversaciones de larga duración, que se fundamentaban en ciertos principios enraizados en la experiencia de hablar con el otro: hablan dos, vamos a discutir los dos, a construir una historia entre los dos, dos sujetos hablan y escuchan en igualdad de condiciones, ninguno de los dos será un objeto de uso del otro, es decir la historia escuchada por uno pero contada por la memoria del otro, en una actitud de respeto y reflexión; una conversación cimentada en una profunda confianza o empatía mutua que pueda crear una adecuada atmósfera posible para hablar y escuchar; situar la conversación en el espacio y en el tiempo histórico en que sucedieron los acontecimientos, entorno social para el logro de una relativa veracidad de la historia que se escucha; introducir en la conversación el arma de la pregunta y la contra-pregunta en quienes asumen el rol de preguntar, narrar y escuchar; la pregunta suele convertirse en un acto de imposición de quién por razones de supuesta formación académica, piensa que el otro no debe preguntar sino simplemente escuchar la pregunta y narrar la intimidad de su vida; y de antemano propuse un compromiso con los protagonistas: antes de publicar la historia, la muchacha o el muchacho leería el texto escrito sobre su vida, propondría reformas y se publicaría lo que quisiera que se publicara; incluso, en algunas conversaciones surgieron nexos de estos chicos con la guerrilla y estos datos comprometedores los fui eliminando de acuerdo con ellos. Me interesaba construir relatos en los cuales se pudiera constatar y medir una profunda dimensión de vida de unos jóovenes de 14 o 15 años; una niñez y una juventud que nunca tuvieron y a la vez, la relación con el crecer humano que tiene tantas complicaciones.
Posteriormente fui trabajando algunos textos y un día en boca de uno de los protagonistas, una verdad que me dolió en el alma: “nosotros los jóvenes somos gente muy buena, gente sana, gente soñadora, gente que abraza con mucho afecto, gente aventurera pero también los jóvenes somos unos hijos de puta...” Esto me situó en una dura realidad para poder entender ese fenómeno de lo que es una mentalidad de joven en América Latina y ahora aquí en Alemania comienzo también a entender otras razones de lo que significa ser dolorosamente joven. Busqué literatura sobre los jóvenes y leí una novela de Paul Nizan que se titula: Aden Arabia. Nizán comienza su novela: “yo tenía 20 años no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida” Afirmación que a renglón seguido, le da un hondo significado de apropiación de una realidad compleja, cuando escribe: “Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada al mundo adulto. Le es duro aprender cuál es su lugar en el mundo”. Y luego Sartre hace un estudio prólogo sobre la novela y dice: “hemos traicionado tantas veces nuestra juventud que no mencionarla es una decencia mínima. Nuestros antiguos recuerdos han perdido sus dientes y sus garras; veinte años, sí, he debido tenerlos, pero tengo cincuenta y cinco y no tendría la audacia de escribir: “Tenía veinte años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”. Esto es lo que me hace descifrar más a fondo esa mentalidad de los jóvenes. Entonces ocurre el fenómeno hermoso que ellos por iniciativa propia, comienzan a buscar otras historias y son muchas las historias que vienen hacia mí con su vuelo oral.

Yo voy seleccionando el material, me reúno y trabajo con los personajes tres o seis días, grabo entrevistas de una a diez horas y comienzo a elaborar ese proceso escritural través de lo que califico el proceso de los originales. En síntesis, hice seis originales del texto de Ciudad Bolívar: la hoguera de las ilusiones. El primer original era la trascripción absoluta sin editar de la conversación grabada, especie de constancia de ésta en su conjunto lingüístico, con sus repeticiones y modismos; el segundo original era lo que yo llamaba un texto dramático, que consiste en hacer una lectura de la historia dándole prioridad a los hechos dramáticos, es decir, subrayar o numerar en secuencias las situaciones más cruciales en la vida del personaje y luego, reorganizar de nuevo el texto en su estructura a partir de la importancia de cada secuencia dramática y así evitar la monotonía de la cronología cuando se trata de un texto oral; el tercer original era el mismo relato contado desde los hechos dramáticos y conservando la esencia lingüística del texto en su transcripción original; el cuarto original era el estudio lingüístico del texto oral, para unificar secuencias semánticas y rescatando ritmos connotativos que se pierden en la oralidad, y a la vez, , limpiando el texto de repeticiones y modismos; el quinto original era como una confluencia de lo dramático y lo lingüístico y, en el sexto original, el escritor introduce su voz escritural en segmentos cuando la historia oral lo permite o necesita profundizar ciertas situaciones de la intimidad del personaje o cuestiones relacionadas con sus diversos entornos sociales e históricos.

Finalmente apareció el libro con un inmenso éxito editorial y esto produjo una serie de nuevas situaciones que quiero sintetizarte: uno, que con su publicación, hoy día cuando los medios de comunicación se refieren a Ciudad Bolívar, lo hacen con mayor respeto; se demostró que Ciudad Bolívar no era el infierno de la violencia capitalina, que los medios de comunicación habían propagado como peste ambulante en sus mensajes; se aclaró que en Ciudad Bolívar viven muchos jóvenes que están luchando para que se les entienda que son unos jóvenes, que piensan la ciudad y tienen una visión sobre el país; dos, los relatos producen una profunda transformación en los propios personajes: uno de ellos, que en esa época pintaba, después del texto publicado va a la universidad y estudia Filosofía y Letras, continúa su carrera de pintor y hoy en día, es uno de los primeros lectores de la Biblioteca Luis Angel Arango en Bogotá; tres, el libro como experiencia humana se convirtió en un texto muy leído en todos los colegios de Bogotá y ha logrado a través de su lectura, abrir un amplio diálogo entre los muchachos del sur con los muchachos del norte de la ciudad. En últimas, el texto se vuelve una reflexión profunda sobre los imaginarios de los jóvenes, de su visión de la ciudad, de sus itinerarios y desplazamientos geográficos. El libro no sólo es un texto sobre jóvenes o un libro sobre la ciudad, es también una íntima y larga conversación que abre puertas a esa memoria, que yace en los recuerdos individuales del otro cuando el tiempo no tiene prisa y reahace en una conjugación de voces, otra orilla muy diciente de la memoria colectiva urbana.

