jueves, julio 20, 2006

PENSAMIENTO CRÍTICO VIRTUAL (PCV)
No. 11. 16-21 DE JULIO 2006
HOMENAJE AL MAESTRO ORLANDO FALS BORDA
Una publicación semanal de ECOPAIS-ATISBOS ANALÍTICOS.
Se actualiza todos los viernes a las 6pm.
Orlando Fals Borda (Barranquilla, 1.925 - ... )
CONTENIDO
1. “ORLANDO FALS BORDA, artesano de la palabra honesta y esclarecedora”
. Por Luz Estela Correa Botero.
2. “CONFERENCIA DE ORLANDO FALS BORDA”, Paraninfo de la Universidad de Antioquia”, al recibir el Doctorado Honoris Causa, noviembre 2005
3. “ORLANDO FALS BORDA”. Por Alfredo Molano Bravo
4. “MARIA CRISTINA SALAZAR”. Por Alfredo Molano Bravo
5. “FALS BORDA: COHERENCIA, VERTICALIDAD Y CREATIVIDAD”.
Por Saúl Franco A.
6. “ORLANDO FALS BORDA, 80 AÑOS”. Por Hernando Roa Suárez
7. “FALS Y CAMILO: 1959-2006: DOS VIDAS CERCANAS PERO DESENCONTRADAS”. A. A. No. 68. Por Humberto Vélez Ramírez
8. RESONANCIAS y COMENTARIOS A ATISBOS ANALITICOS No. 68: ORLANDO FALS BORDA, por Oscar Collazos; Fals Borda y Camilo. Izquierdas, por Dolcey Casas R.. Otros correos.
8-A. (Julio 22/2.006) MENSAJE DEL MAESTRO ORLANDO FALS BORDA a HUMBERTO VELEZ y a OSCAR COLLAZOS por las dos reflexiones de ellos que aquí se publicaron.
9.- ELEMENTOS IDEOLÓGICOS EN EL FRENTE UNIDO DE CAMILO, AYER Y HOY.
Ponencia del Maestro Orlando Fals Borda*, 15 de febrero de 2006
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1. FALS BORDA. Artesano de la palabra honesta y esclarecedora.
Por Luz Stella Correa Botero

Tomado del periódico "ALMA MATER" http://almamater.udea.edu.co/ de la UdeA. Fuente
De los maestros de las Ciencias Sociales y Humanas hemos aprendido que el conocimiento, cuando se concibe con fundamento en la más clara vocación de servicio a la sociedad, está en el extremo opuesto de aquel que recrea vanidades intelectuales o posturas caprichosas sin soporte científico alguno.
Hemos aprendido que quienes asumen la misión de desentrañar el sentido del comportamiento humano y armar el rompecabezas disperso de las comunidades que conforman una sociedad, lo hacen por convicción en los principios que delinean su carácter, su personalidad y su condición de artesanos de la palabra honesta y esclarecedora.
Y si hay alguien en la Colombia de los últimos sesenta años que se erija como paradigma del desvelamiento de la cruda realidad colombiana, ofreciendo alternativas y revelando amplia y generosamente el resultado de sus juiciosos estudios, es el profesor Orlando Fals Borda, protagonista y crítico de la historia reciente de Colombia, de América Latina y del Mundo.
Tales valoraciones –merecidas, justas, equilibradas – fueron expresadas por el rector Alberto Uribe Correa el viernes 11 de noviembre de 2005, día en que la Universidad de Antioquia, por petición de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, confirió el Título Honoris Causa de Sociólogo al investigador Fals Borda, en una ceremonia que éste celebró y agradeció por la calidez que le brindaron los presentes, entre quienes se contaban viejos y nuevos alumnos, colegas de oficio, militantes de sus posturas ideológicas y estudiosos de su vasta obra.
En un Paraninfo que ya había vivido un ritual similar el 26 de mayo de 1981 –cuando el mismo título honorífico fue recibido por el ex rector de la Universidad Nacional de Colombia, el maestro Gerardo Molina–, el rector Uribe Correa manifestó que las huellas del trasegar académico, investigativo y creativo de Fals Borda, son testimonios que enaltecen a quien ha sabido interpretar fiel y cabalmente el verdadero carácter de la universidad pública.
«Profesor Orlando Fals Borda –dijo Uribe Correa–, al distinguirlo con el Título Honoris Causa de Sociólogo, la Universidad de Antioquia, por medio del Área de Ciencias Sociales y Humanas, y de los Consejo Académico y Superior, no sólo está ingresando su nombre al respetable mosaico de profesores que han enaltecido al país y a la universidad colombiana. También le está diciendo a las nuevas generaciones de alumnos y de docentes, que la vasta obra que usted le ha legado a la comunidad académica de todas las latitudes en el mundo, encierra un bien de valor incalculable, y es la demostración de que la violencia, por más que retumbe el estrépito de las desgracias que ella genera, jamás, pero jamás, equiparará la fortaleza de las ideas, ni tampoco borrará de la memoria de nuestra sociedad el ejemplo de muchos investigadores sociales, asesinados, amenazados y desterrados por el hecho de tener dignidad y valentía intelectual».
«Cuán satisfactorio es para la Universidad de Antioquia, doctor Orlando Fals Borda, acoger en su seno a ciudadanos colombianos como usted, como el maestro Gerardo Molina y como tantas mujeres y hombres que han brillado en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas a partir de su compromiso ético y a partir de la solidaridad con el género humano», agregó el rector Alberto Uribe, quien acogió en su discurso un aparte de la semblanza de Fals Borda escrita por su ex alumno y actual investigador de la Universidad Nacional, Saúl Franco:
«Orlando Fals Borda es esencialmente un Maestro. Más cercano a la academia socrática que a las presentaciones en Power Point. Más amigo de conversar y debatir que de dictar cátedra. Más adepto a la universalidad del saber que a la ultraespecialización tecnocrática. Más preocupado por transformar la realidad que por lucirse en la demostración abstracta. Y mucho más interesado en hacer llegar su saber a los excluidos que en ganarse con él la simpatía de los excluyentes. Un maestro que no se hizo con el primer hervor de su sociología de Minnesota y su Ph.D. de la Florida a comienzos de los años cincuenta, sino que se fue perfilando lentamente con sus investigaciones entre los campesinos del altiplano cundiboyacense; con la búsqueda explicativa de ancestros e identidades en su Historia doble de la costa; con su aporte internacionalmente reconocido en la configuración y aplicación de la investigación acción participativa; y con sus muchos años de enseñanza directa que culminó a principios de los años noventa, siendo el árbol tutelar del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional en su mejor momento de producción y compromiso».
Su vida es ejemplo de compromiso ético con sus convicciones y de amor desinteresado por Colombia.
Estar reunidos en este recinto, cargado de historia y significación en el mundo de la academia, para hacer un reconocimiento a la vida y a la obra de un académico como el maestro Orlando Fals Borda, constituye un hito histórico para nuestra Facultad y para el Departamento de Sociología, en especial. Muchas personas de las aquí presentes son reconocedoras de su obra y de su pensamiento, obra que se ha caracterizado por el interés de la formación académica y el estudio de la realidad nacional, especialmente en el sector agrario colombiano, abordando temas de la marginalidad social, los conflictos sociales, la violencia política y, en el área académica, los problemas epistemológicos de las Ciencias Sociales en la que se resalta la formulación de una innovadora metodología de investigación, Acción Participativa, que ha trascendido las fronteras nacionales como una propuesta de interés sociológico para las diferentes generaciones de profesionales del área de las Ciencias Sociales, adquiriendo así carácter universal. Es de resaltar su permanente llamado a la sociología y su compromiso con las poblaciones más vulnerables.
Su prolífera obra se inicia desde 1953, con el artículo «Notas sobre la evolución del vestido campesino en la Colombia Central», y continúa con sus textos que son de obligatoria lectura para todo sociólogo, los cuales se convirtieron en clásicos para el estudio de la sociología. Entre ellos se resaltan: El hombre y la tierra en Boyacá, 1957; La violencia en Colombia, 1962; Desarrollo y perspectivas de la sociología rural en Colombia y en América Latina; Historia de la cuestión agraria en Colombia, 1975; Mompox y Loba Historia doble de la costa, 1979; Investigación participativa y praxis rural; y La investigación acción participativa, política y epistemológica, 1988. Del maestro Fals podemos afirmar que es un hombre de ideas y un hombre de acción, con un alto compromiso científico y político con la situación del país. Su vida es ejemplo de compromiso ético con sus convicciones y de amor desinteresado por Colombia.¨Querido maestro Fals, para la Universidad de Antioquia y en especial para mí como Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, es un gran honor que usted sea nuestro egresado a partir de la entrega de este Título Honoris Causa que hoy le otorga nuestra Alma Máter. Muchas gracias maestro.
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2. CONFERENCIA DE ORLANDO FALS BORDA EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA.
Gentileza de osdelgad@urosario.edu.co y ofalsborda@cable.net.co
Abrumado y complacido como estoy por el galardón que me ha concedido la respetabilísima Universidad de Antioquia, no puedo dejar de reflexionar, como sociólogo, sobre el fabuloso universo dentro del cual ustedes –estudiantes, profesoras y miembros del Consejo de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, el Consejo Académico, el Consejo Superior, la Vice Rectoría y la Rectoría-- me han colocado con tanta generosidad y confianza. Les estoy especialmente agradecido, porque ustedes lo han decidido a conciencia de mis heterodoxias y rebeldías. La Rectoría lo ha resumido muy bien en la tarjeta de invitación, a saber: “trabajos sobre historia y cultura regional, teoría y práctica social, investigación participativa y ordenamiento territorial”. Tareas en parte inconclusas, a decir verdad, aunque todavía de vibrante futuro; y que ahora, gracias a este gran acto académico, quedan de nuevo iluminadas ante toda la nación. ¡Qué bueno recibir semejante estímulo, quizás inusual, de índole política y académica a la vez! Pero es todavía mejor saber que sigue habiendo en Colombia instituciones serias, como las de estos claustros de doscientos años, semilleros de inteligencia y rectitud que envidiarían Bologna y Salamanca.
Apreciado señor Rector y estimados colegas: mi esposa María Cristina y yo, junto con nuestras dos familias (la una costeña y la otra cachaca, bien unidas) os llevaremos siempre en nuestros corazones. Ahora quiero estar a la altura de la confianza que se me ha brindado, no sólo aceptando tan singular honor, sino también ofreciendo de mis recuerdos, lecturas y experiencias. Mucho agradezco también a los tres pares académicos –Edgar Rey Sinning, Alfredo Molano y Gabriel Restrepo—que rindieron concepto sobre este doctorado; de la misma manera aprecio a los educadores de las otras universidades y colegios de Medellín, dirigentes y activistas de organismos de trabajo social y político, y coterráneos de la Costa Atlántica y de otras partes, por venir a acompañarme en este día inolvidable. Para todos va el toque amigo del Zenú y las albricias de la Santa Tabla de los pescadores del río San Jorge.
Para elaborar formalmente mis pensamientos en esta feliz ocasión, voy a partir de una pregunta frecuente entre historiadores: ¿cómo fue que Antioquia y el abúlico pueblo antioqueño observado por el visitador Mon y Velarde en 1790, se convirtieron en el poderoso y recursivo emporio capaz de movilizar y a veces hasta saturar el conjunto de la nación colombiana? No se preocupen: no voy a repetir conocidas y autorizadas respuestas. Intentaré buscar algunas alternativas siguiendo pautas reinterpretativas de historia y sociedad según la fenomenología de H.G. Gadamer, en función del papel que juegan personajes emblemáticos en etapas cruciales del pasado y del presente.
Por eso, el trabajo que traigo se divide entre una visión histórica inicial, y una consideración praxiológica sobre la actualidad, como he hecho en algunas de mis obras. Con ello aspiro a que podamos recuperar algunos de nuestros mitos fundantes y valores sociales originarios que hicieron grande a Antioquia y también a Colombia, valores cuya vigencia puede estar golpeada, pero que aún viven en la mente y en el corazón de muchos, a la espera de desarrollos de fondo.
-- I --
Mi primer descubrimiento.
Mi primer descubrimiento de Antioquia en sus fuentes ocurrió durante los años universitarios. Los profesores latinoamericanistas de la Universidad de Florida –entre los mejores de Estados Unidos—me enseñaron allí, con sus estudios, que en todo nuestro subcontinente no ha habido sino un solo caso de cambios estructurales profundos en la sociedad, con el surgimiento endógeno de una clase media rural identificable. Sostuvieron que este inusitado desarrollo estructural desde abajo, sin necesidad de apoyos ni préstamos externos, había ocurrido en el sur de la región antioqueña de Colombia, a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Ya empezaban a conocerse los estudios de geógrafos maestros, como James Parsons sobre la “colonización paisa”, proceso que desde el ocaso de la época colonial había tomado impulso con la fusión de las tres provincias de la vieja Gobernación, para conformar el nuevo Estado Soberano de Antioquia. Gracias a Parsons y a los estudiosos que le siguieron, como Everett Hagen y Alvaro López Toro, hasta llegar a los activos grupos del Instituto de Estudios Regionales y otros importantes centros de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de esta Universidad, también supimos que aquella eclosión humana se debió a una afortunada combinación de factores, entre los cuales se destacaron la introducción, producción y exportación del café y la creación de un mercado interno de alguna extensión. Factores que abrieron las puertas a una incipiente industrialización y al mejoramiento sustancial del nivel de vida de la población. Todo esto se alcanzó en paz y evolutivamente, aunque a veces interferido por períodos de guerra civil.