5. La geografía sangrante en busca de la paz

P.F: Algunas reflexiones de la historia política a partir del año 80

A.A: Mi trabajo como escritor ha estado muy ligado a la reciente historia política del país. Debo reconocer que soy un sobreviviente de toda esa experiencia de la vida política de Colombia en los últimos cuarenta años. También como alguien que a través de su trabajo histórico, ha analizado ese fenómeno y con su trabajo literario-narrativo ha producido unos textos que de una u otra manera tienen relación con esa historia del país. Con una rigurosa disciplina estoy en estado permanente de reflexión sobre qué es lo que ha sucedido, qué es lo que pasa y cuál será el futuro del país. Además, ahora con mi segundo exilio que comienza en el año 99 por amenazas directas de muerte en hojas de propaganda que se distribuían por los semáforos en Bogotá, continúo desde la lejanía con esa imperiosa necesidad de pensar en la geografía lejana. En Europa observo cómo los estamentos de gobierno y en general la gente ve el llamado problema colombiano. Y lo que uno siente es que ese proceso se ve de una manera muy plana, como un proceso en blanco y negro, en el cual Colombia es solamente un gran productor de droga: en síntesis un país que ha invadido al mundo entero con la droga. Y el sinónimo de cualquier colombiano en el extranjero es de alguien que carga droga en su estómago, en su conciencia y lleva una jeringa en las manos y dinero de los Carteles en los bolsillos.
A ese fenómeno de la droga se le agrega una guerrilla que existe hace cincuenta años, además de grupos paramilitares y diversos gobiernos elegidos en elecciones, por un escaso 35 ciento de los votantes. Y la realidad es que Europa dejó de preocuparse políticamente por lo que sucede en América Latina, tal vez por sus intereses ante la desintegración de la ex-Unión Soviética y los antiguos países del este.

¿Qué es lo que realmente sucede en Colombia? Lo he tratado de explicar en muchas conferencias en diversas ciudades de Alemania. Colombia es un país que vive hace cincuenta años un conflicto armado, que surge en sus orígenes por razones socio-políticas, en esencia por la exclusión política. Pero desde el punto de vista histórico no es una guerra finalizada porque el conflicto armado no ha adquirido aún la fortaleza en su desarrollo en el cual el poderío del aparato militar culmine por doblegar al uno o al otro y finalmente el vencedor imponga unas condiciones políticas, sociales y económicas. Es decir, la paz del vencido o la paz del vencedor o la paz de rodillas que el vencedor le ofrece al vencido.

No siempre el conflicto armado ha estado ligado con el problema del narcotráfico y del secuestro. Hagamos una rápida síntesis histórica. El conflicto tiene una genealogía que podríamos señalar en sus orígenes, en la violencia partidista de los años 50s; violencia entre liberales y conservadores que le deja al país en siete años de dictaduras civiles y militares cerca de 300.000 muertos. En los años 60s surgen grupos armados marxistas con diversas manifestaciones ideológicas: las FARC con una influencia evidentemente soviética; el Ejército de liberación nacional, ELN, con influencia directa de la revolución cubana; el EPL con influencia de los chinos y su concepción de la guerra en largo tiempo y, posteriormente en los años 70s aparece un grupo con una mentalidad más urbana, el M-19. Entre los años 60s y 70s estos movimientos en su nacimiento y en su desarrollo son casi aniquilados por el ejército. En ese largo período, el ejército colombiano ha desarrollado una concepción contraguerrillera, que se consolida a partir de su experiencia en la guerra de Corea y luego avanza por influencia directa del ejército norteamericano. No es un ejército para resolver para resolver problemas de fronteras, no es un ejército civilista, es un ejército para la guerra interna.

Los distintos movimientos guerrilleros han tenido desarrollos desiguales; son movimientos que han trajinado de una manera muy lenta en su concepción de pasar de ser una guerrilla móvil a convertirse en pequeños ejércitos regulares; procesos que los insurgentes en Nicaragua, Salvador o en la propia Cuba resolvieron mucho más rápido. El ejército colombiano ha sido incapaz de aniquilarlos, con toda su concepción contraguerrillera y a pesar de que la mayoría del presupuesto del país ha estado dedicado a la guerra en los últimos 50 años.

En los años 80 surge un nuevo elemento que va cambiar definitivamente las características del fenómeno del conflicto armado en Colombia: el narcotráfico. Su presencia está muy ligada con la aparición de oscuros personajes que con el peso de dinero, el caso de Pablo Escobar, capo del Cartel de Medellín, realizan obras sociales en Medellín como hospitales, canchas deportivas; están muy cercanos a los jóvenes y pretenden hacer política. Pero hasta ese momento eran oscuras figuras ciertamente respetadas socialmente en el ámbito local y regional. Es la época que el narcotráfico se dispara como fenómeno fundamentalmente económico. En forma paulatina, sus principales personajes, con el poder del dinero se van transformando en figuras públicas.