Lo más impresionante del caso antioqueño que descubrí en Florida, fue su circunscripción, porque apareció como un islote de progreso y tranquilidad sitiado por sus cuatro costados por los otros Estados Soberanos ( Bolívar, Santander, Tolima y Cauca) donde seguían sin cambio alguno los latifundios y terratenientes tradicionales, la atrasada nobleza señorial y los caudillos militares. Los ejércitos de esos enemigos, mal denominados liberales, habían estado a punto de invadir a Antioquia con el fin de destruir el núcleo de aquellos montañeses garladores a quienes veían como “conservadores”. En esto creo que se equivocaron, como trato de explicar enseguida con base en algunas fuentes históricas primarias.
Un marco postmoderno: la teoría de los pueblos originarios en Antioquia.
Es probable que la designación partidista pudiera haber sido la contraria: que Antioquia fuera el Estado liberal, y los otros los conservadores. Aquel período del medio siglo XIX y las décadas siguientes, como se recordará, se caracterizaron por la versatilidad política y la indefinición ideológica. Los dos partidos principales se habían bautizado con los mismos adjetivos por turnos confusos, y muchos dirigentes cambiaban sus lealtades con libertad y sin sonrojarse. Así lo hicieron prohombres como José María Samper y Jorge Isaccs, entre muchos otros. La confusión creció cuando, a raíz de la Revolución Francesa de 1848, se importó al país la nueva noción del socialismo utópico que, con adjetivos diversos y persecuciones babélicas, ha persistido hasta hoy. También a sus adherentes se les empezó a llamar “los rojos”.
Releyendo documentos con la hermenéutica de Gadamer, ahora tengo la impresión de que aquella Antioquia renaciente parecía tener naturales simpatías por los “rojos utópicos” y por los humildes sin tierra de la región. Sabemos, en principio que, históricamente, éstos grupos rústicos de Antioquia incluían aquellos habitantes que laboraban en montes, valles y ríos, grupos humanos marginales numerosos que durante la Colonia y la Primera República fueron explotados y oprimidos en distintas formas. Ellos eran, en primer lugar y como los más antiguos, los indígenas en sus pequeños resguardos (como los pantágoras, supías, ituangos, peques, guamocóes, tahamíes, etc.) para quienes los valores sociales dominantes eran –y siguen siendo-- los de la solidaridad humana y el respeto ambiental, la cooperación y el brazo prestado. En segundo lugar, están los negros independientes, libres o en sus palenques (como en Buriticá, San Andrés, San Pedro, Guarne, etc.) cuyos valores bullían con el sentimiento de la libertad. En tercer lugar, estaban los campesinos españoles pobres que habían traído consigo los valores de la dignidad política y personal, además de su antigua tradición antiseñorial, como fundadores de esos bellos pueblos andaluces de plaza central, con sus cabildos de vecinos comuneros (como los de Concepción, Amalfi, Fredonia, Cocorná, Jardín, San Carlos y tantos otros) enemigos del “mal gobierno” como cuando sus hermanos estallaron en El Socorro, Santander.
A estas expresiones de solidaridad, libertad y dignidad de base popular se añadió más tarde un cuarto valor social: el de la autonomía, proveniente de la inmensa tropa de colonos de la frontera agrícola. Estos valores sociales, que en realidad son de naturaleza humanista y de aceptación casi universal, son los que teóricamente crean los fundamentos ideológicos de lo que se ha identificado, desde los días de Mariátegui y Arguedas en el Perú, como “socialismo raizal o autóctono”, distinto del socialismo real que vimos actuar, con desvarío, en las heladas tundras de Europa.
Como estos grupos originarios eran humildes y vivían de la agricultura, la selva y los ríos, del mazamorreo del oro, y de la artesanía, buscaron siempre recovecos baldíos o escondidos, lejos del paso de los ejércitos partidistas reclutadores, donde lograron vivir en sosiego, sin autoridades formales (tenían las naturales). Con amor, respeto y mutua ayuda generosa, mezclaron sus sangres para concebir la formidable realidad triétnica y tropical de la raza cósmica de Vasconcelos. Lograron así, cada cual en su región o subregión, elaborar culturas propias, que ahora son de todos los colombianos y colombianas. Ya está más claro que estos campesinos, indígenas, negros y colonos unidos estaban construyendo, o habían construído ya desde tiempos precolombinos, un ethos de no violencia como el que habría de distinguir al bloque antioqueño de sus belicosos y señoriales vecinos.
Por ello dentro del marco teórico aquí propuesto, cabe sostener que el ethos no violento y popular de los grupos cósmicos y tropicales fundantes de Antioquia, fue naturalmente receptivo del socialismo utópico y humanista, aunque sus portadores nunca hubieran sabido de Fourier o de Saint-Simon. Eran ideas de acción trasladadas desde Cartagena por los artesanos negros seguidores de Juan José Nieto, o desde Bogotá por los artesanos mestizos de las Sociedades Democráticas del “Alacrán” Joaquín Pablo Posada y Lorenzo María Lleras, que apoyaron el golpe de José María Melo en 1854. Los “rojos”, también ahora llamados “radicales”, surgieron en las tres provincias paisas: se sabe de intelectuales de esta estirpe crítica en Medellín, como Juan de Dios Restrepo (Emiro Kastos) y Camilo Antonio Echeverri. En los pueblos del común aparecieron dirigentes populares “melistas” como el que identificó en Supia don Benigno Gutiérrez (autor de valiosas Monografías regionales y municipales, e hijo del poeta Gutiérrez González) con el nombre de Laureano Urrego. Esta parece ser la punta de un iceberg socialista o para-socialista de más amplia distribución en las provincias paisas: faltan los estudios sociohistóricos regionales que nos ilustren sobre esta hipótesis.
Recordemos que el golpe de Melo no duró sino ocho meses, pero las semillas del cambio social revolucionario quedaron plantadas en varias partes del país, entre ellas Antioquia. Aquí los seguidores asumieron diferentes nombres, y lograron llevar a la presidencia al dirigente liberal don Pascual Bravo, cuando Mosquera y Nieto expulsaron del poder en 1861 a Mariano Ospina Rodríguez. Sabemos que un golpe contra Bravo, que debía por eso denominarse “conservador”, llevó entonces al poder en Antioquia a quien sería su líder histórico por excelencia: el doctor Pedro Justo Berrío, comandante del solitario fortín antioqueño ante la ofensiva radical que le venía desde los cuatro puntos cardinales.
Deseo explicar enseguida por qué abrigo dudas sobre el conservatismo rancio y “godo” de este fortín. Mis dudas se fundamentan en los componentes humanistas de base de los habitantes, esto es, en los valores fundantes del pro-socialismo raizal que provenían de la etapa formativa originaria, como lo he explicado. A estos grupos se sumaron los colonos internos, que fueron llenando los intersticios entre las provincias, pronto desbordándolas hacia el norte, el sur y el occidente, desde Sonsón hasta Manizales, portando como bandera la autonomía administrativa y política, otro de los valores originarios. Todos conocemos la saga de la colonización: cuando aquellos grupos humildes lograron derrotar a punta de hacha y bordón a las concesiones y a los latifundistas que hallaron a su paso, se instalaron en 53 nuevos pueblos y fomentaron el comercio, con la adición del cafeto. Quedaron así conformadas en Antioquia las bases de la única sociedad endógena de clase media rural de América Latina no individualista ni capitalista salvaje, con propiedades pequeñas y medianas, pero productivas, que lograron el reconocimiento de los grandes académicos de Florida.
El baluarte autónomo del doctor Berrío.
Por los indicios que vengo presentando, me atrevo a pensar también que Pedro Justo Berrío, como otros dirigentes versátiles de la época, pudo haberse bautizado como socialista en vez de conservador. Percibo que no lo hizo, por la feroz satanización de aquel término llevada a cabo por clérigos, aristócratas y terratenientes asustados. Quizás el dirigente se habría sentido más cómodo si se hubiera afiliado a la peculiar escuela del “socialismo católico” de Manuel María Madiedo (1860) que por un tiempo suscitó gran interés nacional en aquellos días.
Y en efecto, ¿quién en verdad salvó a Berrío y a su baluarte igualitario de la inminente aniquilación de 1864? Ustedes bien lo saben: lo salvó el nuevo presidente socialista y radical Manuel Murillo Toro, quien acordó formalmente, en ese año, el cese de hostilidades y ordenó el desarme de los ejércitos hostiles a Antioquia. Murillo Toro ya era conocido de autos, y como director del partido liberal fue quien ordenó la incorporación de los socialistas como tendencia dentro del partido, principio que todavía funciona para cooptar opositores. El doctor Berrío (siempre se opuso a que le dijeran Coronel) estaba ya poniendo en práctica sus consignas maestras: “Paz, orden y progreso”, consignas inspiradas en el positivismo Comteano (como ocurrió en el Brasil) que prohijó al socialismo europeo y al anarquismo de Proudhon. Sus consignas no fueron sólo las de “autoridad y orden” como se ha hecho ver en textos de historia oficial.
Por estas razones, intuyo que Berrío tuvo y respetó los valores socialistas originarios o raizales de los pueblos cósmicos de Antioquia. Merece ser estudiado según marcos postmodernos, y colocarlo de nuevo en el contexto económico y social de su época, tarea interesante que desgraciadamente ya no podré adelantar, ojalá ustedes quieran abocarla. Sabemos, por supuesto, que Berrío fue un típico paisa en su patriarcalismo y devoción por el trabajo y el deber, pero que no llegó a ser hirsuto. Fue un ardiente burócrata que redactaba sus propios decretos y viajaba con frecuencia de una provincia a otra para vigilar la marcha de la administración. De origen modesto, no se enriqueció en el poder y murió tan pobre que sus hijos quedaron como entenados de otra familia. En sus nueve años de mando, fomentó las artes y la educación, pero no fue un déspota ilustrado: reinició en el antiguo Convento de San Francisco en 1864, como Colegio del Estado, la Universidad de Antioquia y fue su Rector en 1873. Hasta él hago llegar mi admirativo homenaje. Defendió la paz a todo trance, y nunca dejó que los ejércitos vecinos traspasaran las fronteras de su Estado, sabia decisión identificatoria que hoy permite concebir a Antioquia como Región Plena en el reordenamiento territorial pendiente desde 1991. Hubo prosperidad en la región, y así fraguó el “milagro paisa” en su primera expresión.
Claro que tuvo sus seguidores obsecuentes y áulicos que, al ir terminando su período de gobernante, propusieron reformar la Constitución del Estado para permitir la reelección de Berrío como presidente por otro período. ¿Suena familiar? Pero cuán diferente en aquel entonces. Ironías de la historia: según su más cercano vecino y biógrafo Benigno Gutiérrez, cuando Berrío supo de tal lambonería, gritó furibundo: “¡Sepan que yo no soy irreemplazable!” Ordenó que se archivara el proyecto en la Asamblea, e indujo a su autor a que se fuera de Medellín. La ética todavía primaba en la práctica política.
-- II --
Cambios de rumbo.
Voy a completar ahora mi exposición con la parte praxiológica que, sin olvidar el pasado, nos ayude a examinar con serenidad algunos de los problemas actuales que nos afectan como universitarios e intelectuales preocupados por la suerte del país.
Para comenzar, y sin ánimo de polemizar, les confieso que la diferente visión que derivé de mis lecturas sobre Pedro Justo Berrío me llevaron inevitablemente a reflexionar sobre ciertos aspectos de la conducta de los políticos colombianos a partir del siglo XX, y a apelar a la regla kantiana del “imperativo categórico”. Por ejemplo, el que a un dirigente eficaz se le considere irreemplazable, o que él mismo llegue a creerlo, no es raro en la historia de la humanidad, y en Colombia ello ha ocurrido en diversas ocasiones. Los casos más recientes y notorios son los de los presidentes boyacenses Rafael Reyes (1909) y Gustavo Rojas Pinilla (1957). Ambos fueron legal y formalmente reelegidos en Asambleas Constituyentes; pero ello fue porque los mandatarios “metieron el dedo” en las reglas del juego político vigente, para cambiarlas en su propio beneficio y seguir gobernando. Se sentían muy apoyados por el pueblo, basados en importantes logros. Sin embargo, dichas maniobras no pudieron ocultar una falla moral de origen: la interferencia interesada de los mandatarios. Los universitarios de entonces fueron los primeros en advertir esa falla e insistieron, con reconocidos filósofos y tratadistas, en que hay diferencias importantes entre lo que es legal y lo que es legítimo, y que la gobernabilidad depende más de lo legítimo que de lo puramente legal. Aquellos dos mandatarios fueron criticados en la plaza pública, y las protestas se dieron con inmenso apoyo popular, a tal punto que tanto Reyes como Rojas tuvieron que renunciar y salir del país.
Deduje, pues, que el olvidar la lección de Berrío y la mala suerte de Reyes y Rojas debe ser motivo de preocupación tanto entre los gobernantes como en los gobernados. Ello porque decisiones del tipo descrito pueden llevar implícita la falla moral de origen que afecte la universalidad de las leyes y las reglas de la equidad, debido al pecado de la libido imperandi o ansias de poder, que según San Agustín es la antesala de la tiranía. Todo ello lleva a cuestionar los fundamentos éticos de la conducta de los políticos actuales, que ni la presente estructura de valores del pueblo paisa ni la del pueblo colombiano parecen anticipar suficientemente. Ello invita a corregirlo.
Tendremos entonces que concluir que algo extrañamente exógeno y grave desde el punto de vista de la moral pública ha estado pasando con aquella Antioquia dura, calvinista y de vanguardia, defensora de derechos de la clase media y popular. El empuje de sus líderes sigue vibrante, pero tomando direcciones muchas veces obtusas o adoptando metas grises teñidas de intereses no muy santos.
No es ésta la ocasión de sustentar tan delicado juicio. Retribuyendo con el respeto y cariño que ustedes siempre me han dado, me siento compelido a hacer la siguiente advertencia que retomo de nuestra terrible historia: cuidado con la ominosa carga potencial de ilegitimidad manipulada que un segundo mandato presidencial siempre ha llevado entre nosotros, como lo han sostenido ya algunos periodistas importantes.. Quizás estemos abocados a un mal menor que ojalá no lleve a repetir lo ocurrido antes a los presidentes depuestos en 1909 y en 1957. Pero de todos modos podemos acordar, sin mucha controversia, que Antioquia fue motor visible y aceptable de todo el país durante la primera mitad del siglo XX, lo que quedó demostrado en la elección a plenitud de cinco paisas como presidentes de la República, tan extraordinarios como el actual, en un record que sólo había alcanzado el Cauca en el siglo XIX.
Sin embargo, algo como un desplome colectivo empezó a sentirse en la Montaña con la Violencia de los años 50, fenómeno que se extendió al resto del país. Todos lo hemos sufrido. Un viento malsano salió entonces de todos los palacios, y el veneno cayó sobre el campo y empeoró la iniquidad y la pobreza; pero por su propio impulso aquella maléfica consigna de “a sangre y fuego” se devolvió a las cúpulas y allí quedó activada, pervirtiendo ahora a toda la niñez y la juventud contemporáneas que, según las reglas de Ortega y Gasset, pertenecen ya a la tercera Generación de la Violencia. ¡Qué horrible designio! En esta forma, nuestra “horrible noche” no va cesando. Sólo Afganistán, SriLanka y Liberia nos ganan. Eso es jugar irresponsablemente con el destino de nuestra nación. Hasta en Antioquia la paz, la moral, la justicia y el progreso económico equilibrado, que habían sido destellos de marca en la república de Berrío, han pasado a segundo plano. Y con algunos gobernadores al mando, Antioquia desplazó al Tolima como la región de más alta incidencia de confrontaciones armadas y crímenes, y se convirtió en lo que nunca antes había sido: en un ensangrentado campo de Agramante.
En efecto, al ir madurándose en el poder, los sucesivos dirigentes dieron muestras de extremismo: la tanatomanía se puso de moda con órdenes de muerte a gente inocente y delincuentes por igual, se repitió la consigna de no dejar ni la semilla de oponentes y de sacar a enemigos políticos de sus veredas para ocuparlas. Hasta curas paisas, como los del interesante movimiento de Golconda, fueron perseguidos y algunos muertos. Con el MAS y la Mano Negra, entre otros infernales inventos, se asesinó a defensores de derechos humanos en las calles de Medellín, y en las veredas de Antioquia la autodefensa armada se disimuló como cooperativas de celadores y delatores, más tarde con soldados campesinos. La mafia del narcotráfico hizo sus primeras letales apariciones.
Ocurrieron entonces en Antioquia, con impacto severo en otras partes, dos espeluznantes fenómenos: uno político y el otro simbólico. El político fue el rápido crecimiento de las fuerzas paramilitares desde pequeñas células Convivires hasta volverse un King Kong que ya el Estado no pudo controlar: los gobernantes se habían convertido en nerviosos aprendices de brujo. El hecho simbólico fue la conversión del hacha colonizadora en motosierra asesina. El imperio de la muerte se extendió como neblina tenebrosa desde la gaitera Ovejas en el norte hasta el sumiso pueblo de Trujillo en el sur. Lamentable tarea que ha incluido la sed de venganza, la codicia acumulativa y corruptora, la delincuencia organizada, el belicismo como forma de poder y de movilidad socioeconómica, y la manipulación mediática, engañosa y semi-religiosa, con la astucia y la impostura como reglas de conducta. Nada de lo que acabo de describir parece paisa. Y continúa vivo con todos sus deletéreos efectos en nuestra sociedad.
Creo que los antioqueños y los grupos de otras partes tocados por la guerra interna y la descomposición social tendremos que exorcizar, tarde o temprano, los demonios de estas tendencias suicidas. Es urgente que este cambio de rumbo y de dirigentes ocurra en el momento actual, que es crucial en muchos sentidos, porque se juega el futuro de toda la República. Hay peligros de retrocesos antidemocráticos y golpes contra el Estado de Derecho, que otra vez se originan en los palacios del gobierno, así como se adelantan juegos de un poder bastardo que tienden a perpetuar la maldición de la Violencia.
Papel reconstructor del socialismo raizal antioqueño.
En este contexto problemático y criminal del eterno retorno al pasado tanatómico, vuelve a aparecer el ideal del socialismo con mayor perfil que el que tuvo durante el siglo XIX. Todavía busca enraizarse en los valores fundantes de los pueblos originarios aquí descritos, no con el fin de volver atrás en la historia, sino para proyectarlos hacia el presente y el futuro, reconociéndoles su vitalidad humana permanente. Es por lo tanto un socialismo más propio y maduro que algunos observadores y políticos ya han llamado como “del siglo XXI”. Resulta uno diferente del europeo que hemos conocido, que proviene de otro contexto cultural e histórico, aunque de allí asimile elementos convergentes. Se añaden entonces clases sociales emergentes en sectores urbanos e industriales del capitalismo naciente.
Gerardo Molina, el gran político y educador de Gómez Plata que fue mi respetado mentor y guía, lo vio claramente al expresar, en su penúltimo libro, que “el socialismo democrático es necesario y conveniente, porque no se vislumbra otra salida racional en el presente cruce de caminos. El socialismo, a pesar de todo, es posible. Basta que las mayorías lo quieran. El deber de los intelectuales es inducirlos a que lo intenten”.
Antioquia lo ha intentado. A partir del siglo XX surge en la Montaña una pléyade de figuras pioneras en la búsqueda de nuevas y mejores formas de gobernar y hacer política respetando la moral pública, con el socialismo raizal y humanista como opción política. Recordemos rápidamente por lo menos a Rafael Uribe Uribe, María Cano, Baldomero Sanín Cano, María Eastman, Luis Tejada, Blanca Ochoa y Gerardo Molina. Eran socialistas paisas de la mayor dimensión que concibieron una Colombia unida paradójicamente por la diversidad de sus regiones, como es nuestra realidad dinámica y contando con Antioquia. En este grupo de maravilla coloquemos también, entre muchos, a Pedro Nel Gómez, Manuel Mejía Vallejo y Déborah Arango, libertarios y rebeldes que busearon con sus grandes talentos en el país que nos merecemos. Los habitantes de las otras regiones colombianas les debemos mucho a estos visionarios críticos, y ese legado profundo pertenece a toda la democracia colombiana.
Hoy surge otro líder nacional desde Sopetrán, el profesor, magistrado y senador Carlos Gaviria Díaz, oteando nuevos horizontes en la estratégica tarea de unir a las izquierdas democráticas. Nos referimos ante todo a las fuerzas populares decididas a continuar la lucha honorable por una sociedad superior, aquella lucha iniciada por nuestros mayores recordados hoy, que prefirieron sacrificarse por la utopía antes que ceder a la cooptación por el poder corrupto. Las esperanzas siguen vivas con el Senador Gaviria, impecable candidato presidencial para demostrar que esas fuerzas nuevas sí pueden (podemos) gobernar mejor a Colombia.
Termino, pues, invitando en especial a los intelectuales, universitarios y jóvenes de Antioquia para que, atendiendo al Maestro Molina, reasuman la histórica y pacífica misión del pueblo paisa como constructores y hacedores de naciones. Cansados seguramente de nuestra sempiterna guerra interna que vuelve a sus andanzas en otras quizás más pérfidas formas, parece que no queda otro camino que tratar de reconstruir en serio la nación de naciones originarias que son como las raíces vivas del árbol colombiano, y hacerlo buscando una paz que no sea la del cementerio, ni la paz de los pudientes ni la Pax Americana. Antioquia puede ser de nuevo motor de estos cambios saludables y razonables para defender entre nosotros la civilidad, la dignidad, la democracia y la naturaleza tropical en su propio territorio y en las demás regiones colombianas donde se ha visto directa o indirectamente involucrada. Por ejemplo, como en mi azotada tierra sinuana y sabanera, donde hay fuerte influencia paisa en la cultura y en la tenencia de la tierra. Supongo que no será una continuación del viejo expansionismo paisa, como se ha visto a veces con espanto, porque el contexto actual, distinto del anterior, es autonomista y unitario según los mandatos de la Constitución Nacional, con respeto a la diversidad cultural regional, y buscando tejer estructuras para una sociedad justa.
Es obvio que, para llegar a un Estado Regional Unitario funcional en Colombia, habría que actuar con más altruismo y con sentido ético de servicio público. Con el mismo viejo empeño del Berrío positivo, pacífico y transparente sin tapujos que recordamos hoy, pero ahora rejuvenecido de verdad, sin caer en el facilismo de adscribir el vetusto carisma caudillesco o mesiánico a ningún dirigente contemporáneo. Porque ese resabio atrasado resulta ineficaz e incoherente para resolver los problemas estructurales del postcapitalismo que nos agobia. Así se podría corregir lo que se ha hecho mal en cada región y por generaciones anteriores y presentes.
No abrigo dudas sobre las respetables reservas personales e institucionales que Antioquia todavía tiene para esta labor reconstructora nacional y unitaria, ojalá con el socialismo humanista y raizal como pegante ideológico, empezando por esta ilustre institución con todos sus estamentos, porque es la “Universidad digna de 200 años”; con la Iglesia tolerante y de los pobres y sus heroicas servidoras y servidores; con los empresarios visionarios que han empezado a humanizar el capital más allá de la beneficencia ostentosa; y con los intelectuales y excelsos patriarcas que no han creído en los espejismos de la modernidad materialista con que nos compran y nos venden.
Humanicemos, pues, otra vez nuestras relaciones y combinemos mejor la teoría y la práctica, el estudio-investigación con la acción política sana. Porque como vamos, vamos mal. Para mí, lo más decepcionante sería ver que a la cabeza de la estampida descompuesta e inhumana de estos años fatales, estén todavía los mismos paisas inteligentes y creadores, pero ya olvidadizos de su estirpe, ya sepultureros de su magnífica historia, ahora vendedores mefistofélicos del alma colectiva. Necesitamos otro tipo de dirigentes a todo nivel, con suficiente ecuanimidad, serenidad y estudio, que tengan corazón grande y lo demuestren sin engaños ni ambages. Porque, ¿qué se puede pensar de un gobierno que ame más a los banqueros que a los desventurados jubilados de las universidades públicas?
Este es, pues, el momento del sentimiento honrado, como era en la época de los poetas y cuenteros de la arriería. Tenemos derecho a vivir felices y a campo abierto no atrapados por los miedos y las verjas de la “inseguridad no democrática”. Por eso, necesitamos al timón del gobierno a verdaderos hombres de Estado que sepan guiarnos con la sabiduría ancestral, que sepan apelar a nuestras deidades tutelares, y que nos calmen y alivien con la respetable aureola de las canas.
En esta forma se pone a prueba la resistencia cultural y el temple moral del pueblo paisa. En tan ponderosa tarea, desde la hermana Región Caribe que represento, les deseo a todos ustedes, queridos colegas, amigos y amigas de la Montaña y de la centenaria Universidad de Antioquia que me ha honrado tanto, les deseo buen viento y buena mar.
Bogotá, noviembre 3 de 2005
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3.- ORLANDO FALS BORDA
Alfredo Molano Bravo
, alfredomolano@gmail.com
EL ESPECTADOR, Agosto 7, 2.005
Aunque ya lo había oído nombrar, conocí a Orlando en noviembre del año 62. El mismo día conocí también a Camilo Torres y a Carlos Escalante.