El año 80 es un año crucial para el país porque el gobierno de Turbay Ayala acentúa la represión contra la oposición, con el llamado Estatuto de Seguridad y ello acelera el crecimiento de la insurgencia armada, que con acciones audaces irrumpe en las ciudades, especialmente el M-19. El gobierno de Turbay Ayala hace de la tortura su método característico de gobierno. También crece la presencia no sólo política y económica del narcotráfico sino militar: el narcotráfico para poder defender semejante poder económico acumulado en pocos años, necesitaba desarrollar un fuerte aparato militar. Entonces en los años 80 se produce un cruce de tres tipos de violencia: la violencia oficial, la violencia de la insurgencia y aparición de los grupos paramilitares, financiados por el narcotráfico y apoyados por sectores del ejército, además de sectores latifundistas y ganaderos.

En los 80 se produce un fenómeno histórico de inmensa importancia: el gobierno de Belisario Betancurt, gobierno conservador hace el primer intento de buscar un acuerdo de tregua y un proceso de paz con los grupos insurgentes. Logra establecer diálogos con las FARC, el M-19 y el EPL; el ELN queda por fuera de este proceso de conversaciones por voluntad propia. Es la primera vez que se habla en Colombia, en términos de la política y no con la lógica de la guerra para resolver el conflicto armado.

La tregua sirve para que los grupos armados crezcan en influencia política y militar, se rearmen, lo mismo sucede con el ejército. Pero lo cierto es que se crea un margen de confianza en la opinión pública, de la solución política del conflicto armado. Pero también en el campo aparece la figura del narcotraficante-terrateniente. Te explico un poco. La aparición del poderío económico del narcotráfico comienza a sentirse en las ciudades cuando ellos cambian de manera artificial el valor de la tierra. Es decir, tú tenías una casa o apartamento en cualquier lugar de Cali, Bogotá, Medellín o Barranquilla, entonces alguien llegaba y decía, te compro el apartamento, yo no lo vendo, y cuánto valdría, este apartamento valdría 50 millones, no hay problema yo le doy 100 millones en físico contado. Esa persona, intermediario del narcotráfico, dejaba un montón de dinero en un costal para asegurar el negocio. Esto va cambiando el valor de la tierra en las ciudades. Pero en el proceso mismo de desarrollo del narcotráfico, ellos necesitan que Colombia no sea únicamente el camino del traslado de la droga que se produce en Bolivia y Perú sino que se proponen o la trocha del procesamiento químico en territorio colombiano. Es decir, quieren el negocio redondo. En territorios selváticos y montañosos, aparecen cientos de laboratorios, pero antes han adquirido inmensos territorios en el campo y es cuando asumen la propiedad de grandes territorios. También en esas tierras y zonas selváticas hay una influencia organizativa, política o ideológica de la guerrilla. Esto es lo que va a producir una guerra de influencias territoriales entre guerrilla y paramilitares y lo que va a culminar con la guerra sucia, absolutamente despiadada contra la Unión Patriótica, movimiento político que surge por iniciativa de las FARC como propuesta política durante el proceso de Paz con el gobierno de Betancur.

Los narcotraficantes desarrollan su aparato militar para defender los intereses territoriales. Pero a estos hombres, ¿quién los prepara para la guerra?. En el año 83 o 84 comienzan a surgir grupos paramilitares en antiguas zonas de influencia guerrillera. Surgen por crasos errores de la guerrilla, por su prepotencia guerrerista frente a la población civil. Los grupos paramilitares pagados por el narcotráfico con apoyo logístico del ejército, son entrenados por militares israelitas, especialistas en preparar soldados mercenarios. Es un crecimiento vertiginoso. Se presentan serios debates en el parlamento por parte de la bancada de la Unión Patriótica, cuando acusan a sectores del ejército de estar vinculados en la organización de esos grupos ilegales. El gobierno de entonces busca legalizarlos: aparece la fórmula con la idea que impulsa a la población civil para armarse y defenderse de la guerrilla. Esa fórmula supuestamente legal y jurídica se conoce como las Convivir, organización que posteriormente tienen que desmontarse por sus implicaciones ilegales en la consumación de masacres de pobladores. Con denuncias públicas especialmente por parte de los dirigentes de la Unión Patriótica, explosiona la guerra sucia hasta tal punto que entre 1986 y el 1989 en Colombia asesinan a 2000 dirigentes de la UP. Frente a ese fenómeno de exterminio político, único en su ejemplo en Latinoamérica, la comunidad internacional no dijo nada, ni la ONU ni la OEA, tampoco los países europeos expresaron una voz de protesta. El gobierno del señor Barco se lava las manos con el argumento que la guerra sucia obedece únicamente al conflicto guerrilla- paramilitares. El gobierno espera resignado recoger los muertos. La verdad es que es una guerra que comienzan a ganar los paramilitares porque el ejército encontró quien le hiciera la guerra sucia. Las masacres a pobladores civiles se dejaron en manos de paramilitares, cosa que antes hacía el ejército cuando tildaba la población civil de auxiliadora de la guerrilla, en nombre de la democracia.

El conflicto armado se ve abocado a ese cruce de diversas violencias. Se desdobla el conflicto con otros actores armados. La guerrilla va perdiendo ese halo mesiánico construido en los años 60, al transformarse en un sólido aparato militar con un inmenso poder económico y una lógica guerrerista en su dirección. En sus zonas de dominio, la guerrilla impone el llamado gramaje o cuota económica a los procesadores de coca. Allí es dónde se establece ese puente entre guerrilla y los carteles. Al principio fue una guerra a muerte, después sería una guerra por influencias territorial de tipo económico y político.

En el año 90 el M-19 y EPL establecen un acuerdo de paz con el gobierno liberal de César Gaviria. El mismo gobierno impulsa un proceso de acercamiento de conversaciones con las FARC pero en México decide levantarse de la mesa ante el secuestro y asesinato de un ex ministro, perpetrado por el EPL. Al romperse esa posibilidad de paz, las FARC en la década de los 90 se transforman en un aparato armado muy sofisticado; son 10 años de guerra donde las FARC cambia definitivamente su concepción de pequeños grupos a agrupaciones mayores, éstas se movilizan ahora por carreteras, antes lo hacían por trochas en la montaña y la selva. Cambian el armamento por armas sofisticadas y dividen el país por frentes. No son pequeños núcleos sino frentes y cada frente puede manejar 1000, 1500, 2000 o 3000 hombres; hay un crecimiento desmesurado y a la vez se transforma en una guerrilla que puede movilizar para una determinada acción 500, 1000 o 2000 hombres. En los años 94 y 95 comienzan a golpear duramente al ejército, ocupan cuarteles, poblaciones, copan cientos de prisioneros de guerra. Lo paradójico de esa situación, es que tanto gobierno como los, militares y los políticos aparentan desconocer semejante crecimiento bélico de las FARC.

Aquí hay que hacer una pequeña una reflexión sobre los políticos colombianos. Incluso, lo decíamos equivocadamente en mi época de dirigente político, que teníamos en Colombia una burguesía muy inteligente. Ahora hay que decir, que el país que tenemos tiene que ver con la estúpida y ciega torpeza de los políticos que han hecho un país para enriquecer a unos pocos y empobrecer a la mayoría. Es decir, que la gestión pública se ha convertido en el puente elevadizo que se establece entre cada gobierno para enriquecer a unos pocos y empobrecer a muchísimos. Una sociedad profundamente polarizada en lo social.

El debate político hace por lo menos ocho años ha estado muy relacionado con el fenómeno de la corrupción en la gestión pública. Han sido casos fragantes en la mayoría de las instituciones gubernamentales, en sus niveles más altos de expresión. Una clase política corrupta por naturaleza, por oficio y olfato. En ese fenómeno de la corrupción hay que decir que el narcotráfico ha logrado influir económicamente como concepción en la clase política, ha llegado a tener una inmensa influencia en sectores como el deporte, incluso en sectores de la cultura, y tiene nexos evidentes de negocios con la guerrilla, corrupción origen social y económico de los paramilitares.

En Colombia la guerra ha llegado a un estado absoluto de descomposición, donde lo fundamental como concepción sigue siendo la mentalidad de la guerra, la lógica de la guerra y no la lógica de la política. Es decir, que en 50 años los colombianos no hemos sido capaces de entender que la guerra ante todo es un proceso social humano que conduce y se desarrolla por razones políticas, que la victoria final no solamente es militar sino que ésta permite doblegar al otro políticamente. Por lo tanto es una guerra mezclada de corrupción, narcotráfico, en la cual la población civil está sufriendo las consecuencias.

El pensamiento libre, independiente es un pensamiento censurado. Hoy en día pensar en contra de la guerra o de la paz o a favor de la paz y la guerra es un delito. Existen fuerzas de la guerra que tienen tanto poder que están escuchando, están anotando y están siguiendo la pista de quienes de una u otra manera expresan un pensamiento libre. Por esa razón hoy en día, Colombia es uno de los países de mayor número de desplazados por la violencia. En los dos últimos años hay alrededor de millón y medio de hombres, mujeres, jóvenes y niños que están invadiendo poblaciones, carreteras, ciudades intermedias y grandes ciudades, al huir de la guerra. A las espaldas dejan ilusiones y sueños frustrados. Es un país exiliado en su propio territorio. Son un millón y medio de personas para las cuales el gobierno no tiene ninguna solución, esta gente no existe en el presupuesto nacional, no existe como una posibilidad educativa, tampoco como necesidad de vivienda, no existe socialmente. Son caminantes invisibles. Cientos de núcleos familiares que llegan y comienzan a construir los bastiones de miseria en las grandes ciudades, en busca de un supuesto sueño de realización humana. Por esta razón, Bogotá, Cali y Medellín son ciudades pobladas por la miseria como cualquier ciudad de la India; confluencia humana que huye de la guerra desde el más cercano o lejano territorio.

Ese fenómeno de desplazamiento que en los años 50s y 60s se dio de campo a campo, que en los 70s hizo crecer la población en centros urbanos, ha hecho que Colombia se vuelva un país donde la producción del campo prácticamente deje de existir. Es decir, el campo colombiano es un campo despoblado. Con un fenómeno adicional, existen departamentos donde el 50, 60 o 70% de la tierra, pertenece al narcotráfico.

Hablamos del fenómeno del éxodo interno pero también se ha incrementado el éxodo hacia fuera del territorio nacional: son cientos de miles de personas que cruzan la frontera hacia Venezuela; se ha incrementado el número de gente que está tratando de salir y viajar legal o ilegalmente a los Estados Unidos y hacia algunos países europeos, especialmente España. Y dentro de todo este fenómeno del exilio de los desplazados, existe un grupo grande de personas ligadas a la academia, a la docencia, a la intelectualidad y a la cultura. Hoy en día en muchos sectores del país es imposible impartir enseñanza primaria o secundaria porque los maestros son objetivos militares de cualquier bando armado. Un éxodo gigantesco de maestros, que en sus peticiones laborales siempre está en primera instancia, la necesidad de los traslados a sitios de mayor seguridad para poder sobrevivir en medio de la guerra. El tablero y la tiza como objetivo militar. Ese fenómeno que liga la enseñanza con la violencia y la guerra, también se ha penetrado en algunos centros universitarios en cuatro o cinco ciudades: Medellín, Cali, Bogotá y Córdoba, ciudades convertidas en la actualidad como epicentros del conflicto armado. Las universidades también se han vuelto una especie de campo de batalla. Por ejemplo, en la Universidad de Antioquia existe un número grande de profesores de ciencias sociales que han tenido que huir del país por razones de estar realizando estudios y estar discutiendo con sus estudiantes la problemática de los desplazados, la problemática de la paz y de la guerra. En Bogotá, en la propia Universidad Nacional de Colombia se han producido atentados y asesinatos de algunos profesores; lo mismo ha sucedido con la Universidad del Valle y en universidades pequeñas de las ciudades de la Costa es común y corriente que los profesores tengan que salir huyendo.