Entrevistaban a los candidatos que habíamos pasado los exámenes escritos para entrar a la Facultad de Sociología, recién fundada. Orlando venía de ser secretario del Ministerio de Agricultura y ya había escrito sus dos famosas obras: El hombre y la tierra en Boyacá y Campesinos de los Andes.
Camilo, carismático y burlón, era aún El Cura y contrastaba con el aire disciplinado e introvertido de Escalante. La sociología era para mí la reina de las ciencias, la que escondía la clave para el cambio de la sociedad anquilosada e injusta que vivíamos. Sospecho hoy que el comité ante el que comparecí pensaba igual, porque en febrero yo era alumno regular y ellos los profesores.
En honor a la verdad, debo decir que salvo el profesor Escalante –metódico y puntual– Camilo y Orlando eran un desastre. Cuando no tenían “compromisos ineludibles” o “viajes impostergables” y no podíamos aplicarles el “cuarto de hora reglamentario” preguntaban: ¿Y en qué íbamos?
Camilo se acomodaba detrás de su pipa y se sentaba encima del escritorio; Orlando cogía puesto entre nosotros y nos animaba a conversar. Eran profesores muy heterodoxos, de los que aprendimos más por lo que hacían que por lo que decían.
No podría dejar de nombrar a Tomás Ducay, exiliado español que nos puso a dudar de todo, y a Eduardo Umaña Luna, torrencial, inteligentísimo, concluyente, que hizo de nosotros un semillero de defensores de los Derechos Humanos.
También recuerdo con gratitud e inmenso cariño a María Cristina Salazar, compañera de Orlando desde esos años. La veo aún con la tímida dulzura que la caracteriza tratando de enseñarnos teoría sociológica; acompasando sus argumentos con el dedito meñique como si fuera una pequeña batuta.
Más que unidad académica, la facultad era una familia, donde se iba formando un espíritu rebelde y una posición crítica que la gran mayoría de los alumnos que vivimos –y gozamos– esa enseñanza, no hemos puesto de lado.
Por sociología pasaron muchos profesores, algunas pesadas luminarias y no pocos charlatanes. Pero quien ha sido el eje del esfuerzo colectivo, de la búsqueda y de la esperanza de un país distinto, ha sido Orlando, y no porque supiera más que otros, sino porque tenía –y tiene– fe en la gente del pueblo.
Su enseñanza no se limitó a decirnos qué era el pueblo sino que nos abrió la puerta para sentirlo, vivirlo, dolerlo y, al fin, hacer parte de él. Recuerdo el orgullo con que nos presentaba a los campesinos de Saucío, la vereda de Chocontá, que al estudiarla también lo iba transformando.
De allí salió el fundamento social de la Reforma Agraria que trató de hacerse realidad en los años sesenta, y que buscó recuperar el ímpetu de la Ley 200 del 36. Creo que ninguno de sus alumnos hemos abandonado esa pelea.
El sesgo político y sobre todo el énfasis de conocer al país y a la gente caminando, llevó a un enfrentamiento con los sectores académicos que vieron en el acartonamiento doctoral un modo de vida cómodo y seguro. Quizás habían perdido las ilusiones y se refugiaron en la reiteración y en la redundancia. Hoy los jóvenes sociólogos buscan, como el poeta, nuevos aires, mejores aires.
Después nos perdimos todos del rebaño; nos encontrábamos de tarde en tarde. Seguíamos soñando sin vergüenza. Nos topamos de manos a boca con el turbión represivo de los años 70, que duró casi una década.
Cada cual salió como pudo de esa segunda embestida de la extrema derecha. La primera había sido encabezada por el régimen conservador que de manera tan lúcida y profética Germán Guzmán, Orlando Fals y Eduardo Umaña Luna denunciaron en su libro, La Violencia en Colombia, una de las más valientes e ilustradas obras de sociología. Tan grave sería la denuncia que hicieron los autores, que el Gobierno se vio obligado a sacar tanques de guerra a la calle. Esas olas fueron el preludio de la que hoy vivimos y que también enfrentamos.
Fals volvió al Caribe y escribió su monumental Historia doble de la Costa, con la que definitivamente arrincona la farragosa erudición y la reemplaza por la palabra viva, bullente, auténtica. Orlando no ha dejado de enseñar y de luchar. A sus 80 años no ha renunciado a buscar vías, modos; ha estrenado utopías, recibido heridas –profundas muchas– pero no ha dejado de ser, como dice hoy la juventud, “muy parado”: nunca ha abandonado los compromisos que se van creando en el trato cotidiano con la gente. Sin duda esa es su condena, pero también su gloria. Es, así mismo, la gran enseñanza que nos da.
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4. MARÍA CRISTINA SALAZAR
Alfredo Molano Bravo
, alfredomolano@gmail.com
El Espectador, 17 de julio de 2006
Murió en Bogotá María Cristina Salazar de Fals Borda.
Fue triste y noble su despedida. La conocí en 1964 en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Fue mi profesora.
Ella acababa de regresar al país con un doctorado de la Universidad Católica de Washington. Era ordenada, puntual y tímida. Alguna vez inició una conferencia pública diciendo: ?Señoras y señores, dos puntos?. La gente se rió indulgente, porque fue una nota espontánea y sencilla. Muy suya.
La recuerdo ahora comentando un manual de sociología de la escuela norteamericana, Las funciones del conflicto social, de Lewis Coser, enredando el aire con su dedo meñique.
Nosotros andábamos haciendo nuestros primeros pinitos, leíamos La segunda declaración de La Habana y creíamos que todo lo que fuera traducido del inglés era imperialista. Ella entendió nuestro radicalismo y nos invitó a leer una de las primeras defensas a ultranza de la revolución cubana, Escucha Yankee, de C. Wright Mills, un sociólogo norteamericano hoy olvidado por la academia. Nos enteramos con sorpresa que había marxistas gringos que, además, podían ser también discípulos de Max Weber. María Cristina nos enseñó así a distanciarnos del dogmatismo y nos mostró otro ángulo de la crítica social.
Como miembro de una familia rica y tradicional de la que se apartó ideológicamente desde muy joven, entendió la necesidad de huir de los esquemas y de fundamentar socialmente sus principios éticos.
Sus abuelos fueron dos muy conocidos personajes de la vida política, ambos candidatos a la Presidencia de la República, uno conservador, Félix María Salazar, hombre millonario, secretario de Hacienda del general Reyes, y don Salvador Camacho Roldán, liberal radical, fundador de la sociología en Colombia.
María Cristina hacía parte del grupo esclarecido de profesores que fundaron la facultad, junto con Orlando Fals, Camilo Torres, Carlos Escalante, Eduardo Umaña Luna, Virginia Gutiérrez de Pineda, Tomás Ducay, entre otros.
Con Camilo Torres, María Cristina tenía más de una identidad: hijos ambos de la aristocracia, cristianos ambos por formación y por convicción, y rebeldes los dos por principio. La muerte de Camilo fue para ella, para Orlando ?y para todos nosotros, sus alumnos? un golpe brutal, un momento trascendental: los afianzó en el ?milagro? de la solidaridad, como lo dijo muy bellamente el padre Javier Giraldo en la despedida que le tributamos el martes pasado en la capilla de la Universidad Nacional.
María Cristina no abandonó un instante su compromiso con la gente excluida, empobrecida, perseguida. En Córdoba estuvo al lado de los campesinos en los días de lucha de la Anuc contra ese latifundio ganadero y violento, que años más tarde engendraría a los Mancuso & Castaño.
De la experiencia política y científica que compartió con Orlando nació la Investigación-Acción, una metodología acogida y reconocida en las grandes universidades del país y del exterior.
Su solidaridad con la izquierda la llevó a la cárcel cuando se descubrió el robo al Cantón Norte y el M-19 le quitó al Ejército 5.000 fusiles. Fueron los días en que el ?único preso político? era Turbay, y los animales de la Escuela de Caballería mochaban orejas para defender el primer Estatuto de Seguridad.
Con un estoicismo y una dignidad admirables, María Cristina afrontó, al lado de Orlando, la brutalidad paranoica de un régimen que cobraba con un juicio arbitrario las denuncias que había hecho y nunca dejó de hacer.
Y salió de la cárcel invicta: sin haberse arrepentido un instante de sus ideas. Más aún, continuó trabajando con aplicada profundidad. Fue consultora de la OIT, de Unesco y relatora de Amnistía Internacional. Denunció los atropellos que los gobiernos de turno permitían ?y permiten? en el país, contra la niñez. Escribió un maravilloso libro ?testimonio y legado? sobre el tema: Los esclavos invisibles.
La muerte de María Cristina duele. Duele mucho. Se va de nosotros una época, y un ser ?con quien tanto quería?, como dice el epígrafe de la Elegía de Miguel Hernández a Manuel Sijé.
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5. “FALS BORDA: COHERENCIA, VERTICALIDAD Y CREATIVIDAD”.
Por Saúl Franco A. Coordinador del Doctorado Interfacultades de Salud Pública
UnPeriódico (UNAL) No. 80 , Julio 2.006
http://unperiodico.unal.edu.co/ediciones/80/12.htm

Conocí a Orlando Fals como muchos conocemos a nuestros mejores maestros: a través de un libro.
Eran los comienzos de los años sesenta del siglo pasado, yo era un estudiante universitario en Medellín y él un decano exitoso ypolémico de la recién creada Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.
Y en uno de los "grupos de estudio", que por entonces se multiplicaban en los medios académicos, leímos con sorpresa y entusiasmo La subversión en Colombia, una de sus primeras obras. Para mí fue un libro revelador y provocador. Fue el primer Fals Borda que percibí. Sin conocer su rostro ni su bondad sin límites, me hice uno más de sus discípulos a distancia, un lector juicioso de sus trabajos y un admirador de su verticalidad y coherencia eternas.
Confieso que para entonces el tema de la violencia no era todavía el objeto de mi pensamiento ni mi campo de investigación. Pero tengo un claro recuerdo del tsunami político -con oleajes arrasadores de intolerancia religiosa, clasista y académica- que se desató en el país con la publicación, en junio de 1962, de la Monografía No. 17 de la Facultad de Sociología, titulada La violencia en Colombia y producida por Monseñor Germán Guzmán Campos, el sociólogo Orlando Fals Borda y el abogado Eduardo Umaña Luna.
Si bien el blanco de los ataques fue Monseñor Guzmán por su carácter de sacerdote católico, el joven sociólogo no escapó al oleaje y desde el periódico El Siglo se llegó a sugerir el 5 de octubre del mismo año que no deberían admitirse decanos protestantes en la Universidad Nacional.
Coincido con todos los estudiosos de la violencia colombiana en reconocer la obra de estos tres autores como la piedra angular de los estudios sobre el tema; como el momento de la conversión de la violencia colombiana en un objeto de pensamiento, de investigación y de acción, y como la primera convocatoria pública a mirarnos en el espejo de la realidad sin los maquillajes aplicados por los medios y la inconciencia colectiva.
El propio Fals Borda calificó hace poco el libro como "un angustiado grito de denuncia y atención". Y es vergonzoso para mí tener que reconocer hoy que tardé más de tres décadas en comprender que la intolerancia conforma, con la inequidad creciente y la impunidad rampante, el triángulo explicativo estructural de nuestras violencias pasadas y presentes.
Si bien como todo buscador de explicaciones de las realidades, el profesor Fals Borda ha recorrido este país entero y muchos otros países del mundo, pero su epicentro ha sido siempre la Universidad Nacional de Colombia. Desde aquí ha emprendido casi todas sus empresas intelectuales políticas y ha ejercido un magisterio universalmente reconocido.
Porque podemos arriesgar una primera afirmación: en el fondo, Fals es esencialmente un Maestro. Más cercano a la academia socrática que a las presentaciones en Power Point. Más amigo de conversar y debatir que de dictar cátedra. Más adepto a la universalidad del saber que a la ultraespecialización tecnocrática. Más preocupado por transformar la realidad que por lucirse en la demostración abstracta. Y mucho más interesado en hacer llegar su saber a los excluidos que en ganarse con él la simpatía de los excluyentes.
Un maestro que no se hizo con el primer hervor de su sociología de Minnesota y su Ph.D. de la Florida a comienzos de los años cincuenta, sino que se fue perfilando lentamente con sus investigaciones entre los campesinos del altiplano cundiboyacense; con la búsqueda explicativa de ancestros e identidades en su Historia doble de la costa; con su aporte internacionalmente reconocido en la configuración y aplicación de la investigaciónacción participativa; y con sus muchos años de enseñanza directa que culminó a principios de los años noventa, siendo el árbol tutelar del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) en su mejor momento de producción y compromiso.
Fue entonces cuando la vida me dio la oportunidad de tenerlo más cerca y de asimilar mejor no solo su inagotable magisterio académico sino también su cálido magisterio vital. Porque Fals es sobre todo un maestro de la vida, magisterio que ahora puede ejercer con ganada y sobrada autoridad desde el altísimo podio de los 80 años que ahora le celebramos.