Colombia se ha vuelto un país con el mayor índice de asesinatos y de éxodo de periodistas. Cada día se vuelve más peligroso dar cualquier tipo de noticias y más cuando se está en zonas de violencia; amenazas que han llegado a los periodistas de los grandes periódicos como El Espectador y El Tiempo. Y en mi caso soy un escritor que tuve que salir del país por razones de seguridad, amenazado de muerte, llevando en mente muchas historias para contar y narrar..

P.F: ¿Qué sucedió en tu caso propio, has publicado un artículo?

A.A: Mi caso personal tiene dos connotaciones: se me cobra mi pasado político de izquierda, a la vez se me cobra también el hecho de ser el biógrafo de Marulanda, una extensa biografía que todo el mundo lee y que circula libremente en Colombia. Pero también se me cobra la influencia que pueda ejercer como hombre público, como intelectual. Yo puedo publicar mis libros de literatura, puedo publicar narraciones, historias pero cuando hablo públicamente y me refiero a estos fenómenos, corro peligro porque ejerzo de una u otra manera una influencia pública.

En Colombia se ejerce esta terrible censura contra el pensamiento crítico frente al conflicto que vive el país. En mi caso he vivido la amarga experiencia permanente de persecución, unas veces se ha aminorado otras veces se vuelve mucho más directa. En el año 99 hice una serie de conferencias en la Escuela Superior de Guerra del ejército, conferencias polémicas con militares de todos los niveles. Después, apareció en las calles de Bogotá un panfleto donde estábamos amenazados de muerte 20 personas seleccionadas de diversos campos: del periodismo, del sector agrario, de dirigentes obreros, de maestros, de defensores de derechos humanos y algunos intelectuales. En el panfleto figurábamos Alfredo Molano y yo como objetivos militares, en hojas volantes distribuidas por todas las calles de Bogotá. Tú parabas en un semáforo y te entregaban el volante. Esta situación la asumí, escondiéndome en un sitio en Colombia poder escribir y terminar mi novela titulada Sangre ajena. Y el año pasado cuando publicaba Sangre ajena volvieron otra vez las amenazas contra cuatro profesores de la Universidad Nacional. Yo no soy profesor de la Universidad Nacional pero me incluían entre los amenazados. Se nos daba un plazo de una semana para salir del país. Es decir, se sigue estableciendo una mordaza de amenaza de muerte y se busca que uno se vuelva un intelectual autista. Es decir, que para poder estar en Colombia como un intelectual lo único que tienes que hacer es no hablar del país, no hablar de la historia, no hablar del conflicto, no hablar de los actores de la paz ni de la guerra, no ser crítico. Debes comerte tus críticas en silencio. Simplemente ser un intelectual que está metido en su casa escribiendo, devorado por sus propios fantasmas, por sus propios conflictos en la escritura pero ausente de una vida pública. Y hoy en día el país necesita de un tipo de intelectual que haga su obra pero a la vez sea alguien que reflexione sobre el país. Lamentablemente en el país somos muy pocos los intelectuales que asumimos esa actitud y esa posición. Por esa razón yo soy uno de los tantos que deambulan por el mundo en esta situación del exilio viviendo internamente esa terrible nostalgia por el país.

P.F: ¿Vas a regresar a fin de año a Colombia, cómo serán tus posibilidades de sobrevivir, de trabajar, qué cosa harás?

A.A: Es una respuesta difícil porque necesariamente yo regreso al país por una temporada larga o corta, no sé. Si regreso al país voy a tener que mantener una férrea disciplina del silencio. Y también he vivido como experiencia en Alemania, que no es fácil quedarse en Europa en condiciones de poder trabajar como intelectual.. Es decir, yo no sería una persona dispuesta a pedir el asilo político y terminar viviendo en barricadas alrededor de Berlín o en una casa flotante en Hamburgo donde están los refugiados políticos. No creo que la idea de la libertad y la defensa de la vida, deban someterse necesariamente a una situación donde tendría que disminuirme humanamente para poder sobrevivir con la lejanía del país. Porque la condición del asilo político de lo que conozco en Alemania es terrible, no es fácil. Y sobre todo cuando en estos países uno deja de ser quien era, aquí no es nadie, simplemente una sombra desconocida. Ahora tengo una situación privilegiada bajo el amparo de la Fundación para perseguidos políticos, Hamburger Stiftung für politisch Verfolgte, he podido moverme y he tenido un éxito en mis reportajes en los periódicos. Pero difícilmente asumiría la triste historia de un refugiado político porque sería como disminuir mis posibilidades humanas: ser un errante permanente sin pasaporte y pensar que hay que volver a comenzar la vida de cero, crecer con otra imaginación, sería una situación muy difícil de pensar y masticar. Por lo tanto, yo correría en principio el riesgo de volver a Colombia. Algunos amigos me preguntan ¿por qué quieres volver a Colombia? ¿Por qué los colombianos aman tanto ese país si es un país que no quiere que estén ahí?. Me lo decía un alemán que por cierto opinaba que él ya no tenía país, ya no tenía patria por la globalización. Yo le explicaba que difícilmente se podía olvidar de un tajo una geografía, unas huellas, unas vidas, unos recuerdos, la memoria de un país que es el suyo, en el cual ha construido la obra. La vida no se puede tajar como se taja un pescado y desperdigar los pedazos en otras geografías. Aunque yo puedo seguir escribiendo sobre Colombia desde Alemania, Inglaterra, Italia, etc pero también hay momentos en que necesito físicamente respirar el aire del país. Existe otra situación, un reto personal y en alguna conferencia aquí en Alemania lo dije: yo tengo el derecho de vivir en mi país y no tengo por qué doblegarme frente a las amenazas de quienes me dicen que debo salir del país. Yo quiero ir a Colombia y salir del país cuando quiera voluntariamente. Quiero realizar el viaje de regreso, el viaje que uno decide de una manera muy personal porque está relacionado con tu profesión, con tu destino. Es duro estar sujeto a estar viviendo la experiencia del viaje obligado, a la fuerza: con la voz del miedo atosigado en los oídos.