Tres atributos
Como la palabra siempre es un riesgo, arriesgo en esta ocasión tres calificativos para seguirle la pista a la trayectoria de Orlando Fals Borda. Son ellos: coherencia, verticalidad y creatividad.
Coherencia en el pensamiento. Entre el pensamiento y la acción. Y entre el pensamiento, la acción y el sentimiento. Fals Borda siempre ha avanzado, pero nunca ha cambiado su plan de vuelo intelectual y político. Ha revisado, pero no ha renegado como tantos por puestos, fama o dinero. Uno puede estar o no de acuerdo con él en muchas cosas. Puede inclusive atacarlo en algunas,
pero jamás puede señalarlo de contradictorio, ambiguo o traidor.
Como no se dedicó a repetir lo sabido, sino a buscar algo nuevo para explicar lo cotidiano. Como no se asumió de la élite, sino que se apersonó de ser antiélite. Como no se prestó para mantener lo establecido, sino que desde temprano le apostó a la subversión de valores, verdades y estructuras, le tocó y asumió la verticalidad como arma. Por eso ni se amilanó con las críticas a su primera gran obra colectiva, ni se calló ante los poderes de turno, ni ocultó nunca sus preferencias políticas, ni pasó inadvertido en la Asamblea Constituyente de 1991.
Y si la suprema especificidad humana es la creatividad, el maestro Fals Borda es un ejemplar sobresaliente de humanidad. Ha creado música, libros, conceptos, métodos, centros académicos, movimientos y plataformas políticas, afectos, amores, escuela, antiescuela. Podríamos inclusive arriesgar una última afirmación: Fals es un creador, es decir, un ser humano superior. Y como los creadores nos sorprenden siempre, a comienzos de este año nos sorprendió y enriqueció con el vigoroso prólogo de la nueva edición de La violencia en Colombia de la Editorial Taurus.
Allí, en lo que podría constituir el primer capítulo de su testamento político e intelectual, y reafirmando la trilogía de coherencia, verticalidad y creatividad, nos dice: "Creo que el nuevo ethos humanista y no violento del socialismo autóctono, que es el paradigma de la apertura, la participación, la tolerancia y la paz, podría resolver por fin nuestro conflicto de medio siglo, y abrir un futuro satisfactorio para las próximas generaciones de colombianos. No veo otro camino cierto y recto".
Hace 23 años, al despedir de su actividad académica en la Universidad de Antioquia a otro egresado de Minnesota, el también Maestro y luchador por la justicia y los Derechos Humanos, Héctor Abad Gómez, le dije algo propio que hoy creo poder decírselo también al Profesor Fals Borda: el sembrador siempre nace. Tranquilo entonces maestro y amigo que usted cada día va a estar renaciendo en cada uno de nosotros sus afortunados alumnos, en cada página de sus libros, en cada nota de sus canciones, en cada nueva empresa
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6. ORLANDO FALS BORDA , 80 años. Construir democracia
Hernando Roa Suárez
, roasuarez@yahoo.com
Recordemos que en 1970, cuando Chile era un laboratorio excepcional para el mundo de la democracia, había tres intelectuales colombianos reconocidos como cientistas sociales. ¿Quiénes eran? Orlando Fals Borda, Antonio García Nossa y Camilo Torres Restrepo.
Han transcurrido 35 años y en estos días encontramos a este caribe excepcional, enriquecido con el peso de la experiencia y sus aportes al desarrollo de la investigación- acción- participativa. Anotemos que para analizar avances y perspectivas de este método, se efectuó en el Centro de Convenciones de Cartagena en 1997, el más importante evento mundial que, sobre este tema, se ha realizado en Colombia.
Ahora, con motivo de sus 80 años y en el histórico auditorio de la Facultad de derecho de la Universidad Nacional, se acaba de celebrar un concurrido y merecido homenaje al más importante sociólogo colombiano de todos los tiempos.
Precisas intervenciones de representantes de partidos y movimientos políticos de la izquierda democrática, se hicieron presentes para exaltar al profesor, escritor, científico social y Maestro. Coautor del clásico sobre “La violencia en Colombia”, y numerosas publicaciones nacionales e internacionales, es sociólogo latinoamericano que ha honrado nuestra intelligenzia.
En incisiva exposición de agradecimiento, Fals Borda hizo notar la necesidad de impulsar cambios estructurales y participar en la vida política para desarrollar nuestra democracia. Pensando en su dilatada existencia, hizo notar la desgracia de nuestras violencias, la necesidad de propiciar el diálogo frente al conflicto, y concluyó: “A Colombia le han hecho falta gobernantes con corazón”.
Cuando se reescriba la historia de la sociología latinoamericana, éste original universitario, analista serio de situaciones sociales, emergerá como uno de los precursores de una disciplina que facilita observar, describir, explicar y predecir, los procesos socio-históricos de nuestra Nación y el continente americano.
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7.- FALS Y CAMILO: 1959-2006: DOS VIDAS CERCANAS PERO DESENCONTRADAS.
Atisbos Analíticos No 68.
Por Humberto Vélez Ramírez , humbertovelez@andinet.com .
“Ese que va apresurado, con corbata cachaca pero corazón costeño, es Orlando Fals Borda y el que, enredado en la sotana, le sigue el paso, es el Padre Camilo Torres Restrepo; ambos son pilares centrales de esta Facultad”, fue lo que me dijo el estudiante de segundo año que desde mi ingreso al programa de Sociología, sólo dos semanas atrás, se había pegado a mis ideas, idas y venidas como una garrapata doctrinaria. “Claro que ni el uno ni el otro son marxistas, como es la forma certera y correcta de pensar el mundo actual, pero rebeldes en sus iglesias, presbiteriano el primero y católico el segundo, en sus deseos, opciones y prácticas defienden la necesidad de una revolución”, agregó, sin sacudirme el mutismo, mi persistente y tenaz mentor. Mi mirada se había quedado pegada al andar acelerado de ambos hasta que se los tragó el dintel de la sala de profesores. Sobre Fals, me habían dicho durante esas dos semanas, que había sido el fundador de la Facultad de Sociología en 1959 y que era su figura académica nacional e internacionalmente más elevada. Sobre Camilo, cura católico y sociólogo de Lovaina, yo ya había advertido que se trataba de una persona sobremanera querida y admirada. A mí, que provenía de un cerrado programa de filosofía tomista y escolástica, del que me habían excluido dizque “por cuestionar la incuestionable doctrina católica”, me llamaba mucho la atención que en una Universidad “tirapiedra” y que, como decimos ahora, arrastraba la representación social de “atea”, un sacerdote católico hubiese alcanzado niveles tan elevados de admiración.
A la semana siguiente, en la fiesta de recepción a los primíparos tuve la, para mi, feliz ocasión de conocerlos en persona. A Fals me lo presentó mi ya pegadilla líder. Todavía “brinca” en mi mano la “felicidad” del caluroso saludo que le di mientras departía con un grupo de estudiantes avanzados sobre unas complejas teorías sociológicas intelectualmente inasibles para mí, apenas un iniciado en las ciencias sociales. Más adelante supe que hablaban de estructural funcionalismo. De todas maneras, como emergiendo del cuarto de hora que estuve al lado de ellos en aquel presente pasado, todavía escucho en mi presente actual la única tesis que le agarré a la conversación: “vean muchachos, les reiteró en dos oportunidades Fals, sin olvidar el carácter universal de la ciencia, lo más importante es lograr la ligazón ciencia- acción, análisis sociológico-acción política. Con Camilo, en cambio, sí tuve la oportunidad de conversar al calor de unos aguardientes cuando se sentó durante media hora a la mesa donde yo compartía con compañeros de primer año sin que de ella faltase el estudiante que, porque sí o porque no, prefiguraba mi fututo ideológico. De todo lo que dijo Camilo, como con una marca ardiente me fijó una idea: “El cristianismo, dijo, es amor y en una sociedad de pobres, explotados y oprimidos como ésta, el amor tiene que traducirse en solidaridad social y humana por los métodos que sean”.
Para mí, todo aquello constituyó el más inesperado alumbramiento: en mi intimidad empezó a enrollarse el gusanillo de la más aguda, compleja y plurifrontal contradicción: sentía que no podía seguir siendo el filósofo tomista que había empezado a ser, empeñado en leer en latín la Summa teológica. Entonces? O el cristianismo revolucionario de Camilo o la sociología comprometida de Fals Borda o el marxismo a la colombiana.
En las semanas siguientes no me perdí charla, conferencia o documento ya del uno ya del otro. De Fals me leí “El Campesino de los Andes” (1955) y “La Tierra en Boyacá” (1957) y devoré una copia de “La Violencia en Colombia” (1962) que había caído en mis manos. Ingresé al “Frente Unido” que lideraba Camilo y, boina al pelo, por la séptima bogotana y por la zona obrera con otros nueve compañeros voceamos y vendimos “a peso” el periódico de la organización. Todavía guardo como reliquia los 13 números de “El Frente Unido “que se publicaron entre agosto y diciembre de 1965. Tengo el testimonio sobre la manera cómo en todo el país- en los medios, los púlpitos , las escuelas, las familias y las plazas públicas- se asediaron y militarmente si sitiaron las ideas humanistas y cristianas de Camilo.
Fals y Camilo fueron personajes protagónicos y en permanente contradicción con la Colombia de la compleja y decisiva década de 1960. Una década de fracturas que signaron los procesos de tres importantes transiciones que en ella se desarrollaron. En primer lugar, la transición de la violencia bipartidista a la violencia subversiva revolucionaria. Si continuamos con válidos miedos de cara a la categoría “cultura de la violencia”, para no continuar profundizando el fenómeno de dispersión analítica parece útil y conveniente que ensayemos con la categoría analítica “subcultura de la violencia”, pues esa década fue una prueba más sobre cómo históricamente en esta sociedad la apelación a la violencia ha estado casi irremediablemente atada al manejo del Estado, así como al ejercicio de los poderes institucionales y de la autoridad familiar. En segundo lugar, la segunda transición importante fue la que se produjo en el régimen político con el inicio de la institucionalización de la exclusión política, así como con la génesis de una Cultura política elevadamente valorizadora de esa forma de exclusión. Y en tercer lugar, en esta década, sobre todo a partir de Lleras Restrepo, el país entró en un proceso más vigoroso de modernización dependiente de su economía. Pero, se trató de un proceso sin modernidad en las ideas y que no implicaba, como intrínseco a él, un enfoque de desarrollo y de políticas sociales. Fue por eso por lo que, en adelante, la redistribución de lo producido en la economía, así como la ampliación de las oportunidades quedaron a merced de las distintas fracciones del capital, de la cúspide de la dirección bipartidista, así como de sus restringidas bases de apoyo y de reproducción.
Mas temprano que tarde, hacia finales de 1965, Camilo marchó hacia “el fusil” como método de acción política y como nueva forma total de vida. Algunos nos dolimos, pero otros, muy queridos también, se fueron con él. En el grupo con el que participaba en el “Frente Unido” pensábamos que el camino era, más bien, el de contribuir a elevar los niveles de conciencia política y de organización de las masas hasta que éstas, agudizadas y sin salida las contradicciones del establecimiento, se insurreccionaran como sujetos políticos. Fue entonces cuando, un poco desilusionado, me marché hacia el sur de Latinoamérica y me matriculé en la Escuela de Ciencia política de la Universidad de Chile.
Fals Borda, por su parte, desde la academia continuó abriendo camino. En un paciente recorrido pasó por cuatro fases de evolución intelectual política cada una de ellas marcada por una rica producción intelectual, cada vez más asentada y enraizada en los grandes problemas de la sociedad En un primer momento, definió como punto de partida el de la necesaria imbricación entre el análisis sociológico y la acción política. En un segundo momento, ese postulado general fue asumiendo la forma de un método de investigación para llevarlo luego, en una tercera fase, hasta su expresión más elevada en la teoría de la Investigación-Acción participativa. A partir de 1990, sin que se evaporase el investigador, Fals, como ciudadano democrático, ingresó a la acción política directa. Ahí ha permanecido hasta la actualidad cuando es la figura intelectualmente cimera de un esbozo de partido de izquierda democrática que, de consolidarse, producirá un cambio histórico estructural en el régimen político colombiano.
Al iniciarse el 16 de febrero de 1966, en un frío amanecer santiaguino, sin razones aparentes, me desperté a las tres de la mañana. Mecánicamente encendí el radiecito de estudiante y, de sopetón, ésta fue la primera noticia: “Atención, Colombia, en un enfrentamiento con el ejército en Patio Cemento, Santander, murió ayer 15 el sacerdote Camilo Torres Restrepo”.
Transcurridas cuatro décadas, todavía llevo atragantado el mar de lágrimas en el que me sumergí aquella frígida mañana del 16 de febrero.