P.F: Mientras los Estados Unidos han desarrollado el Plan Colombia ¿qué puede alcanzar el Plan Colombia? ¿Qué va a cambiar en tu país?.

A.A: Sobre el Plan Colombia hay toda una discusión y el Presidente Pastrana y los candidatos a la próxima presidencia han dicho que el Plan Colombia es algo inexorable. Es decir, ya está definido el Plan Colombia y de una u otra manera será implementado en el país. La discusión radica sobre qué significa el Plan Colombia, qué a propósito no es un Plan elaborado por el gobierno colombiano. El Plan Colombia es la visión de los Estados Unidos en cuanto al conflicto colombiano en relación con la droga. Para los Estados Unidos en Colombia no existe un conflicto armado, no existe el problema de una guerra que está acabando con los derechos humanos, no existe la guerra que está afectando a la población civil. Para los Estados Unidos, Colombia simplemente es un productor de droga y por lo tanto hay que hacer un plan para acabar con la producción y exportación de la droga o finalmente acabar invadiendo el país; es una política de estado de los Estados Unidos, ahora bajo el espectro del terrorismo internacional. Y se diga lo que se diga para defender la parte económica que beneficiaría socialmente a la población, lo social del Plan Colombia es lo menor en su escala de realización. Prácticamente un 70% es presupuesto de guerra y un presupuesto para rearmar y tecnificar las armas del ejército y la policía colombiana para supuestamente perseguir el narcotráfico. Esto podría parecer desde un punto humanitario, en defensa de la población consumidora norteamericana: los ametrallamientos de un helicóptero no hará ninguna diferencia entre el narcotraficante, la población civil y la guerrilla. En últimas, por la propia inercia de la guerra, esto terminará por profundizar el conflicto armado. Con la política de los Estados Unidos se incrementará más el proceso de la producción de la siembra, así como el proceso químico de la producción de la droga. Y hoy en día la implementación de este plan a través de las fumigaciones está produciendo una hecatombe social, humana, geográfica. Porque las fumigaciones afectan no sólo las siembras de la coca y de la amapola sino que afectan los cultivos tradicionales en su conjunto. La fumigación no está tratando de resolver el conflicto social y económico que padecen miles y miles de personas que viven de la siembra y de raspar la amapola. Además, en Colombia sembrar yuca, papa, arracacha no es rentable y lo que se volvió rentable para apenas sobrevivir es raspar la amapola. De modo que el Plan Colombia en su conjunto es un plan de guerra. El futuro de Colombia no lo determina el Plan Colombia.
Si la solución del conflicto no es una solución política, la verdad es que Colombia seguirá diez o veinte años más en guerra y esto significará muchas muertes. En ese sentido, la participación de otros países en el conflicto colombiano, sería para como una fuerza intermediaria que pudiera convencer a los actores en conflicto para una futura negociación política. Es el papel que planteamos que deberían jugar los países europeos pero no lo están haciendo. En cambio, los Estados Unidos muy preocupados por su problema del consumo interno, piensan que el consumo de la droga lo pueden resolver invadiendo con la fumigación o con hombres a un país como Colombia.
6. La muerte del otro

P.F: Vamos a hablar sobre Sangre ajena.

A.A: En Sangre ajena, trato de resolver los conflictos interiores que como escritor me he planteado sobre una diversidad de relaciones implícitas y explícitas con el quehacer literario: literatura-testimonio, literatura-narración oral y literatura-historia. La temática de Sangre ajena emerge como un fantasma despavorido de una realidad circundante que me ha rodeado los últimos años, realidad con la cual he convivido por experiencia propia o través de vidas ajenas. En ese sentido, asumo el papel del escritor que como alguna vez lo definía Vargas Llosa: un gallinazo que se nutre de todo hasta de la mierda; se alimenta sin piedad alguna para su escritura de conflictos, vidas y de muertes ajenas. La escritura se transforma en un amasijo creativo que en esencia, descifra esa masa de información humana que yace en la memoria y en los documentos escritos.

P.F: Es un ladrón también.

A.A: Es un ladrón de sí mismo porque cuando cuenta su propia historia, la inventa, reinventa y recrea como sucede en los libros de memorias que son en últimas, en cierto sentido una hermosa invención de la imaginación. También es un ladrón de las historias de los otros: un bucanero tipo holandés pero de buena ley, buena letra (pienso en van Gogh quien devoró con sus pinceladas de locura a sus maestros), inmensa e inagotable capacidad creativa. El escritor es un ser sediento por naturaleza.