Para Camilo, los tiempos de la guerrilla no fueron más allá de noventa días. De vivir como guerrillero, por otra parte, todavía estaría luchando por convertir su proyecto armado en revolución social. Lo válido y cierto es que, no obstante haber cumplido importantes funciones como informal e ilegal oposición real, en cuarenta años las guerrillas colombianas nunca han estado a las puertas de una posibilidad efectiva y viable de acceder al poder.
En los últimos años han sido muchas las personas que, prisioneras del imaginario colectivo que asocia izquierda a lucha armada, me han preguntado: “de no ser así, ¿qué es, entonces, ser de izquierda en el mundo actual? “. He intentado variadas respuestas conceptuales en varios de mis Atisbos Analíticos. Sin embargo, a algunas les he dado una respuesta más histórico- existencial:”mirad, les he dicho, cómo piensa, analiza, vive y practica Fals Borda, eso quizá es ser de izquierda en la Colombia actual.”
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8.- RESONANCIAS y COMENTARIOS a ATISBOS ANALITICOS No. 68.

*** ORLANDO FALS BORDA .Por Oscar Collazos , ocollazos@enred.com, 19 Julio, 2006
Nota: El texto anterior (Numeral 7) lo envió la red de Oscar Delgado osdelgad@urosario.edu.co con el siguiente encabezamiento: Homenaje al Gran Maestro ORLANDO FALS-BORDA le rendimos todos a través de la bendita pluma del profesor HUMBERTO VELEZ RAMIREZ en un paralelo con el sacerdote CAMILO TORRES. Al recibir el texto del Profesor Vélez, el escritor OSCAR COLLAZOS le hizo llegar el siguiente escrito, con copia para el Maestro Fals, ofalsborda@cable.net.co :
ORLANDO FALS BORDA: no había dejado de recordarlo cuando nos volvimos a encontrar hace dos años en Cartagena. El había aceptado abrir el Diplomado que dirijo en la Universidad Tecnológica de Bolívar. Me contó que María Cristina Salazar, su esposa, no estaba bien de salud.
Esa tarde, estando juntos en el lobby del Hotel Capilla Real, supimos que Alfredo Correa D´Andreis había sido detenido, acusado de "rebelión" por la Fiscalía, una figura del programa de Seguridad Democrática del presidente Uribe Vélez. Orlando tomó la determinación de ir a visitarlo a las oficinas del DAs, en Manga. Yo llamé al senador Carlos Gaviria y le comuniqué lo sucedido. En todo lo que siguió después, volví a sentir a Fals, solidaria y preocupado por la suerte de Alfredo. Sabíamos que la política de delaciones programadas para mostrar resultados en el programa del Presidente, tenía ya sórdidas consecuencias: muchos de los que eran señalados como "colaboradores de la subversión" salían de la Fiscalía y eran asesinados.
Pasaron algunos meses. Lo que temíamos se cumplió: Alfredo Correa fue liberado, lo trasladaron a la ciudad donde vivía y donde un año atrás nos habíamos encontrado con Fals Borda, en un acto de la Universidad del Norte. Siguió vinculado formalmente al proceso pero un día cayó asesinado en una calle de Barranquilla. Se cumplió lo que temíamos.
La semana pasada supe de la muerte de María Cristina, la esposa de Orlando. Me lo comunicó otra de sus antiguas alumnas, Gloria Triana. Pensé que esa muerte, por lo esperada, no disminuía el dolor del esposo, a quien debíamos rodear con la amistad y la solidaridad. Y es esto lo que hago al "responder" al correo de Humberto.
Corría el año de 1962 y yo, bachiller egresado del Colegio Pascual de Andagoya de Buenaventura, presentaba mi examen de ingreso a la facultad de Sociología de la Universidad Nacional. Después del examen escrito, la entrevista personal fue hecha por Orlando (Fals Borda) y Camilo(Torres Restrepo). Les hablé de El miedo a la libertad, el libro de Erich Fromm que acababa de leer. Recuerdo a Camilo, enfundado en una ruana gris. A Orlando, en un saco gris o azul oscuro. Hablamos durante media hora.
Decidí 16 meses después fugarme de la Nacional y de la carrera porque quería ser escritor. No sé si lo he conseguido. Lo único que recuerdo es que, en 1964, volví a ver Camilo en Cali. Nos acompañaban Enrique y Nicolás Buenaventura. El "cura" estaba a punto de "irse al monte." Hablamos de Fals Borda, recuerdo. Dos años más tarde, cuando publiqué mi primer libro de cuentos, Orlando y Camilo estaban detrás de la memoria que había hecho posible ese libro.
Volví a ver a Orlando y a María Cristina en Ginebra (Suiza), en el verano de 1968, cuando los que habíamos tenido la experiencia directa de la revuelta estudiantil, sentíamos que habíamos vivido al fin un episodio de la revolución.
No sabía por qué estaba contando estos episodios, sólo porque acabo de leer un mensaje de Humberto Vélez. Ahora me doy cuenta de que lo hago porque hay vidas superiores que nos acompañan siempre, que creíamos perdidas de nuestra memoria pero vuelven a aparecer cuando hacemos el inventario del pasado. Esos son María Cristina, Orlando, Camilo: episodios ineludibles en la vida de quienes aprendimos de ellos a ser libres, insubordinados, acaso mejores.
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*** FALS Y CAMILO. IZQUIERDAS From: DOLCEY CASAS RODRIGUEZ dolca1@andinet.com
To: < humbertovelez@andinet.com >
Subject: Re: Atisbos Analíticos No 68, Univalle Cali, julio 2006
Sent: Jueves, 20 de Julio de 2006 06:44:24 p.m.
Estimado profesor:
Me gustó mucho su escrito en Atisbos Analíticos No. 68 en el paralelo entre Fals Borda y Camilo.
Cuando estamos discutiendo sobre el papel que le corresponde desempeñar a la izquierda en esta sangrienta pesebrera de caballos de paso, con la marca AUV, montados por los jinetes del Apocalipsis, que se llama Colombia, nada más apropiado que su frase "pensábamos que el camino era, más bien, el de contribuir a elevar los niveles de conciencia política y de organización de las masas hasta que éstas, agudizadas y sin salida las contradicciones del establecimiento, se insurreccionaran como sujetos políticos". Es que ése sigue siendo el camino válido no sólamente a nivel nacional sino mundial y ése debe ser el objetivo último: Que los seres humanos despierten, salgan de ese estado de hipnosis colectiva y se insurreccionen contra la injusticia.
El imperio y las clases dominantes de cada país, mediante una utilización sofisticada y casi perfecta de los massmedia descrita exquisitamente por Ramonet, han logrado convertir a la gran mayoría de los seres humanos en zombies, en seres superficiales, insolidarios, imbecilizados y envilecidos, no simplemente sumisos sino abyectos, con los cuales queda fácil construir el actual proyecto totalitario global.
Nuestro papel como "minoría, minoritaria, minorísima" debe ser, como Usted bien lo anota "contribuir a elevar los niveles de conciencia política", dar derechazos a la mandíbula de los idiotizados, sembrar desasosiegos, pregonar utopías.
Otra cosa es lo que han optado por hacer "ciertas yerbas del pantano" a las cuales aludo siempre cuando hablo de los Luchos, Angelinos y Navarritos: Renegar de sus principios feriando su dignidad, arrepentirse de sus pecados izquierdosos de los años mozos y de sus pretéritas simpatías por la revolución cubana, pregonar las cantinelas de Fukuyama y autoproclamarse integrantes de una presunta "izquierda democrática" (como si la otra fuera "antidemocrática"), bonita, perfumada, católica, simpática, carismática, hecha a la medida para los dueños de la finca que, a su vez, la llaman "políticamente correcta". Se hacen invitar a fiestas del jet-set, viajan en los aviones privados de los patrones y, con unos tragos encima, hacen reir a los mandamaces relatando sus aventuras personales somo guerrilleritos y tirapiedras. A ellos me refiero yo con profundo desprecio, haciendo mías las siguientes palabras de Saramago en el Ensayo sobre la Lucidez:
“Los más natural del mundo, en estos tiempos en que a ciegas vamos tropezando, es que nos topemos al volver la esquina más próxima con hombres y mujeres en la madurez de la existencia y la prosperidad que, habiendo sido a los dieciocho años, no sólo las risueñas primaveras de costumbre, sino también, y tal vez sobre todo, briosos revolucionarios decididos a arrasar el sistema del país y poner en su lugar el paraíso, por fin, de la fraternidad, se encuentran ahora, con firmeza por lo menos idéntica, apoltronados en convicciones y prácticas que, después de haber pasado, para calentar y flexibilizar los músculos, por alguna de las muchas versiones del conservadurismo moderado, acaban desembocando en el más desbocado y reaccionario egoísmo. Con palabras menos ceremoniosas, estos hombres y estas mujeres, delante del espejo de su vida, escupen todos los días en la cara del que fueron el gargajo de lo que son “.
Porque éstos sujetos no son izquierda, son excremento.
Izquierda es la propuesta que Usted hace en su artículo sobre Fals y Camilo, estimado profesor Humberto.
Cordial saludo, Dolcey Casas.
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OTROS CORREOS:
From: ALBERTO RAMOS < albertoramos2005@yahoo.com >
To: humbertovelez@andinet.com
Subject: colaboración Sent: Jueves, 20 de Julio de 2006 10:30:49 a.m.
DR Humberto Velez. Atisbos Politicos Cali.
Cordial saludo. Muchas gracias por todos los envios de las publicaciones que son muy útiles para mis cátedras en la Universidad Libre, La Universidad Santiago de Cali y La Universidad del Valle, donde he venido dictando la cátedra de Doctrinas Políticas, por vinculación que me hiciera la Dra Raquel Ceballos Molano.
Le remito este escrito en otro correo de reenvío para, si es posible, sea insertado en alguno de los boletines.
De Usted, atentamente, Alberto Ramos Garbiras.
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From: Enrique López Oliva < monitorhavana@enet.cu > Desde Cuba
To:
Subject: ENVIO DE TRABAJO
Sent: Miércoles, 19 de Julio de 2006 08:19:26 p.m.
Prof. Humberto Velez: Mi nombre es Maria Ileana Faguaga Iglesias. Soy historiadora y antropóloga. Trabajo como investigadora independiente, aunque soy miembro de CEHILA - Cuba. Entre mis temas de investigación se encuentra: relaciones inter-raciales, dialogo inter-cultural e inter-religioso, afro-religiones en Cuba. Hace algún tiempo estamos recibiendo sus boletines, que consideramos interesantes y variados. En nuestro caso, como cubanos que vivimos en medio del embargo o bloqueo y del consecuente auto bloqueo, dejándonos en situación de relativo aislamiento, también profesional, es muy importante contar con esa posibilidad de mirada mas allá de donde nos indican otros. Hemos tenido la posibilidad de hallar materiales de actualidad -las dificultades nos situan muchas veces en situación de hacer nuestro trabajo de cientistas sociales casi como si estuviéramos haciendo arqueología-. Redescubrir en sus paginas al profesor Dussel, de quien guardo un gran recuerdo al haber participado en sus conferencias en La Habana durante el verano de 1995 -como parte del único curso largo de Historia de la Iglesia impartido en la Isla, que organizamos los de CEHILA-Cuba-, y haber trabajado con parte de su obra, ha significado un verdadero regocijo. A Dussel también me une el hecho de que mi esposo, el profesor y periodista Enrique Lopez Oliva, actual secretario de CEHILA-Cuba, fue como el fundador de esta ONG, y fue su alumno en Mexico, en el primer curso largo de Historia de la Iglesia organizado por esa instancia continental. Le envío lo ultimo que he escrito sobre el Dialogo Inter-Cultural e Inter-Religioso en Cuba, específicamente entre la Iglesia Católico-Romana y la Regla de Ocha o Santeria, que quizás sea de su interés. Le autorizo a divulgarlo si lo estimara conveniente, y, de ser posible, me gustaría contar con sus comentarios críticos. Atentamente y agradecida por su atención,
Msc. Maria I. Faguaga I. E-mail: mifi39@yahoo.es , monitorhavana@enet.cu
Tel. (5-37) 203- 31- 75 (5-37) 873- 71- 91. Direc. Calle 40. No. 4718. Entre 47 y 38. Reparto Kolhy. Municipio Playa. Ciudad Habana. CP. 11 300. CUBA
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From: José Posada V. < jposada@saldarriagaconcha.org >
To: < humbertovelez@andinet.com >
Subject: RE: Homenaje al Gran Maestro ORLANDO FALS-BORDA le rendimos todos a través de la bendita pluma del profesor HUMBERTO VELEZ RAMIREZ en un paralelo con el sacerdote CAMILO TORRES
Sent: Miércoles, 19 de Julio de 2006 02:59:52 p.m.
Apreciado Profesor: Lo he estado leyendo con mucho interés. Gracias.
JOSÉ POSADA, MD
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El Director de Consigna, JORGE MARIO EASTMAN VELEZ, felicita al profesor HUMBERTO VELEZ RAMIREZ por sus escritos en Atisbos Analíticos y por su columna sobre las vidas paralelas de ORLANDO FALS BORDA y CAMILO TORRES
From: jorge mario eastman
To: 'OSCAR DELGADO'
Sent: Wednesday, July 19, 2006 2:49 PM
Subject: RE: Homenaje al Gran Maestro ORLANDO FALS-BORDA le rendimos todos a través de la bendita pluma del profesor HUMBERTO VELEZ RAMIREZ en un paralelo con el sacerdote CAMILO TORRES
Excelente articulo y justo reconocimiento a un gran pensador. De Fals se puede discrepar pero nunca olvidar su gran aporte ideologico a una nueva izquierda. Siempre leo sus columnas gracias a Oscar Delgado.
Saludos de Jorge Mario Eastman Velez.
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8-A. (Julio 22/2.006) MENSAJE DEL MAESTRO ORLANDO FALS BORDA a HUMBERTO VELEZ R. y a OSCAR COLLAZOS por las dos reflexiones de ellos que aquí se publicaron:

From: Orlando Fals Borda ofalsborda@supercabletv.net.co
To: Humberto Velez R.
humbertovelez@andinet.com y Oscar Collazos ocollazos@enred.com
Subject: Agradecimientos
Sent: Sábado, 22 de Julio de 2006 02:12:05 p.m.
Queridos colegas y amigos Humberto y Oscar:
Al cabo de mi doloroso período de reclusión por la muerte de María Cristina –golpe duro, como lo podrán suponer—tuve la fortuna de leer sus dos reflexiones sobre los profesores de la Facultad de Sociología, en especial Camilo, María Cristina y mi persona. Fortuna, porque me hicieron volver el alma al cuerpo, y sentir el corrientaza de la solidaridad y, más que eso, la comprensión por tareas y procesos del pasado que, en su momento, no parecían ser trascendentales. Estábamos cumpliendo un deber sagrado de educar y de brindar la juventud las herramientas intelectuales que nosotros mismos habíamos heredado, asimilado y, por fin, criticado. Seguramente barruntábamos las consecuencias inmediatas, como ocurrió con las decisiones últimas de Camilo Torres, y nos alistábamos a lo peor porque así nos lo había enseñado la clase dominante al ejercer el poder político: un poder violento y cruel para con disidentes y herejes como lo fuimos entonces, y como quedo yo ahora, en mi soledad parcial de los actuales movimientos sociales.
Sin embargo, ustedes dos, con el sesudo y sereno análisis de Humberto, y las sentidas observaciones de Oscar, me han dado el honor de colocarme en la historia reciente del país con un reflejo o aureola que nunca esperé. No debo quejarme, en vista de las últimas evoluciones políticas y universitarias, no sólo en Colombia sino en muchos otros países, pero quizás me salvó la longevidad que se le escapó a María Cristina y a Camilo. Qué raro: después de viejo se advierten y descubren aristas de un trabajo que parecía plano y más bien rutinario. Me he sorprendido, como al leer las frases finales de Humberto para referirse a mi persona como epígono de la izquierda colombiana. Con cuánto reconocimiento y humildad recibo esta increíble conclusión! Humberto y también Oscar me colocan así ante una grave responsabilidad inmediata, como es el de pensar, repensar y actuar en el inmediato proceso.
Debo decirles que para esta tarea actual no me anima ninguna ambición burocrática o de figuración, como lógicamente puede ser la de muchos de mis colegas actuales en el mundo político. Aún más, trabajo para que figuren y dirijan, para que sean los dirigentes de nuevo cuño que soñamos en los años 60 con Camilo cuando concebimos las primeras reglas de la Acción Comunal, después prostituídas por los gamonales. Es la nueva dirigencia que debe suplantar a la actual, la que debe asumir la responsabilidad histórica. Yo poco puedo hacer al respecto, menos ahora con mis achaques. No puedo ser poder detrás de tronos, ni ningún criollo Rasputín loco. Mis esperanzas siguen radicadas en líderes inesperados, bisoños, nuevos, quizás impolutos, como Carlos Gaviria y los dirigentes del nuevo Polo con todos sus componentes provenientes del Frente Social y Político, el MOIR, hasta del Partido Comunista que tanta ojeriza me tenía. Veo esperanzas en Robledo, Gloria Cuartas, Avellaneda, Borja y tantos otros que están arriesgando sus vidas por nuestros ideales originarios.
Por el momento insistiré en la búsqueda histórica de nuestros valores originarios hacia un socialismo raizal, propio y auténtico que sea entendible y fácil de identificar por las masas. De pronto ésta sea mi postrera contribución. Ojalá sea satisfactoria no sólo para la práctica política sino también para el conocimiento social, histórico y cultural. Les invito a ustedes dos, Oscar y Humberto, a estimularme en este último esfuerzo, que ojalá sea bien comprendido. Ustedes tienen el estilo y el acceso periodístico que se necesita para multiplicar estos mensajes áridos de la academia, así sea comprometida como la que intenté introducir en la Universidad Nacional. Vamos a vernos de nuevo, así lo espero, y celebrar estas cosas aquí en Bogotá, porque ya no puedo viajar a Cali o a Cartagena. Pero aquí los esperaré con los brazos abiertos y con el corazón abierto a ustedes y a lo que representan en el nuevo país, en la Colombia Regional que nos sigue animando los sueños.
Reciban un grande abrazo de gratitud, de Orlando Fals Borda.

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9.- ELEMENTOS IDEOLÓGICOS EN EL FRENTE UNIDO DE CAMILO, AYER Y HOY. Por ahí va la cosa.
Ponencia del maestro Orlando Fals Borda* en el conversatorio "Camilo Vive", conmemoración del 40 aniversario de la muerte de Camilo Torres Restrepo, en el aula máxima de Derecho de la Universidad Nacional el 15 de febrero de 2006.
Fuente . Foto: Orlando Fals Borda
Conviene a todos recordar la vida y la obra de Camilo Torres Restrepo, en especial con ocasión de los cuarenta años de su muerte en Patio Cemento, Santander. Felicito por ello al grupo universitario que ha organizado este encuentro sobre la organización popular que Camilo inició en 1965, llamada Frente Unido de los Pueblos. Como tomé parte en esa empresa junto a él, trataré de reconstruir lo que ocurrió con ella y las ideas que manejábamos entonces. Para ello tomaré como base la publicación del capítulo respectivo en mi libro "Subversión y cambio social" publicado en Bogotá en 1968. Me referiré principalmente a los elementos ideológicos del Frente y no a su historia u organización que se hallan fácilmente en las biografías de Camilo. Además, se puede consultar la colección completa del periódico "Frente Unido" en el fondo que doné al Archivo General de la Universidad Nacional.
Una vez hecha la exploración ideológica, así sea rápidamente, traeré dicha experiencia al momento actual del Polo Democrático Alternativo (PDA) y a la construcción de Grupos Temáticos en Alternativa Democrática, porque considero que retoma mucho de lo que Camilo trató de hacer en aquella primera ocasión. Porque como lo dicen los organizadores de esta reunión, "¡Camilo Vive!"
Recordemos un poco el contexto. En 1965 se articula el grito de protesta de una generación hasta enconces marginada por la del Centenario y sus íconos, y por la que había sido cooptada en los años anteriores. Los miembros de estos grupos insurgentes, nacidos hacia 1925 o a partir de aquel año, no habían conocido otro grupo que el de la última subversión, el promovido por la ideología marxista de los años de 1920. Es la "generación de la Violencia", que creció en su ambiente de terror observando sus deformidades y sufriendo sus intolerancias y miserias. Era la juventud víctimada de dentro y fuera de la Universidad, como ocurrió con los dirigentes Jaime Arenas, Julio César Cortés y Armando Correa, muertos después en la guerrilla. Era una juventud que podía fustigar moralmente a sus padres y a aquellos que propiciaron la hecatombe, tarea que, en verdad, sigue vigente hoy. Era una generación que ponía en jaque a los grupos oligárquicos y a las élites tradicionales, para enrostrarles el crimen de lesa patria. Estos grupos rebeldes, sin compromisos con el origen de la Violencia, surgieron entonces para dejar su impronta en la historia.
El Padre Camilo Torres Restrepo, profesor y cofundador de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, creó el Frente Unido como un aparato político que él denominó "pluralista". En esta forma logró armar una nueva utopía para el país. Esta utopía tenía ingredientes especiales, como aquellos derivados de convicciones religiosas y del examen de la realidad nacional y de las revoluciones latinoamericanas contemporáneas, en especial la cubana. Pero en el fondo era una reiteración de ideas socialistas conocidas, en respuesta al impulso del cambio secular-instrumental del pueblo y de la época.
Así entendida, la utopía pluralista de Camilo Torres ha tenido eco no sólo nacional sino internacional. Al trascender la realidad y pasar al plano de la práctica, su planteamiento tiende a modificar profundamente el orden de cosas existente, produciendo crisis sociales y personales, induciendo el examen crítico de la sociedad e impulsando el cambio subversor necesario.
INTRODUCCIÓN DEL PLURALISMO UTÓPICO
En la "Plataforma para un movimiento de unidad popular" escrita en marzo de 1965, que Camilo preparó de manera sencilla y corta para llegar a las masas, el Padre Torres declaró que uno de de los objetivos del movimiento del Frente Unido "es la estructuración de un aparato político pluralista, no un nuevo partido, capaz de tomar el poder". Lo detalla en el punto octavo de la Plataforma; "El aparato político que debe organizarse debe ser de carácter pluralista, aprovechando al máximo el apoyo de los nuevos partidos, de los sectores inconformes de los partidos tradicionales, de las organizaciones no políticas y, en general, de las masas".
El pluralismo de Camilo Torres constituye el elemento esencialmente utópico de su pensamiento, y como tal debe ser estudiado por los efectos que tuvo en los primeros pasos del movimiento del Frente Unido. Para entenderlo, debe colocarse dentro del contexto político y religioso de donde los derivó el autor, de donde también surgieron diferencias con otros planteamientos contemporáneos.
La concepción utópica de Camilo Torres es dinámica: el pluralismo no es un sistema dentro del orden, ni sigue las reglas del juego político común y corriente. Más que todo es una herramienta para unir grupos diversos, y hacerlos mover hacia una misma dirección. Se presenta como una estrategia que busca cambiar las reglas del juego, y que al hacerlo quiere promover el cambio del orden social y político en que se desarrolla. Pero su meta final es el cambio socioeconómico profundo y radical, al que se llega por la creación, resolución y superación de la subversión socialista. Esta debería dar como resultado una sociedad superior a la existente.
Como en los otros casos analizados en mi libro citado, la utopía pluralista de Camilo Torres lleva una crítica implícita a la cultura y la civilización reinantes, tratando de descubrir las formas institucionales que faciliten el advenimiento de un nuevo orden social. Pero no produce el tipo de concepción autoritaria, de disciplina monopólica, que algunos autores anotan en la mayoría de las utopías clásicas. En éstas se crea un orden social inflexible y dogmático, con un sistema de gobierno centralizado y absoluto. Como resultado del pluralismo utópico, no aparece una sociedad cerrada y estratificada que frustre el libre desarrollo humano y de la personalidad. Aparece, más bien, una sociedad en la que se encuentran diversas tendencias, pero que tienen las mismas metas valoradas, aquellas que hoy podríamos definir como provenientes de pueblos originarios. Con este fin se unen todas en un impulso común de creación que permite una amplia libertad de cruces ideológicos, y que ofrece alternativas para escoger las vías de acción con base en una moderna racionalidad.
La utopía pluralista de Camilo, con tan heterogéneo aparato político para impulsarse, se complica con el elemento religioso. El concepto mismo del pluralismo ha sido más corriente en círculos eclesiásticos, como en la posterior teología de la liberación, donde se ha reducido su sentido al valor de la convivencia de personas de distinta fe en una región. El Padre Torres derivó esta idea de su permanencia como estudiante en la Universidad de Lovaina en Bélgica, donde se hallaba una avanzada del pensamiento católico renovador, y también de su contacto con la atmósfera secular y religiosa a la vez, que hizo posible organizar en Europa experiencias heterodoxas, como la de los sacerdotes obreros y la adoración conjunta, ecuménica, de católicos y protestantes. Este pluralismo tiene un soporte importante en el movimiento ecuménico moderno. Encuentra campeones destacados como Richard Niebuhr en el baluarate protestante, y el Padre Francois Houtart, su profesor en Lovaina, en el campo católico.
La concepción pluralista socialista -cristiana y política a la vez-que fue fundamento inicial de la acción personal de Camilo Torres, se encuentra en el documento crucial de su carrera: la declaración del 24 de junio de 1965, cuando pidió a su arzobispo la liberación de sus obligaciones clericales. Camilo sostiene allí que "la suprema medida de las decisiones humanas debe ser la caridad, debe ser el amor sobrenatural" y, en consecuencia, se entrega a una revolución justa "para poder dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo y realizar el bienestar de las mayorías de nuestro pueblo. Estimo que la lucha revolucionaria es una lucha cristiana y sacerdotal. Solamente por ella, en las circunstancias concretas de nuestra patria, podemos realizar el amor que los hombres deben tener a sus prójimos".