Sangre ajena es una historia que me persiguió durante mucho tiempo, que tocó muchas veces la puerta de mi estudio y me hizo llegar diversas señales para que culminara su escritura. Un día tuve que escribirla para que cesara la persecución como necesidad ineludible de la palabra escrita. Es un libro que debí escribir hace cinco o siete años sobre una historia que escuché por primera vez en el Taller de la Memoria, cuando viví intensamente tres años la experiencia diaria en Ciudad Bolívar, la otra ciudad en Bogotá. Esa historia la escuché en boca de un chico de 16 años. Contó su historia sin la pesadumbre y amargura de la culpa cometida. Por el contrario, en la narración afianzaba su carácter de historia vivida, con la pasión de quien mira siempre hacia el horizonte.

En aquel hecho narrativo oral, me llamó la atención cierto fenómeno que para mí es muy importante como hombre y escritor: el sentido geográfico-humano del viaje. Siempre he asumido el viaje como algo en el cual uno corre con el albur maravilloso de encontrarse en el camino con el rostro ineludible de las sorpresas. El viaje es algo profundo para el ser humano porque te produce encuentros, desencuentros, relaciones amorosas tan significativas que te dejan imágenes indelebles en la memoria y te nutren extraordinariamente el mundo de la imaginación como fecundo recuerdo. Es decir, como si el viaje fuese un acopio de imágenes del río, del mar, de las ciudades, de las calles, de los rostros, de los colores, de los cambios de clima, de los vientos, de los pasos de la vida y la muerte; es el otro mundo que se va almacenando con voz de verdad y vidas ajenas en la memoria: la otra orilla de la vida.

El transcurrir en Sangre ajena, es lo que podríamos llamar el viaje iniciático que vive de niño Ramón Chatarra en un vaivén de acontecimientos, a lo largo de cuatro años que lo transforman en un joven adulto, curtido en el ajetreo de vivir con revólver en mano y el desdén y desprecio por la muerte.

Dos niños bogotanos, Ramón Chatarra de 9 y Nelson su hermano de 12 años resuelven escapar de la casa, hacer la vida de la calle y emprenden a ciegas un viaje de Bogotá a Medellín: 500 Km. de carretera a pie bajo un sol calcinante y una geografía agazapada que acecha. Los dos protagonistas, asumen el viaje como proceso de aprehensión de nuevos conocimientos de vida. Ellos aprenden en tres o cuatro años que deambulan por la ciudad de Medellín a sobrevivir lo que llaman la vida que desean como realización humana. La decisión del viaje los hace libres de las imposiciones familiares que recuerdan bajo la férula de una pobreza terrible.
Esa vida escogida, está ligada a la idea de la importancia del sentido profundo de la aventura para el hombre. La aventura como sentimiento acerca del riesgo que mide la capacidad del hombre para afrontar la experiencia venidera, sea cual fuere, de frente a la noche. Los dos hermanos abiertos al devenir, descubren alborozados al recibir golpizas de la vida, las subterráneas relaciones de vejación que emergen como sombras traicioneras en una ciudad como Medellín, donde encuentran un personaje, en la novela se llama Don Luis, especie de figura paterna que les ofrece mediante la persuasión del dinero y las armas, una cercanía de afectos. Afectos en la doblez de la palabra y el gesto, ciertamente entrañables. En él encuentran al padre que nunca tuvieron en familia. El otro padre había quedado para ellos como imagen de una fúnebre mudez definitiva.

Don Luis, empresarial dirige una escuela de sicarios para niños, como si fuera una empresa familiar, crea con sus educandos nexos afectivos a través de la mira, el disparo de un arma y la seguridad en la profesión del sicario.. Don Luis les enseña a “sus chiquillos” con sus buenas maneras, bajo la vigilancia de sus lugartenientes, que la única forma de sobrevivir en una sociedad tan violenta como la nuestra, es aprendiendo a matar al otro; frío y calculador les enseña que para poder adquirir dinero, ciertas comodidades y alcanzar la supuesta felicidad en esta vida, deben volverse profesionales de la muerte; por principio elemental, les insiste con disciplina, nada de escrúpulos ni de compasión, tampoco de vanos sentimientos de culpa: al otro se le mata simplemente, luego se huye según la planeación concebida.

Los dos hermanos nunca vistieron ropa de marca, nunca tuvieron zapatos finos, no montaron en bicicleta propia. Ahora con don Luis lo tienen todo: música, pueden ir a bailar a sitios deslumbrantes en plena oscuridad; comienzan felices la vida de vicios, trago, cigarrillo, basuco. Él no ejerce control porque ellos meten basuco. También con él aprenden algo que es usual en algunas familias: el padre siempre lleva al hijo a casas de prostitutas como iniciación sexual. Ellos a los 10 y 12 años descubren los hervores de su cuerpo cuando tienen la posibilidad de conocer el cuerpo del otro, es decir, los cuerpos de niñas prostitutas, maestras en el arte amatorio.

Serio aprendizaje de recovecos de los bajos fondos de una ciudad como Medellín dominada por la droga. Don Luis, es una pieza más de un engranaje económico del narcotráfico, tiene como oficio gerenciar una agencia de empleo para el asesinato, alquila sicarios y para alquilar sicarios monta una escuela exclusiva para niños. Él ha entendido que es muy buen negocio tener una escuela de esta naturaleza porque el niño vive la muerte ajena, en cierto estado de inconsciencia. En el fondo para un niño matar al otro es una aventura, aventura posible porque la han visto consumar con terrible facilidad y destreza en la televisión y el cine.