Una vez entendidas las fuentes utópicas del pensamiento de Camilo Torres, quedan en su apropiada perspectiva los dos conceptos sociológicos centrales sobre los cuales construyó su ideología socialista raizal, esto es, con raíces propias en nuestro mundo. Estos conceptos centrales son el de la "dignidad" basada en los valores existenciales del humanismo; y el de la "contraviolencia" de reacción, o rebelión justa, que se apoya en la moralidad de los fines colectivos, que detallaré más adelante. Además, es indispensable declarar la independencia de los intereses oligárquicos que mantienen al país subordinado a los Estados Unidos de América. Por esto, el pluralismo es necesariamente "anti-intervencionista", condenando las actitudes entreguistas de los grupos nacionales, hoy representados por el gobierno y la persona de Álvaro Uribe Vélez.
Los valores de la técnica son enfatizados por Camilo en muchas formas, especialmente en su deseo de crear la unidad de las fuerzas políticas nuevas a través de la aplicación de las ciencias sociales y económicas traducidas a la realidad colombiana. Esta tarea sería hecha por "líderes capaces de abandonar todo elemento sentimental y tradicional que no esté justificado por la realidad, prescindiendo de esquemas teóricos importados de Europa y otras partes. . . para buscar los caminos colombianos". Su plataforma propone, además, la planificación y la intervención estatal, con nacionalización de varias instituciones, la educación pública gratuita y obligatoria, y la autonomía universitaria.
El esfuerzo comunal tuvo en Torres un defensor decidido. Las reformas agraria y urbana, que propone en la Plataforma, se basan en un tipo u otro de acción participativa. Cita a la "acción comunal" (antes de que la pervirtiera la clase política) como "fundamento de la planeación democrática", auspicia el cooperativismo y busca una mayor participación de los obreros en las empresas.
Camilo Torres añadió una dimensión decisiva a la revaluación del hombre con la idea de la justificación moral de la rebelión, esto es, con la contraviolencia. Esto le llevó a postular la lucha del pueblo contra el "antipueblo", es decir, la oligarquía tradicional. Su pensamiento quedó plasmado en cuatro de sus "Mensajes": los dirigidos a los cristianos, a los campesinos, a la oligarquía y a los presos políticos. Planteó en primer lugar que "la oligarquía tiene una doble moral de la cual se vale, por ejemplo, para condenar la violencia revolucionaria mientras ella asesina y encarcela a los defensores y representantes de la clase popular". O dividiendo al pueblo en grupos enfrentados artificialmente, combatiéndose entre sí por asuntos académicos como la inmortalidad del alma, y distrayéndolo de descubrir el verdadero sentido social de la idea de que "el hambre sí es mortal". Dijo que como "tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías. . . [que] no los van a buscar las minorías privilegiadas que tienen el poder. . . es necesario entonces quitarles el poder. . . para dárselo a las mayorías pobres. La revolución puede ser pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta". Y como esta revolución busca la justicia, ella es "no solamente permitida sino obligatoria para los cristianos", en lo que se basa en las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino.
Evidentemente, como decía Ortega y Gasset, la violencia viene a ser como la "razón exasperada", y para Marx, ella es la "partera de la historia". El problema no es tanto su justificación absoluta cuanto lo concerniente a las condiciones y límites de su empleo. La utilización de la violencia acarrea problemas de estrategia, porque puede ser un catalizador tanto como un alienador. La estrategia depende de las circunstancias históricas y sociales, según las metas inmediatas y de largo alcance que se proponen los grupos rebeldes. En todo caso, es una estrategia que se basa en el hecho de que exista una violencia real para mantener el statu quo y que se expresa en muchas formas de coerción por el Estado reaccionario. Camilo sostuvo que esta violencia es inmoral cuando se dirige contra el pueblo, y que se torna tiránica e ilegítima cuando éste no respalda al gobierno. A esa violencia enfrenta la contraviolencia, en la medida y con la intensidad con que actuaran las minorías en el poder. Deja así a éstas con la grave responsabilidad moral de desencadenar la revolución sangrienta.
Estos son, pues, los elementos principales de la utopía pluralista y participativa que Camilo Torres presentó al país como meta para adoptar "un sistema orientado por el amor al prójimo". Puede verse que sintetiza y simplifica algunas de las tendencias instrumentales del mundo moderno, reiterando anteriores ideales socialistas y otros nuevos, vertiéndolos en moldes culturales propios y buscando la autenticidad colombiana. No es una utopía clerical, porque el Padre Torres hubo de dejar precisamente la estructura de la Iglesia para divulgar y combatir por su ideal, aunque ninguna de sus tesis contradiga las enseñanzas de la Iglesia. No pueden ser ideas liberales ni conservadoras, porque la dinámica política actual ha superado el marco ideológico en que funcionan aquellos partidos, a los que nunca perteneció Camilo. Ni tampoco es copia servil de planteamientos ideológicos concebidos por filósofos europeos, ni traducción de constituciones o preceptos de países más adelantados, como ha sido hábito entre políticos e intelectuales colombianos. Presenta más bien, como se dijo antes, la visión de una sociedad abierta y justa, con amplias oportunidades para todos, en la que se respetan las divergencias de opinión, creencia y actitud.
VIGENCIA ACTUAL DEL IDEARIO CAMILISTA
Como es sabido, la utopía pluralista de Camilo se decantó rápidamente cuando él partió a la guerrilla. Hubo ataques de muy diversas procedencia: desde la Iglesia Católica, que llamó "erróneas y perniciosas" aquellas ideas. El aparato pluralista no logró resultados en la práctica y al nivel comunal y vecinal los diversos comandos del movimiento, desde la democracia cristiana hasta el comunismo, no alcanzaron a aplicar la tolerancia esperada. Al intentarse reducir el movimiento a personal "no alineado", esto es, no perteneciente a partidos existentes, hubo también confusión e ineficacia. Algunos dirigentes fueron perseguidos y tuvieron que salir del país. Pero, al reexaminar el legado de Camilo Torres, puede fácilmente advertirse la vigencia de sus ideas. No fue tiempo ni esfuerzo perdido, y hoy tenemos esta ventaja adicional de la perspectiva histórica, del examen desde lejos, que permite destacar lo rescatable de aquel extraordinario proyecto político.
La prematura muerte de Camilo en el monte impidió que el cura guerrillero enriqueciera aún más el avanzado e interesante ideario del Ejército de Liberación Nacional (ELN). El comandante "Antonio García", en su homenaje de estos días, destacó el carisma de Camilo y la relevancia de su pensamiento y de su mensaje para los actuales movimientos políticos en el continente y en Colombia. En efecto, el elemento utópico mismo, con visos socialistas nuevos, se ha vuelto a presentar en estos movimientos, como los que surgieron después de la muerte de Camilo: el de Firmes de Gerardo Molina, el de Anapo Socialista, el de Colombia Unida que reunió grupos de todo el país hasta la fusión con el Movimiento 19 de Abril que descendió del monte en 1988, para seguir con la Alianza Democrática M-19 que llegó a la Asamblea Constituyente de 1991 con grandes empeños de transformación. Luego nació la inspiradora iniciativa sindical del Frente Social y Político, encabezado entonces por Luis Eduardo Garzón, y el rápido ascenso de este líder a posiciones de gobierno en la capital de la República, donde ha sabido sortear con inteligencia y un buen equipo de gobierno, los laberintos de la administración pública. Igual ha ocurrido en regiones donde las izquierdas también gobiernan, como la de la Costa Atlántica de Bernardo Hoyos, y la Región Surcolombiana de Angelino Garzón, Parmenio Cuellar, Guillermo Alfonso Jaramillo y Floro Tunubalá. La ola de redescubrimientos políticos en las izquierdas colombianas, impulsada por los sucesivos éxitos en Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela, ha estimulado la convergencia de fuerzas hasta culminar en Alternativa Democrática primero, y en la alianza del Polo Democrático Alternativo después, que está a punto de incidir con fuerza en las cruciales elecciones de este año de 2006. La impronta y el recuerdo de Camilo Torres están presentes en estos desarrollos del buen radicalismo político. El proceso ha sido positivo a pesar de todo: en estos duros y peligrosos años hemos ganado un respetable acumulado político, social e ideológico.
En mi opinión, el impacto contemporáneo más claro del pensamiento camilista en Colombia se expresó, casi sin advertirlo, en la organización y funcionamiento de los Grupos Temáticos y Tertulias Ideológicas organizadas para la campaña presidencial del doctor Carlos Gaviria Díaz, durante el año pasado. Ciento cuarenta profesionales y políticos se organizaron en 17 grupos para estudiar los principales problemas del país y plantear propuestas y salidas. Fue un esfuerzo "desde las bases", como lo reza su publicación inicial. La idea quedó plasmada en ese mismo folleto, donde se lee que vamos "hacia un Frente Unido de los Pueblos", y que su propósito es iniciar un esquema pluralista de pedagogía política. Ya hubo algunas sorpresas: una de ellas, "cierta madurez intelectual, técnica y profesional en las personas que ingresaron al proyecto". Se veían listos a aportar, criticar, revisar y recomponer lo que habían hecho mal, o dejado de hacer, en organizaciones, instituciones y generaciones anteriores. Sentían la necesidad de asumir alguna responsabilidad para subvertir el desorden existente, rehacer el desastroso periplo nacional y reorientar el destino de la nación.
¿Vamos de nuevo hacia aquel Frente Unido de los Pueblos que concibió Camilo? Parece posible, si hacemos caso de los últimos acontecimientos sobre el proyecto de unidad de las izquierdas democráticas, que fue insistencia muy valiosa del Senador y hoy candidato presidencial, Carlos Gaviria. Nunca habíamos llegado a esta gran etapa de coordinación política, explicable por la desesperante situación del país, y por el terrorismo de Estado. Últimamente ha sido necesario luchar contra las amenazas antidemocráticas que se ciernen con la reelección del actual presidente de la República. Por eso me encuentro tan cómodo con el Ideario de Unidad del Polo Democrátaico Alternativo (PDA) —con una que otra adición comprensible—, como me sentí con la confección de los Diez Puntos del Frente Unido. Casi propuse que el PDA cambiara su nombre por el del FUP (Frente Unido de los Pueblos); pero me reclamaron, con razón, que no anduviera tan rápido.
Por fortuna, hoy ha aparecido en Colombia una Generación Activa y Sentipensante, con un gran contingente universitario, como lo comprobamos en los Grupos Temáticos y en las Tertulias de Alternativa Democrática, una generación que trabaja a gusto con las bases populares, como en los tiempos de Camilo. Hay mayor acercamiento con estas bases, así para acompañarlas como para aprender a investigar la realidad con ellas, con los métodos de la Investigación Acción Participativa (IAP), otro fruto intelectual de Camilo Torres, como empezó a aplicarla en el barrio Tunjuelito de Bogotá. Esta Generación Activa y Sentipensante está mejor preparada y creo que es más capaz que las anteriores, incluída la mía, la de la Violencia. Atrás quedaron los Centenaristas de Rafael Uribe Uribe, los Nuevos de Jorge Zalamea y Carlos Lleras, los del Movimiento Revolucionario Liberal y La Ceja de Alfonso López Michelsen. La rancia cooptación de centro derecha con la que se ha tentado y corrompido a la izquierda colombiana se ha quedado sin excusas: hoy ya podemos avanzar sin muletas hacia nuestros valorados objetivos históricos.

A diferencia de aquellas viejas generaciones centristas acomodadas, la Generación Activa y Sentipensante actual ha logrado acumular prácticas y conocimientos superiores sobre la realidad nacional y puede actuar mejor en consecuencia. No ha temido salir al terreno a pesar de los peligros e incomprensiones, y volver a aprender con gusto y ánimo sobre nuestro especial entorno tropical, combatiendo el tradicional colonialismo intelectual y político ante los norteños, y redescubriendo las culturas y tradiciones regionales y provinciales de nuestros pueblos de origen: los aborígenes, los afrocolombianos, los campesinos antiseñoriales provenientes de España, y los colonos internos. Y son respetuosos de los valores fundamentales de éstos, que debemos remozar y proyectar hacia el presente y el futuro, como pegante idieológico del socialismo raizal o Kaziyadu que adviene sin tregua.
Hay por lo tanto ciertas bases para un optimismo sobre el cambio social radical y profundo en Colombia, como lo quería Camilo Torres, el ideal por el cual rindió su vida. Hoy lo recordamos con el dolor de la ausencia, pero también con la alegría y la esperanza del deber cumplido, de la tarea pionera y dedicada que realizó para bien de la nación. Tal es la vigencia de Camilo Torres, y tal es la obligación que todavía tenemos de seguir con su legado y hacerlo fructificar sobre la faz de nuestra tierra. Desalojemos del poder a los que nos malgobiernan. Tenemos ya, por fortuna, un liderazgo capaz y los mejores candidatos para asumir el poder. Por ahí va la cosa.
---* Biografía http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/falsorla.htm