Esa relación con la muerte, es parte del diálogo que los dos hermanos sostienen en su etapa de iniciación con la ciudad: la idea del asesinato está muy unido al concepto de muerte por violencia que existe en el país, porque en Colombia hace mucho tiempo dejó de existir la muerte natural. Lo lógico es que la muerte suceda como consecuencia de un tiro en la cabeza o en el corazón. Y la relación que ellos tienen con el asesinato, está determinado como la culminación del aprendizaje de un oficio profesional. Ramón Chatarra y su hermano Nelson, no tienen consideración alguna para esperar a que el otro se muera ni tiempo para preguntarle, ¿usted se está muriendo? sino que ellos en su accionar lo que hacen de inmediato es rematarlo para que se muera en definitiva. Ellos no se preguntan por el origen social, personal y económico del hombre que mataron. Para ellos, ese hombre que camina es alguien que se vuelve simplemente un objetivo, ya es hombre señalado y lo que deben hacer es cumplir con la orden de disparar, luego huir ante el hecho cumplido.

Esa funesta relación se vuelve terrible y conflictiva porque la experiencia humana en su conjunto está llena de complejidades, incluso maravillosas y a la vez traumáticas. Ninguna experiencia humana se podría pensar que se asume con la facilidad conque uno se toma un vaso con agua. Pero en el fondo, cada experiencia obedece a ciertos pasos, en los cuales el hombre también va asumiendo la posibilidad de repensar lo vivido: hoy, mañana o pasado mañana no siempre será igual la acción con el mismo éxito, tampoco se podrá esconder el miedo agazapado detrás de una puerta: un día lloverá sobre el hombre el complejo de la culpa.

El accionar del asesinato está sujeto a la idea de que la sangre vertida es sangre ajena. Lo dramático es cuando se enfrenta al rostro de quien está muriendo y se descubre que los borbotones de sangre que aparecen en el cuerpo que se abraza, es la sangre del hermano. Entonces fluye el llanto inconsolable, aparecen los signos de la frustración y los sentimientos de la culpa se vuelven gusanos venenosos. Posiblemente el albur del viaje se detenga o quizás surja como decisión, la amargura de la venganza que nunca será consumada. El resquemor terminar por comerse por dentro las paredes del hombre, en la eterna y lacerante humedad.

La parábola de la novela se vuelve confluencia de abrazos con la piel olorosa en cualquier amanecer. Ramón conoce a La Paisa y queda prendado con los ojos en vela ante el recuerdo de la reciente llama en ascenso. La Paisa, maestra en el ritual de hacer el amor, de adentrarse con inmensa facilidad en los placeres íntimos del cuerpo, de enseñar la endiablada epidermis de la geografía de su cuerpo y descubrir cuerpo del otro: puente de susurros como verdadera bendición terrenal. Pero La Paisa también piensa y actúa como ser que tiene sus propios intereses y éstos están ligados a su capacidad de sobrevivir. Ramón Chatarra es para ella –ella con 22 años, él con 12- un instrumento de placer momentáneo que puede durar mientras ella decida su duración, incluso con la duda existencial que asume la decisión de la muerte del amante cuando se vuelve necesario: la voz lejana de la despedida en cualquier signo del almanaque.

La estructura narrativa desarrolla dos momentos: uno, cuando Ramón Chatarra, narrador en primera persona, cuenta la historia desde la emoción de la experiencia personal, y dos, el escritor que entabla controversia en una larga conversación con Ramón Chatarra acerca de su experiencia; dos niveles del tiempo narrativo en el transcurrir del texto. Pero hay otro elemento que me interesó mucho y trabajé intensamente como cuestión escritural. Me refiero a la indagación para descubrir los nexos invisibles de ese lenguaje oral, lenguaje cotidiano construido por narcotraficantes, sicarios; lenguaje que se ha desarrollado y crecido como maleza en las comunas populares de Medellín; lenguaje de la calle directo y procaz; lenguaje donde te están diciendo hijueputa por amor y por cariño, donde te están diciendo malparido por amor y por cariño, donde te están diciendo gonorrea por cariño o por odio, te están diciendo gonorrea porque te quieren o gonorrea hijueputa cuando te quieren matar. Altisonancias de un lenguaje directo en sus figuras, que traté de desentrañar en Sangre ajena para escribir el texto bajo las premisas de un nuevo lenguaje, al recrear en sus raíces de lo oral, volverlo un lenguaje literario, en ciertos momentos poético porque el ejercicio de la vida a pesar de su dureza, también puede crear en determinadas circunstancias, imágenes sensiblemente poéticas.

Cuando un niño mira el mar y juega con las olas del mar, cuando corre por la playa y se deja llevar por la ensoñación del mar como lejanía, expresa palabras en lenguaje poético como imagen creadas por situaciones de intimidad recóndita. En Sangre ajena, la acción misma del personaje asume como posibilidad de vida, la palabra afín a su entraña y definición de gestualidadad, crea un habla que emerge visceral en el interior de novela. Lenguaje que inventan y expresan los personajes ante una necesidad vital y no como absurda imposición retórica del autor.

Después de cuatro años, Ramón Chatarra intuye a la fuerza, ante el cuerpo baleado de su hermano Nelson, que el viaje ha terminado. Lo tuvo todo o casi todo, incluso poseyó el cuerpo amoroso y añorado de La Paisa. Pero a su regreso a Bogotá, seguirá siendo un hombre de la calle: su respiración, su piel seguirá siendo basura, su vida caminará sobre la tierra con el destino de recoger basura.

Es la reflexión fundamental del texto. Es una novela donde lo fundamental es descifrar el viaje como experiencia humana. Y a diferencia de las otras novelas sobre sicarios, es una novela que profundiza en el ser íntimo de los personajes, trata de aproximarse a ese mundo tan complejo de los procesos de mentalidades de niños criminales. Es una novela que reflexiona acerca de ese quehacer que no es tan fortuito en un país como Colombia, de lo que significa el crimen organizado.